Álbum

Rick Treffers

The Opposite Of NeverRick Treffers Music, 2024

Rick Treffers (Heemstede, Países Bajos, 1967) se las sabe todas. Por viejo –sin faltar– y por diablo. Domina tan a su antojo los diversos palos del pop que logra que ningún capítulo de su discografía resulte redundante. Entre Valencia y Ámsterdam, entre el inglés y el neerlandés (a veces el castellano), sigue goteando sensibilidad al servicio de un preciosismo que no incurre en lo monocromo. Porque si en el notable Levensdrift” (2022) eludía los guiños a Burt Bacharach o a Nick Drake delineando postales en tonos sepia, ahora vuelve al tecnicolor, pero lo hace (generalmente) despojado de cualquier lánguido manierismo, dotando a sus canciones de un nervio y un dinamismo que en más de una ocasión enlazan con cierta tradición post-punk que tampoco le es en absoluto ajena. Se nota especialmente en “Hummingbird”, con unos sintetizadores (cortesía de Willem Janssen) que recuerdan a The Cure, o en el synthpop efervescente de “Perfect (In Our Dreams)”. Y también en el toque a lo New Order de ese tour de force que es “Golden Moments”, casi nueve atmosféricos minutos que sirven de cierre y que son para mí, junto a la deliciosa “My Wishful Singing” (lírica, esperanzada, surtida por magníficos arreglos de cuerda de Jordi Sempere), los dos puntos álgidos de un disco ya de por sí notable.

El holandés es un optimista realista, por eso suele encarar las heridas sentimentales bajo algún leit motiv positivo: “The Opposite Of Never” puede ser visto como sinónimo de “siempre”, y en este decimotercer álbum (segundo en inglés a su nombre) es el desamor la palanca creativa. Eso sí, sin más desgarro del recomendable. La disparidad de tratamientos es palpable y también la pertinencia de su nómina de colaboradores: la flauta de Inés N. Monfil da un toque de distinción a la agridulce “Showdown”, con ese halo afrancesado, a lo Benjamin Biolay en la senda de Gainsbourg; el chelo de Carol Galarza puntúa la delicadeza acústica de “Hang On”, y una batería programada realza el brío de una “What My Heart Needed Most” que remite al pop lustroso de los años ochenta, coros finales incluidos. Es un álbum casi tan sedante como curativo, marcado en todo momento por la minuciosa dedicación del buen artesano de la canción que es Treffers. De los que extraen una serena belleza de lo cotidiano y no suelen fallar, aunque el gran público –ay– ni se aperciba y tenga que recurrir al crowdfunding. ∎

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