Álbum

Natalia Lafourcade

CancioneraSony, 2025

Cuando compuso y grabó el aclamado disco “De todas las flores” (2022), que le valió una victoria triple en los Premios Grammy Latinos, la cantautora mexicana Natalia Lafourcade sentía la necesidad de ampliar horizontes. Desde hacía años venía dedicándose a reversiones del cancionero popular, en un movimiento que, más adelante, conferiría una profundidad singular a su oficio. Fue allí donde floreció una nueva identidad.

En este sentido, la artista da un nuevo paso adelante al asumir el alter ego Cancionera, homónimo del disco lanzado en abril. Recibidas con gran expectativa, las catorce canciones refuerzan la idea de que Lafourcade entrelaza sus discos como un gran cordel musical en el que se encuentran tradición y presente. Serenas, las pistas apuntan hacia un recorrido sentimental tan bello como el trazado por su antecesor, aunque no completamente libre de fallas.

Grabado en vivo, con el fin de privilegiar una organicidad ya escasa en la industria musical, el álbum gana tracción principalmente por el uso de instrumentales meticulosamente arreglados por Adán Jodorowsky, con quien Lafourcade afina una colaboración tan experimental como plena en sus minucias. Aquí, la dupla construye con contundencia una nueva oda a la poesía mexicana, esforzándose, a través de la irregularidad de las tramas, por no repetir la misma fórmula del proyecto anterior, donde vida y muerte conformaban una dicotomía perfecta, remitiendo a la estructura operística.

A pesar de los ecos de un pasado reciente, perceptibles en canciones como “Mascaritas de cristal”, las letras extensas y elaboradas ceden paso a una dramaticidad mucho más visual que narrativa. Cancionera, la artista, parece ir más directa al punto y esquivar la verborragia. “Tengo palabras quebradas y una voz que quiere volar”, afirma en “Luna creciente”, potente y delicada colaboración con el dúo Hermanos Gutiérrez. “Son extraños mis cantos si no llegas tú”. En escena, durante la gira que tiene fechas programadas en España entre los meses de julio y agosto, ese carácter gana más fuerza. Aunque hable de corazones rotos y ficciones disfrazadas de amor, lo que Lafourcade propone realmente es adentrarse en una realidad idílica en la que el oyente es invitado a acceder a tramas que rozan lo trivial. Tal es el caso de “Cocos en la playa” y “El Palomo y La Negra”.

El vínculo con el bolero, un viejo conocido suyo, se retoma en “Cariñito de Acapulco”, canción que parece salida de la era dorada de la radio; y en la versión original de “Amor clandestino”, una colaboración con Israel Fernández que también evoca la guitarra flamenca para hablar de relaciones libres. En síntesis, es en la simplicidad donde la artista parece esperar rencontrar “la importancia de ser, de existir en este mundo y de existir en un mundo personal, andando en la verdad, sin miedo, sin reprimir absolutamente nada”, tal como sostiene en el manifiesto de presentación.

Si violonchelos, guitarras, pianos y demás cuerdas trabajan alineados para subrayar una complejidad sonora que parece contraponerse a la forma escogida para abordar los temas, el mayor triunfo de este proyecto tal vez resida en su organicidad, capaz de sugerir que cada detalle surgió en momentos de experimento, o incluso de espontaneidad, algo cada vez más interesante frente al automatismo digital omnipresente. Es así como las dos pistas escogidas para abrir y cerrar el proyecto, “Apertura Cancionera” y “Lágrimas cancioneras”, transforman a Lafourcade en una pintora de ritmos y sensaciones.

Al final del recorrido, queda la sensación de que, a pesar de su simple belleza, algo falta. Tal vez una mirada dirigida hacia las políticas de la escritura, tan caras a la canción tradicional latinoamericana, que históricamente ha asumido matices más críticos, algo que no ocurre en el disco de la cantante, ya sea por descuido o desatención, por más que su narrativa haya sido concebida en un México que convulsiona, dentro y fuera de sus fronteras. ∎

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