Vale mucho la pena bajarse de la velocidad del mundo por unos minutos y detenerse a escuchar esta maravilla. Rachid B es un músico y artista multidisciplinar marroquí que, en el dos mil, llegó a Madrid como pintor para participar en una muestra de arte dedicada a su país y, desde entonces, reside en la capital de España, en el barrio de Hortaleza.
El ghorba al que alude el título de su álbum es una palabra árabe que “encapsula esa melancolía única, esa nostalgia profunda que siente el que emigra”, según escribe el mismo Rachid en las notas que acompañan a la edición del disco en Bandcamp. “El ghorba no es solo un lugar en el mapa, es una geografía del alma. Es la sensación de habitar un espacio intermedio, donde el corazón late entre dos tierras. Este disco es un viaje sonoro a través de ese paisaje interior”, añade. Para ello, ha contado con la inestimable ayuda de David Rodríguez (La Estrella de David, La Bien Querida, Beef, Telefilme…) a la producción. Si uno intuye que, en su estadio primigenio, las canciones de Rachid nacieron desde el hueso, con una guitarra tocada muy bajito y una voz quebradiza pero rebosante de sentimiento, Rodríguez las ha revestido de instrumentaciones que parten de una economía de recursos, pero juegan todo el tiempo con la imaginación. Así, consigue que cada tema suena diferente a los demás y tome su propio vuelo hacia lugares cargados de una sensación casi pictórica.
El disco se abre con un tema instrumental, “Al Amazigh”, con el aporte de un sintetizador tocado por Xisco Rojo, pero en “Tariik” ya vemos asomar toda la emoción de su voz y la pureza de los sentimientos que recrea, aparentemente sencillos, pero realmente difíciles de explicar de un modo tan lúcido y honesto. No hay solo nostalgia, añoranza o ese tono tan cercano a la saudade del fado portugués, también hay contradicciones y sensaciones identitarias complejas: el no reconocerse en un país que ya dejaste atrás hace tanto tiempo, el no terminar de encajar en tu lugar de acogida…
Destacaría algunos momentos realmente conmovedores, como “Thwahachtik” (“Te echo de menos”), un blues a voz y guitarra en el que canta: “Oooh Madre / Es insoportable estar sin ti / Oigo voces dentro de mí, no me puedo esconder / Mi tristeza me delata / ¡Qué espera tan larga! / Quiero estar cerca / Tan solo abrazarte me alivia”. Y qué decir de “Sadekki” (“Amigo”), expresada de forma hermosa con guitarra acústica y piano: “El paso del tiempo no perdona, amigo / Aún me acuerdo de todo lo que hemos compartido: calles, alegrías y baños en el mar / Te veo en mis sueños, no me devuelves el saludo / Sí que estás cerca, aunque te hayas ido muy lejos / Te he echado mucho de menos / Viva la amistad”.
En “Baaid” (“Lejos”), uno de los dos temas inesperadamente imbuidos de cadencias jamaicanas, muestra más pesadumbre y arrepentimiento. “He dejado atrás un pasado, un mundo, mi país / Amigos, no cometáis el mismo error que yo / Intentad estar atentos, para no convertiros en extraños”. En “Holmmm” (“Un sueño”), la añoranza se transmuta en formas de electrónica oscura y una guitarra que recuerda a Pink Floyd. Y, justo antes de llegar a la conclusión con otro tema instrumental, “Nihaya”, “Khedma” (“El trabajo”) funciona como manifiesto demoledor: “De niño soñaba que hay lugares justos y alegres, para todos los seres / No nos hemos venido al Ghorba / para quitaros vuestra riqueza / Nos basta con nuestros demonios, los demonios que llevamos dentro”.
Es imposible no extraer una lectura política de lo que Rachid canta a lo largo de todo su disco. Es una obra de arte que busca la empatía y la comprensión desde un lugar muy íntimo, sin alzar la voz ni adoptar lenguajes o formas beligerantes, y por eso, su mensaje cala y llega con más profundidad. Nos lo enseña –citando algo que le escuché una vez a Ruper Ordorika– con los ojos del corazón, y ante esa pureza no queda más remedio que rendirse. Al final, lo que cuenta trasciende lugares y tiempos, porque, como él escribe también en las notas interiores, “es un disco autobiográfico, pero también universal. Habla de identidades divididas, de la búsqueda de pertenencia y de cómo la música se convierte en el lenguaje común que une todos nuestros hogares. Espero que quien lo escuche se sienta identificado y, sobre todo, acompañado”. ∎