El siempre brillante, aunque polémico, Mark Kozelek, enfundado en Sun Kil Moon, entregó con “Benji” una de las cimas de su carrera, un disco que dolió y acarició, que se revolvió en fantasmas de su pasado para traducir en grandes canciones jirones de su vida. Fue escogido el mejor del año 2014 en el Rockdelux 335. Juan Cervera lo diseccionó en esta amplia crítica.
La hiperactividad no parece afectar en el control de calidad de Mark Kozelek: el año pasado publicó tres álbumes, todos extraordinarios, y ahora entrega el sexto de Sun Kil Moon, disco que, además, marca la primera década de vida del proyecto que inició tras echar el cierre a Red House Painters con “Old Ramon” (2001). Eso que llamamos “confesionalidad” siempre ha estado presente en la obra del autor de “Katy Song”, pero en el nuevo álbum alcanza unas cotas de sinceridad brutal y descarnada. Las once canciones de “Benji” –que, sí, toma su título de la película infantil de 1974, visionada por él por primera vez mientras visitaba a su abuela, instalada en Los Ángeles– abren en canal la biografía de un Kozelek de 47 años que ha encontrado el tono perfecto para ventilar un diario personal por donde desfilan tragedias familiares, amigos y vecinos, novias y exparejas, recuerdos de adolescencia y reflexiones sobre los claroscuros de la mediana edad.
La primera frase del disco ya marca el tono: “Oh Carissa / cuando te vi por primera vez eras una chica preciosa / Y la última vez que te vi tenías 15 años y estabas embarazada”. Es “Carissa”, prima de Mark, fallecida a los 35 en un incendio estúpido. Kozelek cuenta su desgraciada historia con una serenidad y una ternura que estrujan el corazón, sin recurrir a la lágrima fácil ni al excesivo adorno poético: parece una página de cualquier cuento de Raymond Carver, una historia corriente y gris que encierra en su aparente “normalidad” todo el (sin)sentido de nuestro paso por el mundo. El recuerdo a Carissa enlaza con la narración de “Truck Driver”, sobre el padre de esta, camionero redneck también engullido por las llamas y que despertó en Kozelek el amor por la música: difícil evitar el nudo en la garganta cuando, en un giro magistral, el autor aparece al final de la canción y toca y canta en la reunión posfuneral –donde los invitados comen Kentucky Fried Chicken, como, recuerda, al fallecido le habría gustado– “mientras las ranas croaban”…
Kozelek encontró el tono perfecto para ventilar un diario personal.