Vida, sufrimiento, esperanza.
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Lonnie Holley

Arte, memoria, esperanza, vida

Fotos: Viva Vadim

27.05.2025

Hablar con el septuagenario artista multidisciplinar de Birmingham, Alabama, es un viaje caleidoscópico: él es, en cierto modo, los Estados Unidos de América. O, en cualquier caso, unos Estados Unidos: el país de los oprimidos, de los invisibles, de los marginalizados. “Tonky”, su nuevo álbum-experiencia, captura las sinuosas y espinosas ramas de esta(s) historia(s), una mirada personal a la vez que colectiva. El texto que sigue es un portal de entrada a los entresijos de una mente terrenal a la vez que cósmica.

Espero que los humanos que lean estas palabras se adentren en mi música... que escuchen no solo el último álbum, sino que vayan al principio de todo, y exclamen ‘¡vaya, esto es algo poético, algo bíblico!’”. Así pone fin Lonnie Holley a una laberíntica entrevista –realizada con “Tonky” (Jagjaguwar-Popstock!, 2025), su nuevo álbum, como excusa– más parecida a un cíclico flujo de conciencia donde reflexiones, memorias, anécdotas, traumas e imágenes poéticas se entremezclan y solapan con espléndida plasticidad: no todo tiene un sentido lineal, pero sí holístico. “Y que no se malinterprete mi uso del término ‘bíblico’”, añade. “Yo no soy ni el pastor de una iglesia ni un obispo, solamente hago mi trabajo: crear. Y lo seguiré haciendo hasta que la diñe, hasta que estire la pata, hasta que esté postrado en una cama y ni siquiera sea capaz de levantarme... Cuando solo el arte me dé las fuerzas suficientes para alzar una mano”.

Artista consumado e inquebrantable, el autodidacta Holley empezó a elaborar peculiares pinturas y esculturas de forma improvisada con materiales encontrados y desechados a finales de los setenta, y no sería hasta mucho más tarde, bien entrado este siglo, cuando se reinventará como músico igual de inclasificable. Aunque, para él, no hay diferencia entre todas sus vertientes expresivas.

Todavía a día de hoy sigue rememorando, con nostalgia y resquemor, el ninguneo y el cinismo con que se topó cuando empezó a ingresar en el mundo “oficial” del arte. La canción “That’s Not Art, That’s Not Music”, del nuevo álbum, exorciza la derogatoria recepción que tuvieron sus obras en según qué círculos. “Lo que estábamos creando, tanto yo como otros, no era considerado arte porque gran parte de los materiales que manipulábamos eran trozos de plástico, madera podrida, clavos o latas oxidados. ¿Qué pintaba eso en la típica sala de exposiciones?”, explica. Y se pregunta: “¿No es esa la historia de nuestra gente?”. Y se explaya: “Desde los tiempos de la esclavitud los negros demostramos tener instintos creativos, pero mucho de lo que hacíamos era denostado, no querían comprenderlo”. Esta voluntad histórica para no querer valorar justamente las labores artísticas del pueblo afroamericano seguía, a su parecer, intacta cuando él empezó con sus obras: “Eran incapaces de identificar nuestra producción como obras de arte. Las descartaban, metiéndolas en categorías inventadas, llamándolas arte ‘outsider’ o folk”. Confiesa que en muchos momentos acabó “francamente harto de que el resto de americanos no nos quisieran ver como artistas”.

“A Change Is Gonna Come”, vídeo dirigido por Matt Arnett y Ethan Payne.

Tanto tu arte visual como tu música tienen una clara voluntad experimental y son extremadamente personales. ¿Cuál dirías que ha sido tu mayor dificultad a la hora de de comunicar tus sentimientos a la gente?

La palabra clave que has mencionado es “experimental”. Todos los que creamos cosas “experimentamos”, sea lo que sea, intentamos afinar nuestra creación, sacar lo mejor de nosotros en esos experimentos. Muchos acaban estropeando y malgastando su talento y su tiempo para intentar agradar a otra gente, en vez de satisfacer a los espíritus que los han bendecido con esos dones y habilidades. Todo lo que hago es una ofrenda a los espíritus. Y soy un artista afroamericano, no puedo ser otra cosa. Cuando nací, en los años cincuenta, se nos prohibía aprender a leer y escribir, así que tuve que ingeniar otras formas de expresarme. Pero no era suficiente. Hubo personas que tuvieron que realizar la labor de entender y traducir esas expresiones, darles significados. La coloración, la pigmentación, las formas, todo tenía que ser explicado para que se pudiera interpretar como arte. Fue entonces cuando apareció gente como William Arnett (coleccionista y comisario artístico), alguien que había viajado por todo el mundo recopilando piezas y hablando con artistas muy diversos. Regresó a Birmingham, Alabama, y me vino a ver a casa, donde yo tenía un par de acres llenos de arte. Arte que tenía que ser “explicado”, algo de lo que ya se había empezado a encargar el director del museo de arte de la ciudad. Esa obra fue escogida para una exposición, “More Than Land And Sky: Art From Appalachia”, a principios de los ochenta, que no solo contenía arte afroamericano, sino cosas de todo tipo de artistas del sur estadounidense. Luego fue el hijo de William, Matt Arnett, quien me ayudó a analizar y traer al público general mi música, a hacerla digerible e inteligible, además de personas como Jacknife Lee, que ha sido crucial para moldear mi arte en forma de álbumes. O Matthew White, en cuyo estudio de grabación lo documentamos todo. Pues, bueno, ya está documentado. La gente ya lo puede entender.


“Desde los tiempos de la esclavitud los negros demostramos tener instintos creativos, pero mucho de lo que hacíamos era denostado, no querían comprenderlo”



Tu obra, en cualquiera de sus formatos, habla mucho de la memoria, ya sea individual o colectiva. ¿Qué relación mantienes con este concepto?

Sin duda las memorias son muy importantes, pero también es importante de quiénes son y cómo emergen, cómo se manifiestan. Cómo salen de nuestras creaciones, de nuestros padres, de nuestros abuelos... Aprendemos mucho a través de los sentidos, se nos quedan grabadas en la mente memorias visuales o auditivas y, aunque a veces seamos incapaces de sacarlas, de expresarlas, ahí quedan almacenadas. Los recuerdos de la infancia, por ejemplo. Yo creo que cuando éramos niños hacíamos porquerías con barro, imitaciones de los mayores, teatrillos en los charcos y entre las hojas, platos de cocina rudimentarios. Todo eso eran sets de arte distintos. En realidad estábamos “creando” formas y movimientos sin ser conscientes de nuestras técnicas. Hay artistas que nacieron artistas, aunque nunca llegasen a ser reconocidos como tales ni por ellos mismos. En muchos casos tuvieron que esforzarse para desarrollar esa autopercepción. Todos esos africanos que llegaron como esclavos... Trajeron sus costumbres, sus talentos, sus creencias, muchas cosas relevantes, muchas de ellas espirituales, que nunca fueron reconocidas como algo de valor. Y también quiero hablar de la historia de mi familia. Del ADN de mi madre, que se remonta a una tribu yoruba de África, y el de mi abuela, que se remonta a la tribu nativa americana muscogee. Si escuchas el disco, verás que todo está entremezclado. Mi forma de pensar es una amalgama que intento desentrañar a través de la música.

Liberación a través del arte.
Liberación a través del arte.


El título de tu nuevo álbum hace referencia al apodo que te pusieron cuando eras un crío. Por supuesto, hay mucho de autobiográfico en el disco. ¿Cómo describirías a ese Tonky, es decir, a tu yo de niño?

Pues imagíname a los 4 o 5 años de edad, cuando era un niño que correteaba por las ferias de los pueblos y por mugrientos salones de baile... Ahí trabajaba la mujer que me adoptó temporalmente cuando tenía un año y medio, porque mi madre estaba teniendo tantos hijos que no daba abasto. Antes de empezar con el disco, me senté a pensar: “¿Cómo podría regresar a ese momento tan particular de mi vida?”. Tonky era un chaval que vivía en los honky tonks, que medraba en garitos y chozas que eran juke joints, que dormía apoyado contra la rocola, rodeado de borrachos. Bailaba y escuchaba música todo el rato, y es de ahí de donde viene mi música, y del cine al aire libre que tenía a media manzana de distancia de mi porche. Eran sonidos que escuchaba constantemente. Quizá no sabía quién los estaba haciendo, quién estaba tocando o cantando, pero la música se posaba en mi cerebro. Inconscientemente analizaba esos sonidos, me metía en su groove. Por eso cuando colaboro con alguien, sea el músico que sea, le digo “let’s groove”.


“Tonky era un chaval que vivía en los honky tonks, que medraba en garitos y chozas que eran juke joints, que dormía apoyado contra la rocola, rodeado de borrachos. Bailaba y escuchaba música todo el rato, y es de ahí de donde viene mi música”



Una de las canciones del álbum se llama “Did I Do Enough?”. Sin duda, algo que todos nos preguntamos. Pero en la composición no queda clara tu respuesta...

Sí, por supuesto, es una pregunta que siempre me ha perseguido. ¿Recuerdas lo que decía Martin Luther King? Sé lo mejor en lo que haces. Desde que empecé a trabajar, cuando era un chavalín, eso es lo que intenté. Ahí en el sur, a los negros nos metían en centros especiales... Yo pasé tiempo en la Alabama Industrial School For Negro Children. En la primera canción del álbum, “Seeds”, hablo de los horrores que se vivieron ahí, de mis emociones al respecto... ¿He hecho lo suficiente? ¿He hablado de esto lo suficiente? ¿He conseguido transmitirlo a la gente? Para mí, entrar al estudio de música siempre ha sido una forma de conectar con esos sentimientos. Por ejemplo, mi canción “Six Space Shuttles And 144.000 Elephants”. En su momento, la gente tuvo que entender cómo era capaz de coger todos los restos, basuras, despojos, reciclarlo todo, como si quisiera fabricar seis transbordadores espaciales, y meter ahí dentro a seis reinas para ir al espacio. Si escuchas mi música, lo que verás es una historia de la humanidad. Soy un narrador. Soy un herrero de pensamientos. Todo está en mi obra. Ahora mismo, mientras hablamos, estoy aquí sentado haciendo una escultura de arenisca. Y tengo cuatro obras más delante, las estoy haciendo a la vez. Así funciona mi cerebro, y lo mismo sucede con la música. Pesco elementos en el océano del pensamiento. Cómo tratas mi obra es cómo me tratas a mí. Cómo tratas a mi gente, cómo trataste a mi madre, a mi padre, a mi abuelo... Ellos se fueron a la Primera Guerra Mundial, a la Segunda Guerra Mundial... y cuando regresaron estaba todo tan jodido en el país que ni siquiera podían andar tranquilos por la calle. Nuestra gente recolectó algodón en los campos, luego trabajó en las industrias del acero de Birmingham, algunos después de estar cavando trincheras en la guerra. Y yo me pregunto: ¿de qué forma podría contar esto a través de la música? Estas memorias que compartimos, y que mencionamos antes. ¿Cómo puedo homenajear los talentos y las habilidades de mis antecesores? ¿De qué forma podría contarlo, todo el viaje desde África hasta Alabama? ¿Cómo explicar qué significa ser el séptimo de 27 hijos y 32 embarazos? Que mi obra esté en el Smithsonian, en las Naciones Unidas, en la Biblioteca del Congreso, indica un crecimiento cultural para nuestra gente. Y no solo para nosotros, los afroamericanos. Todos los grupos étnicos del país tienen sus formas, sus tradiciones de arte, que han sido oprimidas. “No es arte, no es música”. Lo repito, y lo volveré a repetir. ¿Cuántas veces nos lo tuvieron que decir? Incluso cuando mi obra ya estaba reconocida, en los noventa, dañaron y destruyeron gran parte de dos acres de arte que tenía ahí al aire libre, debido a la expansión del aeropuerto de la ciudad. Sí, lo sé, eso ya pasó. ¿Por qué seguir lamentándose? La leche ya se vertió y se secó, pero esa leche generó una humedad, y en ese moho creció una semilla. Intento reparar lo que fue vertido. No intento hacer que “América vuelva a ser grande”, lo que intento es arreglar las actitudes que tiene América sobre nuestro arte, reescribir cómo figura en la historia del país, de la ciudad de Birmingham, del sur. ¿He hecho lo suficiente? “I never had A trophy”, dice una de mis canciones. Sí, nadie me daba premios por lo que hacía. ¿Y entonces por qué sigo haciendo lo que hago? Porque esta madre nodriza que llamamos planeta Tierra me necesita. Ante los tornados, las inundaciones, los terremotos, todo lo que destruye nuestras estructuras, nuestros edificios, nuestros diseños arquitectónicos... El arte es vida. No lo matéis. Es lo más pictórico de nosotros como humanos. Nuestra culminación.

“Protest With Love”, vídeo realizado por Ethan Payne.

Y por supuesto, hay una relación directa en tu obra entre arte y política.

¡Desde luego! Por eso digo, en la canción “Protest With Love”, “salid, manifestaos”, pero que sea con amor, es decir, con arte. ¡Haced arte! Si todo el mundo hiciera arte sobre la mierda que está sucediendo colapsaríamos el mercado. Gracias a internet, ahora todo el mundo puede verlo, ya nadie nos puede prohibir nada, ya nadie nos puede callar. Ya no hay amos que nos obliguen a trabajar en las putas plantaciones o limpiando sus casas, negándonos el placer de tumbarnos con un libro, el placer de la educación. Esos campos no eran una escuela. A no ser que divisaras entre las hojas y aprendieras de ese sitio. Y yo aprendí. De los trabajos que me vi obligado a hacer, en las fábricas, en las obras de construcción...


“Nuestra gente recolectó algodón en los campos, luego trabajó en las industrias del acero de Birmingham, algunos después de estar cavando trincheras en la guerra. Y yo me pregunto: ¿de qué forma podría contar esto a través de la música?”



En el disco también está la canción “A Change Is Gonna Come”, una clara referencia al clásico de Sam Cooke. Tu obra a menudo trata temas dolorosos, pero parece que al cerrar así el álbum finalmente ves un atisbo de esperanza.

Disculpa que te corrija, pero en mi arte siempre se ha podido encontrar esperanza. Mira, cuando me haya convertido en cenizas, cuando esté enterrado a dos metros bajo tierra, cuando mi cuerpo haya dejado de existir, quiero que esta esperanza sea mi legado. El otro día estaba hablando con un chaval joven. Le decía: “si no fuera artista, no os importaría una mierda quién soy”. Si no creara a partir del vacío, con un propósito, no os importaría qué soy, quién es mi familia, si tenemos comida para sobrevivir el fin de semana o no. Lo que intento ahora es pronunciarme desde la cosecha que hemos conseguido obtener a través de nuestros esfuerzos. Una cosecha que puede ser abundante: si todas las decisiones que tomamos, si todas las cosas que producimos estuvieran hechas de esperanza, la creatividad se convertiría en algo inamovible. Inundaría el mundo. En nuestra época, tenemos la suerte de poder comerciar libremente con otros países y compartir también nuestro arte con otros continentes. Un cambio ya ha llegado, pero vendrán mejores, porque cada vez podremos comunicarnos mejor a nivel global. La civilización, la humanidad y sus muchas creaciones tienen el potencial de ser mejores. Ahora cualquier persona puede conectarse y decir “¡Mira lo que hacen en Alabama!”. Me parece crucial, en este sentido, enfatizar lo siguiente: abracemos ese cambio, no dejemos que estos privilegios nos sean usurpados. No vayamos para atrás. ∎

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