El mundo fue otro desde la existencia del rock. Y el rock fue otro desde
The Velvet Underground. No hace falta ponerse especialmente estupendo para darse cuenta de que es a partir de ellos (y alguno más) cuando lo que se conocía por rock adquiere una nueva dimensión, emancipado precisamente de sus raíces, tradicionales y rurales, de la música norteamericana en torno a la Gran Depresión y posterior. Con V.U. el rock también hace crac y empieza a convertirse en una criatura autónoma y decididamente urbana, anticipando en unos años mucho de lo que con el paso del tiempo, con mayor o menor fortuna, se ha cobijado en el enorme paraguas del rock alternativo y/o independiente. Un origen y causa que se debió por la conjunción de dos personalidades geniales y por un tiempo complementarias que atendían a los nombres de Lou Reed y John Cale. La poesía eléctrica de uno y el anabolismo de la música contemporánea del otro concluyen en un marco nuevo donde términos como avant-garde, experimentación, electrónica, drone, minimalismo o ruido blanco empiezan a formar parte de su glosario. En definitiva una música concebida para abrir y expandir mentes, es decir todo lo contrario a ese rock cerril de postureo y estereotipo que se empeña en cerrarlas a cal y canto. Y que por desgracia ha conquistado el relato y visión generalistas. “White Light/White Heat” fue el segundo álbum
velvetiano, publicado a principios de 1968 por el histórico, ya entonces, sello de jazz Verve Records. Y el último con Cale de aquella etapa iniciática. Es el disco donde podría decirse que nace el noise y la distorsión en un plano deliberado y casi conceptual.
Más de medio siglo después otra pareja, en este caso dos guitarristas getxotarras de larga trayectoria, han querido revisionar aquello extrayendo su zumo instrumental, no hay voces; llevándolo a un nuevo estado de experimentación y per-versión, a la postre la única intención loable con algo de este calibre. Ellos son
The Ostriches, nombre tomado precisamente de una canción de Reed para The Primitives. Es decir, Juancar Parlange (Los Clavos, Bonzos, Help Me Devil...), aquí también productor y mentor del nuevo sello que acoge la aventura, y Álvaro Segovia (Bonzos, Atom Rhumba, Cavaliere...), en su papel de guitarra principal. Hay un tercer hombre, Jon Agirrezabalaga (ex-WAS y parte fundamental en grabaciones de Verde Prato, Rafa Rueda, Sara Zozaya o Gari), encargado de la grabación, mezcla e ideas varias desde su estudio El Tigre en Bilbao. Volviendo al original neoyorquino, el texto promocional del maestro Ignacio Julià explica mediante Sterling Morrison cómo las intenciones de la banda pasaban por conjugar energía y electrónica con cierta frustración por su resultado, lo cual no deja de resultar paradójico visto a día de hoy, y a la vez revelador de su talante subversivo.
En este nuevo registro solo suenan guitarras, aunque no lo parezca. El elaborado trabajo de recomposición, mucho más que un arrebato, los ha llevado a emular el órgano Vox Continental de
“Sister Ray” con un pedal, los coros de
“I Heard Her Call My Name” con una guitarra tocada con
slide, la batería con el golpeo de las cuerdas de una eléctrica y la viola de Cale con un arco de violín rasgando las cuerdas de una vieja acústica. Y
“White Light/White Heat”, la canción titular, deja de ser un artefacto rítmico para reconvertirse en un amasijo de duelo experimental de guitarras, muy próximo al espíritu y el sentido del ruidismo. Por su parte,
“The Gift” en el original utilizaba el estéreo para colocar el recitado inexpresivo de Cale en el canal izquierdo, y la parte instrumental en el derecho, a base de
jams con un efecto de cabeza cortada logrado con un cuchillo apuñalando un melón (según la sugerencia de Frank Zappa): no olvidemos que el celoso protagonista de la historia decide enviarse a sí mismo en un paquete a su novia como “regalo”; bueno, pues The Ostriches sustituyen la extensa declamación por guitarras sonando al revés, recurso que utilizaron desde The Beatles hasta Cancer Moon.
“Lady Godiva’s Operation” quizá sea el momento en el cual más se respeta su brumosa melodía, incluso con una mayor atención a lo concreto. Pieza a pieza el resultado es subyugante y logra lo que parecía casi imposible: dotar a un álbum tan esencial e intocable como este de una nueva pertinencia, saliendo victoriosos de transportar tan peligrosa mercancía en algo cercano a un estricto abstracto sonoro, que sin embargo acata la duración y desarrollo de los temas. Desde luego la felicidad no siempre viene con música alegre. ∎