Álbum

Zabala

No ClubForbidden Colours, 2024

La música electrónica ha tenido, al sur de los Pirineos, un vínculo muy estrecho con la pista de baile; que pregunten, si no, en Ibiza, Valencia o Barcelona. Quizá por ello, Jon Aguirrezabalaga quiere atajar dicha asociación de forma breve y escueta desde el mismo título del álbum, lo mismo que sintetiza su apellido en las tres sílabas de su mote artístico. Aunque en su música también hay cierta intención de síntesis y de no abigarrar innecesariamente el espacio sonoro –más acentuadamente en su anterior e interesante LP “Martian Civilization” (2020)–, en esta ocasión no duda en sumar elementos que añaden cierta suntuosidad elegante al conjunto, empezando por las colaboraciones. Exmiembro del grupo WAS (aka We Are Standard) y reputado productor desde su vizcaíno estudio El Tigre, no ha dudado en tirar de agenda de artistas con las que ha trabajado recientemente. El año pasado produjo el exquisito “Adoretua” de Verde Prato y esta le devuelve el favor cantando una letra compuesta por ella misma para la delicada balada que abre el álbum con un halo de belleza mística; “Nire azala” (mi piel) es una expresión de la íntima poesía de la tolosarra. Para el segundo corte, también cantado, esta vez por Liam, del bilbaíno grupo de indie rock Full Cab, sube el pitch, creando uno de esos medios tiempos de synthpop de densos bajos a lo Moderat. En los dos temas, por cierto, el bajo corre a cargo de Jaime Nieto (WAS, Atom Rhumba, etc.), y el violín y la viola son de la música y compositora Nerea Alberdi, aportando ambos tejido analógico al núcleo sintético.

No obstante, la parte central del disco se concentra en la electrónica, sin voces, que le gusta a Zabala. Sin descuidar el aspecto melódico, introduce el ritmo como esqueleto esencial en “Calavera” con la colaboración de la vizcaína RRUCCULLA a la batería, creando lo que se acerca a un drum’n’bass cálido y natural, como si fuese grabado en directo. En otros cortes, como “Tantak” o “Molokai”, hay referencias de esa música sintética, estilosa y con corazón, como la de Four Tet o Floating Points (son los primeros en los que uno piensa), pero inquieto como es, él mismo indica en entrevistas que le gusta aportar elementos de artistas menos obvios como Philip Glass o Arthur Russell. También se nota que Jon ha creado varias bandas sonoras para el cine, pues muchos temas tienen ese aroma de congeniar bien con imágenes; ahí están los preciosos vídeos de Rafael Zubiria para “Nire azala” y “Urtu”, este último con la ópera china de Bangkok sumando matices y misterio a la producción. La atmosférica “My Mexican Bretzel”, de hecho, forma parte de la película documental de 2019 de mismo título de Nuria Giménez Lorang.

En el tramo final, sorprende otra colaboración de relumbrón; se trata de Sara Zozaya –con un nombre en solitario o con Merina Gris– cantando con sensualidad y delicadeza en “Y nada”, intrincándose como una enredadera entre teclados y beats. El número final, “Patrik”, está dedicado a su hijo, sacando un sonido como de otro tiempo del piano de su estudio, quedando como una melodía de una vieja caja de música que él podrá abrir en el futuro. Quizá este trabajo no encaje en los clubes de este mundo. Sí lo hace en el sello del también músico Aitor Etxebarria, Forbidden Colours, que desgraciadamente echa el cierre con esta publicación. Habrá que seguir la pista a sus artistas, en este caso a Zabala, donde quiera que sigan haciendo música como esta. ∎

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