Danielle Aykroyd está desarrollando una carrera artística muy distinta a la de su padre, quien, así es, responde al nombre de Dan Aykroyd y un día cazó fantasmas. De entrada, no parece buscar ningún estrellato, sino hacer las cosas a su manera y a su ritmo, aunque cuesta creer que los cinco años de distancia entre la grabación de “Peacemaker” y su publicación hayan sido por decisión propia.
El caso extraña porque, al contrario que el taciturno “Shades” (2018), este segundo álbum es uno con verdadero potencial comercial. La protegida de Elvis Perkins –lo ha acompañando tocando arpa o armonio en directo, incluso en giras por España– ha elevado su folk gótico a otra dimensión, destapado todas las posibilidades expresivas de su voz y encontrado canciones inesperadamente rotundas. Se acabó la sombra, se acabó la claustrofobia. Ahora el límite parece el cielo.
Tras tocarlo todo en “Shades”, Vera Sola abraza aquí el espíritu colaborativo. Lo descubrió saliendo de gira: jugar con otros es mejor. Bien acompañada por el coproductor Kenneth Pattengale (del dúo The Milk Carton Kids), decidió traer a su música una banda completa, una sección de cuerda o algo de viento metal. El resultado es un repertorio que inspira visiones del vasto paisaje estadounidense; imágenes en pantalla ancha y tecnicolor.
Los aromas de wéstern están ahí desde la inicial “Bad Idea”, especie de vals rock sobre incendios provocados de muchas clases, los que arrasan los bosques de California y los que provienen del fuego del deseo: “Oh, it’s a bad idea / And it’s all catching up to us now”. El nivel se mantiene alto con “The Line”, que suena a Calexico liderados por una chanteuse, o la estupenda “Get Wise”, con cierto rastro de las percusiones y guitarras dislocadas del Tom Waits de principios de los ochenta. Pero no son nada comparadas con “Desire Path”, seguramente la mejor composición del disco: una torch song de aroma sixties, con guitarra a lo Adrian Utley de Portishead, que seguramente dejaría boquiabierto a David Lynch. La Aykroyd meditabunda no se ha ido del todo, sea como sea; suena de nuevo en las aéreas “Waiting” o “Bird House”.
Sus estudios de poesía con Jorie Graham en Harvard siguen dando frutos: no solo en “Bad Idea”, sino en muchos otros temas, es fácil encontrar múltiples significados en letras de lirismo imponente. Especial potencia tiene la de “Instrument Of War”, clímax final cargado de metáforas bélicas: “See I don’t take prisoners no more / They smell my blood and they hit the floor”.
Se diría que Aykroyd viene a pelear, pero el conjunto del disco trasluce más bien una voluntad de hacer las paces con la vida, con los vivos y los muertos, con uno mismo también a ser posible. Según explicó la artista en entrevista con “Happy”, el título del álbum no es tanto un homenaje al mítico revólver, icónico instrumento de guerra en la conquista del Oeste, como “un intento de apropiarme de la palabra para volverla a convertir en algo bello”. ∎