Tras haber parido uno de los discos más refrescantes del 2019, Ortiga retorna con una versión amplificada de su receta cumbiatune. A través de la misma, nos ofrece una dimensión más pop que en su anterior trabajo, al mismo tiempo que acentúa las señas de identidad de su libro de estilo. En este sentido, O Chicho do Funk (también productor de los inimitables Boyanka Kostova) ha sumado al guitarrista João Alberto Ferreira Alves en la ecuación, proporcionando un mayor número de aristas dentro de un sonido ya de por sí suficientemente particular, gracias a la producción de cariz experimental que Hevi (Malandrómeda) imprime en canciones como “Ex-jipi” o la que pone título al disco, ejemplos delirantes de cómo llevar el procesamiento vocal a un estado de flipadura total.
A partir de esta base, el segundo álbum de Ortiga arranca con“A veces”, irresistible bocado cumbiatune sumergido en una batidora funk tan dinámica como plena de saudade atmosférica. “Un buen chico” mantiene la mecha prendida en el primer fogonazo del álbum, esta vez por medio de un corte donde el canon de estilo de Ortiga se disuelve en house-pop. La saudade caribeña alcanza cotas de pura ambrosía en “Que máis dará”, en la que el compostelano ofrece otra lección de actitud a la hora de mezclar morriña con la necesidad de agitar las caderas hasta la osteoporosis. Dicha sensación se queda en el cincuenta por ciento de la receta con “Salsa de morriña”, donde, más que nunca, aflora su obsesión por Héctor Lavoe.
Más allá de tan sabrosa incursión salsera, la misión de menear el bullarengue parte desde una radicalización en su manera de enfocar la cumbia y el merengue con una producción trap de rasgos vaporosos. A través de estos raíles de movimiento, Manuel González forja una sinfonía de baile irresistible, sublimada en la saudade acústica con la que cincela hasta el último átomo destilado en la atmósfera envolvente y afrodisíaca de “YNSDDSTS”.
Este es el penúltimo escalón antes de “Nanana”, representación fidedigna de lo que significa la melancolía sabrosona a la que O Chicho do Funk alude en todo momento en esta revisión amplificada de sus dones, mediante la que subraya la relevancia de su propuesta y abre la mirilla hacia el futuro por medio de un objetivo, consciente o no: inocular de inquietud esta ración de pildorazos pachangueros que dignifican la fuerza de atracción, cuajada a base de cubata peleón y ritmo de casete de gasolinera, que bulle en la parranda pura y dura de las fiestas de pueblo y todo evento popular enfocado en la búsqueda natural de la alegría y el roce del momento. Porque, aunque pueda sonar a tópico sobado hasta la saciedad, un proyecto como el de Ortiga no deja de ser la máxima expresión de la música popular. Piezas sin fecha de caducidad, ornamentadas bajo una perspectiva sin filtros contextuales que no van más allá de la producción, aquí resultante en un todo sin fisuras, que realza los significantes identificativos de la actual definición de la marca de calidad “made in Galicia”. ∎