Proyecto impulsado por Nick Zinner (más conocido por sus labores como guitarrista de Yeah Yeah Yeahs), “41 Strings” apuesta por la monumentalidad del crescendo en torno a una idea central orientada hacia el pop. Una en la que podemos distinguir tanto la épica melancólica de los pasajes instrumentales de The Cure, tal que en “Fall”, como la épica soft que caracteriza a la Kate Bush de la segunda mitad de los 80, en “Winter”. Ambos títulos, ligados a las cuatro estaciones del año (aquí representadas en apenas 23 minutos), han sido encuadrados en otros tantos pasajes para los que Zinner se ha rodeado de un plantel de auténtico lujo. Para esta grabación ha contado con la guitarra de quien fuera pulsómetro eléctrico de Slint, David Pajo. Aparte del también miembro de Papa M, entre otros proyectos, han sido reclutados ilustres de la farándula rock como Lenny Kaye (Patti Smith Group), Andy Macleod (Royal Trux), Hisham Bharoocha (TV On The Radio) o Brian Chase (de los propios Yeah Yeah Yeahs), entre otros músicos con los que partió para consumar una actuación en 2011 con el fin de conmemorar el “Día de la Tierra”.
Más allá de ciertos arquetipos ya muy sobados, como es el caso de las crecidas eléctricas iniciales de “Spring”, quizá el mayor valor de este artefacto resida en, precisamente, saber sobreponerse al alud de tics de grupos como Godspeed You! Black Emperor. Y lo consigue gracias a piezas de belleza crepuscular (al menos, en su arranque) como “Summer”. De dicho cierre monumental se pueden extraer diferentes conclusiones que incitan a la reflexión. Entre ellas, la sensación de que todo el magma instrumental, acústico o no, ha sido concentrado en travesías sinfónicas que podrían haber dado más de sí, pero que prefieren los límites del formato pop como metodología, estando más cerca de los dejes ampulosos de Arcade Fire que de piezas armadas en torno a las posibilidades de trascender el formato rock de sus instrumentos para alcanzar la emotividad sin prisas.
Al margen de estas impresiones, “41 Strings” no deja de ser el resultado que Zinner ha querido que tenga, uno más cercano a sus postulados musicales, en torno a la fuerza de la inmediatez, que a cualquier otra opción. Y de lo que no cabe duda es de la ambición que destila este trabajo, el cual, gracias a la labor proverbial de Gilliam Rivers como conductor de la sección acústica, ha podido cobrar vida para encontrar la vía directa de la experiencia en vivo.
Mientras no contemos con dicha opción, contentémonos con esta plasmación discográfica que, a pesar de la ligera sensación de oportunidad perdida que desprende, suena a destello abrumador, en toda su magnitud, de lo que se entiende por post-rock sinfónico. Eso sí, muy lejos de las posibles similitudes que se podrían extraer de las auténticas muestras maximalistas de ruptura de Glenn Branca. ∎