Álbum

Taylor Swift

evermoreRepublic-Universal, 2020

Una de las pocas noticias buenas de esta pandemia ha sido la reorientación musical de Taylor Swift, amparada en la afectación emocional propiciada por tiempos tan extraños. Esta súbita inspiración compositora irreprimible ha comportado uno de los discos del año, “folklore”, entre cuyas virtudes está el sonar extrañamente honesto tratándose de una figura de su nivel universal. Taylor de pronto no es una pop star inalcanzable, sino esta preciosidad sincera que todos hubiésemos querido convertir en compañera hasta el fin de nuestros días. Algo pija, pero con un destello impagable de buena persona rayando la perfección. Poniendo algo de sentido común –en textos, visión y perspectiva– a nuestros momentos oscuros.

Tal vez espoleada por los resultados del álbum, y presa del nuevo filón compositor excelentemente trasladado al pentagrama junto a Aaron Dessner y otros músicos de un sector más alternativo como Justin Vernon, no se conformó con publicar hace unas semanas una versión más íntima del disco a través de las Long Pond Studio Sessions, sino que de pronto nos regala antes de fiestas con una secuela de quince canciones nuevas en “evermore”. La continuidad respecto a las de “folklore” es insoslayable al contar con los mismos mimbres instrumentales. Lo que sin embargo pierde –el factor sorpresa– por otro lado lo gana, consolidando una nueva línea donde la calidad compositora no es negociable.

Se percibe en seguida tras la delicadeza vaporosa de “willow” abriendo. En la siguiente, “champagne problems”, la sensación es que, con solo piano, su voz y lo que comunica, basta, tal como demostrará más adelante en “tolerate it”, o en una “gold rush” con cierto aire lejano de Kate Bush. Cierto es que su figura se agiganta con la emoción solemne, como al escuchar su voz junto a la de Matt Berninger en “coney island” amparadas por el grueso de The National, o al recordar en “marjorie” a su abuela materna Marjorie Finlay, una conocida cantante de ópera, con el cariño entrañable –véase el videoclip– de una nieta agradecida por haberla iniciado en la música. Pero no menos destacables son algunos detalles de humor en las letras, con “no body, no crime” como mejor ejemplo, invitando a las hermanas Haim y a la vez convirtiéndolas en protagonistas –su amiga Este víctima de una ¿supuesta? Infidelidad– de la narración. O reflejándose en el espejo de la fama en la pensativa “dorothea”.

Aunque musicalmente no implique novedades respecto al avance flagrante de su predecesor –excepto unos arreglos de percusión electrónica en el inicio de “closure”–, está impregnado por su buen gusto. Solo hace falta acompañarla hasta la última pieza –“evermore”, repitiendo la fórmula Bon Iver de “exile”– para sentir el paso de noviembre a diciembre y a un invierno que indudablemente se hará más llevadero en su compañía. ∎

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