Álbum

The Rolling Stones

Hackney DiamondsGeffen-Polydor-Universal, 2023

No es una cuestión de edadismo, es la energía marca de la casa que sigue desprendiendo el grupo. La nostalgia es un sentimiento opaco cuando se quiere hacer rock’n’roll de verdad. El rastro del sonido de estos Stones es reconocible. Las canciones combinan los mismos ingredientes que los Stones han estado usando desde los años sesenta. Blues, rock, soul, country y góspel. El milagro está en la sección rítmica: las guitarras de Keith Richards y Ron Wood y la batería de Steve Jordan acompañan, empujan y visten de swing sucio cuando toca, y dulce cuando conviene a la voz y la pronunciación, muy british, de Mick Jagger. Solo el dúo de guitarras es capaz de replicar las texturas rítmicas de antaño en la ascendente “Whole Wide World” y en “Driving Me Too Hard”, que puede retrotraer hasta la clásica “Tumbling Dice”.

A The Rolling Stones siempre les ha funcionado grabar de más. Siempre pueden acudir a los descartes. Así pasó en “Let It Bleed” (1969) y en “Tattoo You” (1981) y así sucede ahora en “Hackney Diamonds”. El grupo se reunió para trabajar con material inédito, pero se atascó. Richards comentó que Jagger no estaba fino con las letras. Tampoco está especialmente brillante en esta ocasión, ya que mezcla, con escaso tino, versos crípticos con la instrospección y la extravagancia. Sin embargo, en los últimos tres temas se redime. Además, canta como hace años que no se le recordaba.

La última producción sirvió para agendar nuevas sesiones. Tal vez no tenían repertorio original, pero el mojo seguía en las venas de la banda, y a Charlie Watts le dio tiempo para participar en ellas, pues falleció en 2021, cumplidos los 80 años. De ahí su estupenda comparecencia en “Mess It Up”, que tiene ese punto disco tan del agrado de Jagger, y “Live By The Sword”, en la que también se implica Bill Wyman, que dejó la banda en 1993, con Elton John al piano. El cantante dejó dicho que de esas reuniones existe material para dos álbumes. Ya tenemos el primero.

La esencia musical de The Rolling Stones sigue incólume como miembros de pleno derecho del mejor country-rock y otras hierbas de los años setenta. Han vuelto hacer lo que mejor saben: crecer en las enseñanzas que Keith Richards recibiera de Gram Parsons con respecto a tocar con una afinación abierta (“Dreaming Skies” sería un ejemplo).

También es cierto que “Some Girls” (1978) y “Tattoo You”, sus últimos grandes discos, quedan muy lejos. Tal vez la edad les ha recordado ciertas cotas, a las que no es necesario volver, pues ya las superaron con éxito. La energía que transmiten da para recordar que saben de dónde vienen, hasta dónde han llegado y que ya no hace falta forzar más la máquina. Y menos si Watts ya no está al mando del ritmo.

No es de recibo decir que la espera haya valido la pena, pues dieciocho años dan para hacer o no hacer muchas cosas. Pero lo mejor que se puede alegar en favor de “Hackney Diamonds” –el título se refiere a las ventanillas rotas de los automóviles en un barrio que en algún momento fue peligroso en el este de Londres– es que suena a actualidad. Ello se debe a la elección del joven y experimentado Andrew Watt, que adora el rock clásico. El neoyoquino fue una recomendación de Paul McCartney, que participa como bajista en la acelarada “Bit My Head Off”. Watt, que también coescribe las tres primeras canciones –“Angry” (el lead single del álbum), “Get Close” (de nuevo con Elton John, y James King al saxo y los riffs de guitarra de Richards) y la suave americana de “Depending On You” (en labios de un Jagger de voz amable y tierna)–, también interviene como músico. En su cartera de clientes, entre otros, se encuentran Miley Cyrus, Justin Bieber y los citados McCartney y John.

Mick Jagger, tan atento a la moda y las tendencias, entendió que el productor de “Every Loser”, de Iggy Pop, y “Future Nostalgia”, de Dua Lipa, era la argamasa de actualidad que necesitaban. Buena parte de la crítica norteamericana califica el resultado del álbum como “el sonido moderno de los Stones” para decir que el productor y los invitados irremediablemente conducen la banda hacia el pop. Sin embargo, Lady Gaga deja las cosas en su sitio en “Sweet Sounds Of Heaven”, una minisuite de góspel, R&B añejo y rock de guitarras, con Stevie Wonder al piano, y los gritos cortantes de Gaga y Jagger. Un momento álgido del álbum, que dejará paso al blues que cierra el vinilo.

Una vez se acaba el disco se apunta una conclusión. Jagger y Richards desean un cierre honesto y más teniendo en cuenta el fallecimiento de Watts. La inclusión de los invitados masculinos, alejados de los micrófonos, es más cosmética que sustancial. Quien mantiene la nave del ritmo y agrega toneladas de satisfaction es el nuevo inquilino del asiento de Charlie Watts, el muy experimentado productor Steve Jordan, batería de los extintos The X-Pensive Winos, el proyecto por libre de Richards, en los ochenta. Jordan es condenadamente bueno. Domina el set, el sonido y el ritmo. Y sabe mucho de rock’n’roll.

Cierra el círculo –y quién sabe si una trayectoria– “Rolling Stone Blues”, un homenaje al original “Rollin’ Stone”, de 1950, de Muddy Waters. El blues de Chicago siempre presente en la voz, las letras y la armónica de Jagger y la acústica de Richards, que, un rato antes, se cuestiona is my future all in the past? en la sentida “Tell Me Straight”. ∎

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