En 2024, el productor con base en Stuttgart Michael Fiedler estrenó un nuevo alias –Ghost Dubs– con un trabajo, “Damaged”, en el que depuraba todas las ideas que había ido desarrollando en el campo del dub más experimental, entre el ambient dub y el dub techno, a lo largo de su carrera y a través de otros alias y proyectos como Tokyo Tower, Jah Schulz o Roboter Blanko. “Damaged” llegó, además, en Pressure Records, el sello de Kevin Richard Martin, más conocido como The Bug, y supuso a grandes rasgos una pequeña gran revolución en la forma contemporánea que el género tiene de manifestarse, exagerando a niveles inhumanos las bajas frecuencias y el componente oscuro y fantasmal, heredero de las vertientes más ambientales. No es extraño que ahora el mismo The Bug haya sentido la necesidad de compartir con Fiedler operaciones para un trabajo conjunto –un split realmente, con ocho tracks para cada uno– que, desde el mismo título, apela a la cualidad implosiva de los graves dub, a un sonido colapsante que asienta sus referencias entre la compilación que el propio Richard Martin curó para Virgin en 1994, “Ambient 4. Isolationism” –a posteriori, canon para lo que sería la oleada aislacionista en el dark ambient entre finales de los noventa y principios de los dos mil–, y el trabajo de Basic Channel como Rhythm & Sound y a través de su sello Chain Reaction.
A lo largo de sus dieciséis temas, y más de una hora de duración, ambos productores mantienen una conversación curiosa: aun compartiendo principios sonoros –a saber: minimalismo quirúrgico, atmósferas evaporadas cuando no directamente enterradas a profundidades infernales, texturas granuladas y posapocalípticas, noise distortion, slow motion narcoléptico y zonas de bajas presiones que amenazan con una descarga que no llega–, The Bug y Ghost Dubs se van turnando en la secuencia apelando uno a los espacios físicos y otro a dimensiones más trascendentales y oníricas. Esto se traduce en un sonido que, en el caso de The Bug, es esencialmente urbano, con el humo nuclear contorneando las siluetas de un paraje distópico e industrial como el que dibuja “Dread (The End, London)”, sobrevolada por drones de reconocimiento, y que en el de Ghost Dubs adquiere dimensiones casi espirituales y chamánicas, abstrayendo cualquier mínimo contacto con la realidad: en “Into The Mystic” el dub se desarrolla como una psicofonía, entre distorsiones, noises y fenómenos poltergeist. Más que dark ambient dub o dub techno de ese que se comporta como un fósil de edades terrestres antediluvianas, realmente “Implosion” habita un espacio liminal entre los dos: es dub embrujado y fantasmagórico, que parece desarrollarse entre escombros de sound systems, y al que los subgraves acceden desde otra dimensión.
Es Ghost Dubs, por lo tanto, el que más rige el tono general de este “Implosion” –el nuevo aka de Fiedler no podía ser más descriptivo–, y The Bug, el maestro que se rinde ante uno de sus alumnos más aventajados, tratando de bucear en su estilo y en su entendimiento del subgrave, reducido tan solo al esqueleto –“Hope”– o, como en la siniestramente bailable “Down” –de lo mejor del disco, “melodía” inquietante incluida– y en una “Midnight” completamente líquida, a la sombra energética que deja su presencia tras desvanecerse. Lo ignífugo que habitualmente caracteriza al sonido del productor británico se ve relegado aquí a la construcción de ambientes: en “Burial Skank (Mass, Brixton)” parece quedar algo de los riots grime de “London Zoo” (2008), el eco de revueltas bajo la lluvia ácida en el invierno nuclear, y “Alien Virus (West Indian Centre, Leeds)” se adentra entre mecanismos y turbinas en un núcleo más “rítmico” del mismo modo que los sintetizadores ácidos que abren “Spectres (Plastic People, Shoreditch)” evocan la movilidad rave antes de lobotomizarse por completo o “Militants (The Rocket, Holloway)” y “Duppied (Brixton Rec)” sugieren una pulsión techno. Pero es que el ritmo, en “Implosion”, en general se infiere por ausencia, de un modo que recuerda también a la transición de Mika Vainio entre Panasonic y Ø. Es en esa ultratumba ctónica donde se asienta definitivamente un disco que puede partir de las pistas de baile, que hasta se atreve a reenfocarse hacia el microhouse y el minimal techno en un artefacto transtemporal como “Waterhouse”, pero que definitivamente las utiliza como lanzadera para acceder a lugares que el oído, la comprensión y la naturaleza humana normalmente solo pueden rozar. ∎