El power pop es inmediato. Entra fácil. Al menos, ese es su propósito fundamental, la función básica de la mayor parte de bandas de indie rock que pueblan ese ecosistema. The Beths forman parte de todo ello: un cuarteto de Auckland que, desde su debut en 2018 (“Future Me Hates Me”), se convirtieron en el relevo generacional del género, armando himnos guitarreros a medio camino entre la energía punk y la sensibilidad pop. Sin embargo, esa inmediatez se vio truncada antes de la publicación de “Straight Line Was A Lie”, cuando a Elizabeth Stokes, líder y compositora principal, le diagnosticaron la enfermedad de Graves, un trastorno autoinmune que afecta a la glándula tiroides y que le obligó a enfrentarse a un cuerpo descontrolado mientras intentaba escribir canciones. Los procesos neuronales con los que estaba acostumbrada a componer se vieron truncados por el reajuste hormonal propio de la medicación: los antidepresivos, según ella misma, alteraron por completo su forma de relacionarse con la escritura y con las emociones. Esa circunstancia marcó no solo el tono de su nuevo álbum, sino también el método: en vez de apoyarse en riffs inmediatos, Stokes se impuso la disciplina de escribir dos mil palabras al día en una vieja máquina de escribir, buscando extraer de la rutina los pliegues más íntimos de su pensamiento.
Así, la canción que da título al disco abre con una confesión sin ambages que resume su momento vital: “I thought I was getting better, but I’m back to where I started, and the straight line was a circle, yeah, the straight line was a lie”. Esa idea de la línea recta convertida en círculo opera como metáfora central del álbum: el deseo de avanzar en un proceso de sanación que inevitablemente se enreda en recaídas. “Straight Line Was A Lie” es, en ese sentido, un disco que habla de la tensión entre lo que creemos que es nuestra personalidad y lo que resulta ser consecuencia de nuestra biología. De ahí que el álbum no se construya como una sucesión de himnos luminosos, como en los discos anteriores de The Beths, sino como un registro íntimo (casi clínico) de esa fricción interna: admite ser solo “huesos y sangre” en la más lenta “Mosquitoes”, y en “Take” compara el latido del corazón con un motor o un hardware. En “Metal”, por su parte, admite que tan solo es una colaboración entre “bacterias, carbono y luz (…) una receta entre suerte y tiempo”, mientras que en “No Joy” retrata de forma directa los efectos de los antidepresivos.
Musicalmente, “Straight Line Was A Lie” mantiene las reglas que siempre han definido a The Beths, pero con un giro de producción más elegante. Aquí caben banjos (“Ark Of The Covenant”), percusiones electrónicas (“Til My Heart Stops”), o juegos vocales corales que aportan profundidad sin traicionar la esencia guitarrera del grupo. Incluso en los momentos más ligeros (“Roundabout”, “Best Laid Plans”), la riqueza pop se mezcla con una melancolía que impide que el disco se vuelva trivial. The Beths han escrito varios himnos de power pop durante los últimos años, pero en “Straight Line Was A Lie” evolucionan hacia terrenos más vulnerables sin perder la chispa. Más que canciones cerradas, lo que escuchamos son fragmentos de una lucha constante por reconocerse, con la escritura compulsiva como único método de anclaje. ∎