En “Off Key”, su ensayo sobre las disonancias entre la industria musical y la cinematográfica, Kay Dickinson se permitía una acertada observación estética al reflexionar sobre la perversión cognitiva que se deriva del hecho de musicar una escena de gran violencia con una banda sonora casi bailable, como sucede en no pocas cintas exploitation, especialmente las producidas en Italia entre los 70 y los 80. Los sintetizadores de estas bandas sonoras creaban rimas indeseables con la música del cine porno, igualando el gore y el sexo explícito.
Esa línea estética, terreno abonado para el culto, ha tenido continuidad en proyectos como Umberto y Carpenter Brut. También en Nun Gun, si bien en este caso el resultado no tiene tanto de fetichista como de relectura crítica. Lee Tesche y Ryan Mahan, mitad del cuarteto Algiers, solían discutir la problemática fascinación que les causaba el subgénero mondo: pseudocumentales (o ficciones de apariencia vérité) que ofrecen una mirada sensacionalista y cínica de las civilizaciones “exóticas” y “salvajes”, pero que contaban con embelesadoras bandas sonoras, cortesía de Riz Ortolani o Roberto Donati. Fue al reproducir a 33 revoluciones (en lugar de a las 45 prescritas en el vinilo) la música de este último para el filme de Umberto Lenzi “Caníbal feroz” cuando Tesche y Mahan se dieron cuenta de que, al ralentizar el sonido, la partitura revelaba una inédita textura ominosa. Ese fue el momento exacto en que nació Nun Gun; o, mejor dicho, su modus operandi.
Tesche y Mahan se aliaron con el fotógrafo y batería Brad Feuerhelm para crear “Mondo Decay”, donde los ecos de la explotación se vuelven un acto retributivo para enfocar las vergüenzas de occidente. Tan ambicioso concepto se traduce en un libro de fotografías del propio Feurheln sobre atrofiados paisajes y rostros posindustriales (este crítico no ha tenido en sus manos el volumen, por lo que fía la descripción del mismo al lenguaje interesado de las notas de prensa), acompañado de una casete que ejerce de banda sonora del mismo y que es, por ahora, el único formato físico en que existe la obra, más allá de las plataformas de streaming.
Una vez constituido su núcleo, el trío invitó a una cohorte de aliados para dar voz a sus composiciones: del escritor y artista visual Michael Salu a Mark Stewart de The Pop Group, quien comanda “Stealth Empire” entre la rítmica dub y un saxo felizmente desencajado. Una vez completada la grabación, se procedió a ralentizar el resultado antes del registro definitivo, en recuerdo al feliz accidente que sirvió de epifanía a Nun Gun. Y si bien sobre el papel todo esto puede sonar a grandes gestos huecos (al fin y al cabo, Algiers nunca han sido ajenos al aspaviento intenso), su traducción sónica rebasa el marco teórico y da motivos para volver al disco e, incluso, para disfrutarlo en la medida que lo permite la gravedad de la empresa. El desagradable regusto a cemento húmedo de “The Spectre” y “Beef Diet” es, hasta cierto punto, esperable, pero las oscilaciones de “More Viscous Than Dawn” (con recitado de Luiza Prado), propias de un Fabio Frizzi pasado al activismo político, y, sobre todo, el tecno-pop deforme de “On Neurath’s Boat” prueban que lo que interesa realmente a Nun Gun no es la denuncia directa, sino redefinir la noción de “placer culpable”. ∎