El cantautor, guitarrista y actor Marlon Williams (1990) es un emblema de la música neozelandesa. Es originario de Christchurch, la principal ciudad de la isla Sur, y tiene ascendentes maoríes. Es algo de lo que se siente muy orgulloso, tal como demuestra en su nuevo disco, el cuarto de su carrera, cantado íntegramente en maorí. Antes de llegar a este punto había utilizado el inglés en una trayectoria que empezó a coger relevancia al encontrarse en 2011 con Delaney Davidson, afamado cantautor y gloria nacional neozelandesa que lo acogió como su protegido. Entre 2012 y 2014 editaron la interesante trilogía “Sad But True”, que lleva por subtítulo “The Secret History Of Country Music Songwriting”. Luego se traslada a vivir a Melbourne, donde reúne a su banda de acompañamiento, The Yarra Benders, para grabar un primer álbum, “Marlon Williams” (2015), influenciado por el country, aunque ya da muestras de su gran pericia como compositor en arrebatadas canciones como “I’m Lost Without You” o en el single “Strange Things” –en cuyo vídeo comparte protagonismo con Aldous Harding, entonces su pareja–, lo que le valdrá un contrato con el sello estadounidense Dead Oceans, que se ocupa de su distribución internacional. Eso le permitió girar intensivamente por Australia, Europa y Estados Unidos como telonero de Paul Kelly y Lucinda Williams, entre otros, incluido Bruce Springsteen.
Curtido en la carretera, estuvo más que preparado para afrontar el difícil segundo álbum, “Make Way For Love” (2018), superando el envite con nota gracias a temperamentales canciones de una gran carga emocional que lo convierten en un afamado crooner austral a raíz de “Come To Me”, en la que se nota la huella de Roy Orbison o Richard Hawley. Y en temas como “Beautiful Dress” y “The Fire Of Love” su falsete lo acerca a ANOHNI o Perfume Genius. Aldous Harding vuelve a aparecer para realzar la preciosa canción folk, de ricas armonías vocales, “Nobody Gets What They Want Anymore”. Encumbrado, edita el año siguiente el doble álbum “Live At Auckland Town Hall”, que también se convierte en película. Luego comparte “Plastic Bouquet” (2020) con el dúo canadiense de folk y música roots Kacy & Clayton, antes de su penúltimo trabajo, “My Boy” (2022), incidiendo en su elegante serenidad de crooner, sin renunciar a redondas canciones pop más rítmicas y soleadas y a los devaneos sintéticos.
Para su cuarto álbum se desmarca del pasado y se sumerge en la búsqueda de una identidad que, lejos de ser un ejercicio de nostalgia solo apto para conocedores, se convierte en un magnífico tratado folk-pop contemporáneo con unas melodías emocionantes que superan por completo la barrera de la lengua maorí en la que están cantadas. El título, traducido al inglés, significa “A Messy House” (“Una casa desordenada”). Aunque es un caos sumamente controlado y creativo que lleva adelante con la ayuda de The Yarra Benders, una compenetrada banda formada por Ben Woolley (bajo), Gus Agars (batería) y Dave Khan (guitarra). En el sonido resulta determinante el coproductor Mark Perkins, aka Merk, avezado en los secretos del estudio al lado de su paisano Neil Finn (Split Enz/Crowded House). A dar cohesión ayudan varios invitados, entre los que destaca Lorde, compartiendo la muy emotiva balada con piano “Kāhore He Manu E”. Es un momento destacado de un disco que empieza de forma serena, a capela, con “E Mawehe Ana Au”, sentando un mood espiritual que potencia su evocadora voz de barítono. La continuación, “Kei Te Mārama”, se convierte en una celebración de voces armoniosamente orquestadas que podría pasar por un góspel profano a la maorí.
El cadencioso single “Aua Atu Rā”, coescrito junto al rapero KOMMI, es una de las joyas del álbum, con un mood de apariencia hawaiana y un juego vocal, entre el protagonista y los coros, surfeando sobre un fondo deslizante y un final con una guitarra que recuerda el celebre “Albatross” que Peter Green compuso para Fleetwood Mac. Mención muy especial para el videoclip de la canción, dirigido por él mismo, que refleja la soledad existencial y la resistencia de la que habla la letra. La presencia de KOMMI, rapero neozelandés que también se expresa en maorí –y al que Marlon devuelve favores participando en su EP “Tauwhenua”–, es también determinante en “Me Uaua Kē”, otra sedosa e ingeniosa píldora pop de sonidos deslizantes y melancolía vocal. Pero para hip hop nada como la estética y las coreografías del videoclip de “Rere Mai Ngā Rau”, cuya ingeniosa melodía combina el imaginario paradisíaco del sur polinesio con rimas acordes de cadencia exuberante.
Las armonías corales resultan determinantes en la mayoría de las canciones, sobre todo en “Kōrero Māori” y el solemne final “Pōkaia Rā Te Marama”, en las que tiene un gran protagonismo el coro He Waka Kōtuia. Otra maravilla polifónica es la versión del tema folk tradicional “Whakamaettia Mai”, que conecta con sus orígenes country. En el extremo opuesto, “Pānaki” no desentonaría en el “Another Green World” (1975) de Brian Eno, con un final de guitarra que firmaría el mismísimo Robert Fripp. Con este disco Marlon Williams rinde un hermoso tributo a Aotearoa –el nombre maorí de Nueva Zelanda– y, a la vez, crea un clásico moderno de vibrante sonido. Para los interesados en profundizar en su mundo está disponible el documental “Ngā Ao E Rua - Two Worlds”, dirigido por Ursula Grace-Williams, que visualiza los cuatro años del proceso de reconexión que ha supuesto grabar este álbum; un volver a casa que también refleja la portada, un dibujo de su madre, la artista visual Jenny Rendall, hecho cuando estaba preñada del protagonista. ∎