La hiperactividad laboral no nubla la sonrisa de la comisaria independiente Blanca de la Torre (León, 1977). Todos los proyectos que desarrolla le entusiasman. Hace poco que reside en Madrid, aunque su “hogar” está a caballo entre la capital, su León natal y los diversos lugares nacionales e internacionales donde la lleva su apretadísima agenda. En los últimos meses: Belgrado, Roma, Genalguacil (Málaga) y Cuenca (Ecuador).
Su trayectoria está ligada al arte. En Artium fue comisaria, conservadora, directora de proyectos y responsable de exposiciones. También pasó por el MUSAC. Más tarde centró su labor en la sostenibilidad y las temáticas ecosociales, procurando ser sostenible también en las prácticas y al exhibir. Ahora sus proyectos incluyen otras disciplinas artísticas y científicas para decodificar la crisis civilizatoria (social, ambiental, política, económica) y ofrecer herramientas, narrativas e imaginarios con las que afrontarla.
“La cultura y las artes pueden poner en jaque los sistemas de pensamiento. Son el espacio de las posibilidades, el lugar de concienciación por excelencia, donde se visibilizan las diferentes capas del mundo y el modo en que nos relacionamos con él. Abren las fisuras de la realidad, a la vez que ofrecen la posibilidad de cambiar los relatos, uno de los poderes más necesarios para la sociedad del siglo XXI. Posiblemente, el único imprescindible para poder cambiar la cosmovisión imperante y, por ende, la única solución ante el colapso civilizatorio”, afirma.
¿Por qué la 15ª Bienal Internacional de Cuenca (Ecuador) es la primera bienal sostenible del mundo?
Cuando pensé la curaduría con la que gané el concurso para la Bienal, la idea de decrecimiento era crucial: reducir el número de artistas (mayoritariamente son mujeres), ofrecer a cada uno un gran espacio, en menor número y más cercanos entre ellos. Que nadie tuviera que tomar un medio de transporte para visitarlos y pudiera disfrutar de la visita caminando, invirtiendo más tiempo en cada uno. El concepto del tiempo es vital. Con la directora ejecutiva, Katya Cazar, hablábamos de huir de las bienales que responden al ritmo frenético tardocapitalista. Casi más una maratón que un espacio de disfrute, donde al final no recuerdas la mitad de las propuestas. Nuestra Bienal apela a otros modos de consumo en todos los sentidos, también al cultural. Como es habitual en mí, concebí un plan de sostenibilidad para trabajar con el equipo desde el principio, con pautas para cuidar la huella ecológica en el ciclo de vida del proyecto: hemos reducido al mínimo el envío de obras, la mayor parte se hacen localmente con artesanos y materiales de kilómetro cero, evitamos derivados del petróleo, materiales contaminantes y apostamos por procesos medioambientalmente respetuosos. Reutilizamos todos los materiales museográficos y dispositivos de la exhibición. Hemos diseñado un plan de gestión de residuos para después de la Bienal, la mayoría de los materiales (madera, mantas, metales) se donarán a varias comunidades. Implica un gran trabajo en equipo (en su mayoría mujeres) con un seguimiento continuado. Un esfuerzo titánico en gran parte invisible. Queremos una Bienal que represente un giro y una transición a otros modos de producir, de consumir cultura y conocimiento. La temática va en esa línea, un discurso centrado en la crisis climática y ecosocial a partir de tres ejes: la recuperación del conocimiento ancestral y tradicional, el ecofeminismo crítico, y los escenarios futuribles: el arte como medio eficaz para construir escenarios probables y posibles, a partir de la especulación de utopías, futuros y alternativas.
Durante el confinamiento de 2020, comisariaste un concierto para plantas, el “Concierto para el Bioceno”, del artista Eugenio Ampudia, en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona. Salió en medios de medio mundo. ¿Cómo surgió y cómo lo desarrollasteis en esas circunstancias?
Eugenio y yo llevamos muchos años trabajando juntos, nos resulta muy fácil. Es muy ingenioso. Yo me centro en la reflexión teórica de algunas de sus ideas. Llevaba tiempo trabajando en torno a la idea del Bioceno, un concepto que es parte de mi tesis, como alternativa al Antropoceno. Le había pasado libros y textos, especialmente sobre inteligencia vegetal. Durante el confinamiento, el director del Liceu, Víctor García de Gomar, le contactó para hacer algo mientras estaba cerrado. Eugenio me llamó y me dijo: “¿Y si hacemos un concierto para plantas?”. Tenía sentido hacerlo al día siguiente de que terminase el Estado de Alarma, pues debía marcar un punto de inflexión y un viraje hacia un cambio de paradigma. Fue muy emocionante. No esperábamos una recepción así. Estábamos tan liados preparándolo todo con Alberto de Juan, su galerista, que no teníamos tiempo de pensar en la difusión. El Liceu envió la nota de prensa de apertura de la nueva programación. Al periódico ‘The Guardian’ le llamó mucho la atención, sacó la noticia y se convirtió en nuestro mejor relaciones públicas. De repente, teníamos medios de todo el mundo cubriendo el evento. Eugenio me dijo: “¿A que nunca te habrías imaginado que un concepto que te inventaste, de pronto, estuviese traducido a más de 100 idiomas?”. Fue totalmente inesperado.
¿Cuándo comenzó a interesarte la sostenibilidad y por qué?
Empecé en el ecologismo antes de la universidad. Me uní a grupos ecologistas y me hice vegetariana. Siempre he entendido mi labor de comisaria como una práctica crítica de carácter expandido, un dispositivo para pensar y repensar posiciones, para generar conocimiento y apelar a la acción. Por eso la desarrollo no solo a través de exposiciones, sino de un amplio abanico de proyectos culturales. Durante un tiempo mis proyectos y mi lado ecologista caminaron en paralelo; era difícil combinarlos. En la mayoría de casos las propuestas no interesaban si iban por ahí. A menudo incluía los temas indirectamente. Poco a poco comenzó a interesar a más personas, se empezaron a abrir más puertas, incluso de instituciones y agentes que no habían prestado atención a esos temas. El discurso de la sostenibilidad ha permeado en las instituciones desacopladamente de las actitudes; a veces llama la atención el contraste con su inmovilismo o falta de operatividad. Los discursos han de ir acompasados con las actitudes y los modos de hacer. Si solo se aborda la crisis ecosocial desde los contenidos sin un aparato que afiance su coherencia, el mensaje se desactiva. Como esos proyectos e instituciones que lanzan mensajes sobre paliar la crisis climática sin tener en cuenta los materiales, los procesos, los trabajadores, las personas implicadas, el ciclo de vida del proyecto y la justicia climática como telón de fondo.
¿Qué le aconsejarías a los agentes culturales que quieran, como tú, profundizar en la sostenibilidad?
Es hora de asumir responsabilidades, de ir más allá de teorizar desde la comodidad del sillón académico, o desde el despacho del museo. Al igual que el feminismo, no se trata de una temática, de hacer una exposición, o escribir sobre el tema. Implica cambios estructurales. Lleva tiempo y conlleva mucho trabajo. A la mayor parte de instituciones les interesa operar de modo que los resultados brillen lo antes posible, pero en el ámbito de la sostenibilidad son cruciales las tareas y procesos más invisibles, así como pensar a largo plazo.
Has ocupado puestos de responsabilidad en museos y otras instituciones. ¿Qué te ofrece ser comisaria independiente que no te ofrezca un sillón institucional?
Todo tiene su lado bueno y otro difícil. Los profesionales deberíamos probar ambos lados para aprender a trabajar desde todos los ángulos necesarios. Ser independiente me permite centrarme más en investigar y desarrollar los proyectos. No tengo que dedicar tantas horas a la burocracia. Tener una línea profesional muy clara y centrada en la sostenibilidad requiere trabajarla de manera integral y sistémica. La mayoría de los museos y centros de arte no quieren hacer la tarea de “fontanería” que realmente necesita el sistema cultural, especialmente en el Estado español. A mí no me interesa trabajar solo desde la programación, o desde la fachada.
En ese sentido, organizas el Aula Sostenible del CAAM (Centro Atlántico de Arte Moderno), en Las Palmas de Gran Canaria.
Surgió en un almuerzo de 2019 con Orlando Britto, su director, muy concienciado en estos temas. Este año haremos una gran exposición que surgió en ese momento. Vimos la importancia de no trabajar de manera puntual, sino iniciar el camino a una transición ecosocial más sistémica. La consejera de cultura del Cabildo de Gran Canaria, Guacimara Medina, nos ha apoyado mucho. Es fundamental que iniciativas así se apoyen desde el aparato político. Estamos en la “década decisiva”, es imposible llegar a los objetivos marcados para 2030 y a la descarbonización en 2050 si no se hace de la mano del arte y la cultura. Cualquier cambio social opera de la mano de un cambio cultural; no hay otra forma.
También colaboras con la Academia de Roma en este tipo de asuntos.
Sí, la Academia también quiere realizar una transición hacia la sostenibilidad, así que la directora, Ángeles Albert, me llamó para comenzar a desarrollar un plan a largo plazo. Empezamos con una publicación-póster con algunas pautas y una jornada teórica con REDS (Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible) y algunos agentes de instituciones italianas. La idea es embarcarnos en esto estableciendo alianzas con otras instituciones.
Has comisariado “Overview Effect” para el MoCAB (Museo Nacional de Arte Contemporáneo de Belgrado), en el que llevas trabajando más de tres años.
Es un proyecto multidimensional codirigido con Zoran Erić, su chief curator. El título lo tomamos del término acuñado por Frank White en 1987 para describir el choque cognitivo que sienten los astronautas al mirar la Tierra desde el espacio. Posteriormente hablé con White y le encantó. Es una buena metáfora de la postura que adoptamos para hablar de la crisis ecológica y la justicia ambiental a partir de un análisis de los vínculos entre el cambio climático y otras formas de injusticia ambiental relacionadas con el género, la etnia, el imperialismo corporativo, la soberanía indígena, así como la importancia de la descolonización y la desantropocentrización para proponer una conciencia ecológica inclusiva. Posee una parte expositiva desarrollada en las cinco plantas del museo, además de un programa de investigación, esculturas exteriores, actividades, conferencias, grupos de trabajo, talleres y mesas redondas centradas en ecología y justicia ambiental, con más de 70 artistas y agentes culturales nacionales e internacionales. La estrategia curatorial buscaba explorar formatos expositivos alternativos. Para ello, pensamos en la idea rizomática de crear seis eco-labs donde cada uno operase como un laboratorio de producción y conocimiento que nos ayudase a profundizar en las interconexiones entre los diferentes ámbitos de la crisis ecosocial. La idea era crear una estructura dinámica transversal con enfoque transdisciplinario. Los eco labs trataban sobre género, raza y el legado colonial: “Watertopias” (centrado en problemáticas en torno al agua), “There is no edge!” (problemas que exploran los límites de la biosfera), “Aprendiendo del conocimiento indígena”, “Más allá del Antropocentrismo”, y “Back to the Future”, sobre escenarios de futuro que basculan entre la utopía y la distopía. También desarrollamos un decálogo de sostenibilidad –uso de materiales biodegradables, no enviar obras por avión, evitar el uso de plásticos y derivados del petróleo, reutilizar los materiales museográficos y expositivos, producción in situ de la manera más sostenible posible, etc.–, hicimos un plan de energía, otro de gestión de residuos y una compensación de emisiones con una organización local que desarrolla iniciativas ecológicas en la zona.
Acabas de inaugurar en el Museo de Arte Contemporáneo de Genalguacil el proyecto “Doubling Ecologies”, con los artistas Juan Zamora y Wan-Jen Chen.
Es una joya de museo en la montaña malagueña que lucha contra la despoblación. “Doubling Ecologies” funciona como segunda parte de otro proyecto en Taiwán con apoyo de su oficina cultural. Reflexiona sobre nuestro antropocentrismo hacia el entorno natural, apela a la construcción de nuevas narrativas de coexistencia, a buscar modos más empáticos de relación con el entorno y a la importancia de propuestas alternativas al crecimiento para pavimentar un camino hacia la descarbonización y las transiciones ecosociales. No es un proyecto al uso, decidimos hacer una pieza más, una novela experimental, “Empezar por el final”, entre el ensayo-ficción y el libro de artista. A través de nueve historias aborda algunas de las principales problemáticas de la crisis ecosocial actual. Queríamos huir de las publicaciones convencionales. La escribí, la fuimos comentando y ellos desarrollaron dibujos en torno a ella. Hay un capítulo específico en Taiwán y en Genalguacil que habla de la exposición trasladándonos a 2031.
Últimamente no hay evento cultural que se precie que no presuma de ser sostenible. ¿Es “verde” todo lo que reluce en la cultura?
(Se ríe). Por eso subtitulé la Bienal de Cuenca (Ecuador) “Cambiar el verde por azul”, aludiendo al greenwashing que se apoderó del color verde. Propongo ese giro como parte de una propuesta simbólica para construir un nuevo relato. Porque el agua que estamos agotando, los territorios devastados por las políticas extractivas, el racismo ambiental, la pérdida de la biodiversidad, el colonialismo corporativo… forman parte de una narrativa ambiental más extensa que la que nos hizo creer en el verde como el color de la ecología. Afortunadamente, en el ámbito cultural se están dando muchos pasos, pero en ocasiones se quedan en postureo verde. La transición ecosocial no va a ser cómoda, la cultura aún está en una fase en la que cree que con lanzar el mensaje, como parte de su programación, ya hace su parte. Si las instituciones culturales se toman en serio emprender una gobernanza sostenible, demostrarán el papel crucial que puede jugar la cultura en la transición ecosocial de esta década decisiva. ∎