Hay que recordarlo porque es infrecuente que su historia aparezca en las páginas:
Mark Fry es uno de esos talentos precoces que tuvieron una temprana oportunidad en los primeros setenta pero su logro inicial solo dio paso al silencio y el olvido… hasta el correspondiente rescate décadas más tarde. Ocurrió con
“Dreaming With Alice” (1972), un álbum de debut que el músico británico nacido en Epping, Essex, grabó con solo 19 años y en Italia, una insólita oportunidad que le salió de la mano de un productor que confió en él mientras estudiaba Bellas Artes en Florencia. Lo típico: el disco no tuvo el reconocimiento ni la distribución que merecía, y esta delicada y rica pieza de folk psicodélico, que desde la foto de la portada ya remitía a los campos de la Incredible String Band pero con menos espectro geográfico, no tuvo continuidad. Mark se dedicó más a pintar, pero no olvidó la música.
Con el nuevo siglo comenzó la reivindicación de ese álbum seminal y hermoso. “Dreaming With Alice” tuvo dos reediciones en vinilo con portadas distintas y el mismo contenido, en Akarma (2000) y Sunbeam Records (2007). Todo contribuyó a que el músico se decidiera a retomar su faceta como cantautor folk con premisas de vida sencilla y valores básicos: el transcurrir del tiempo, la naturaleza y el amor son sus fuentes inagotables.
“Not On the Radar” es el cuarto álbum de este resurgimiento que comenzó con
“Shooting The Moon” (2008) y que incluye un disco a medias con The A. Lords,
“I Lived In Trees” (2011). El título parece aludir a lo evidente, que tampoco en esta etapa Mark Fry ha conseguido una presencia destacada en el panorama musical, pero sí una continuidad, una gozosa y plácida creatividad, un público que celebra sus contados conciertos, uno de los cuales dio lugar a este nuevo álbum: ya que había ensayado con un cuarteto de músicos para presentar sus nuevas (y viejas) canciones para una cita especial en un pequeño pueblo de Normandía, donde vive, qué mejor que aprovechar para dejarlas registradas con la banda. David Sheppard, miembro de Ellis Island Sound junto a Pete Astor, entre otros proyectos, encontró el ambiente sonoro perfecto.
Con esa sencillez de pretensiones, pero un resultado muy bien modulado, le ha salido un disco precioso. Es inevitable pensar en Bill Fay al acercarse a Mark Fry: su historia y su largo silencio asumido sin amargura se parecen, y también esa capacidad de hacer con las melodías más simples, y los temas y frases más naturales y cristalinos, canciones profundas y duraderas. Bill Fay alcanzaba un punto más grave y conmovedor con su voz frágil; Mark Fry es aparentemente más liviano y su delicada voz se mantiene sorprendentemente juvenil y sedosa a sus 72 años, pero su precisión natural y buen gusto, la entrega en cada frase, sin ningún artificio, deviene en balsámica belleza elevada.
El título debe aludir con cierta ironía al hecho de que Fry sigue fuera del detector de figuras a convertir en mitos, cosa que sí logró Bill Fay, pero responde asimismo a su forma de estar en el universo:
“Alguien intenta llamar mi atención / pero me he ido / Alguien intenta atraparme / pero sigo adelante / Nunca me tendrán en la mira / Oh, no estoy en el radar / Y no pasará mucho tiempo hasta que esté fuera de la vista / Me dirijo hacia las estrellas / Y brillan tan fuerte / Y brillan toda la noche”. El contrabajo deslizante y las escobillas introducen aquí un
feeling a lo “Walk On The Walk Side”, pero en general la construcción de las canciones parte de la guitarra acústica, o del piano, muy arropados por otras guitarras sutiles y ambientales, más en la línea de J.J. Cale, Ry Cooder, o el Mark Knopfler del primer elepé de Dire Straits que del folk ácido de sus comienzos. Brisas americanas sin perder la esencia
british en los arpegios y melodías.
Así surgen canciones tan reconfortantes y flotantes como
“Only Love” o tan conmovedoras en su simplicidad al ver acercarse la vejez como
“Big Red Sun”:
“El tiempo no me deja en paz / Sus pies danzantes pisando los míos /… / Pero huiré a África / con sus cielos desérticos / y su gran sol rojo”. Asimismo,
“Daybreak” o “Where Would I Be” impresionan con la modulación de su voz entre los graves y casi el falsete, sin ningún alarde técnico, puro sentimiento y cercanía.
Los sonidos de una comida campestre mientras Angèle David-Guillou canturrea una balada tradicional francesa dan una idea del ambiente bucólico y amistoso en que se grabó el disco, pero no hay recargado perfume a flores, en absoluto. No hay tampoco desperdicio en las diez canciones que certifican que debemos meter ya a Mark Fry en el radar de los cantautores que importan, y que al menos en su madurez, ya que no pudo ser antes, están dejando constancia de su modestia y grandeza complementarias. ∎