
Con 30 años recién cumplidos, Lou Reed parecía haber dicho ya casi todo lo que tenía que decir con la Velvet. Sin embargo, y a pesar de que su primer trabajo en solitario incluye fundamentalmente temas de VU de la etapa “Loaded” (1970), este debut es una deslumbrante joya como la que aparece en su portada a punto de ser barrida por el maremoto neoyorquino. Un disco básico y crudo con trazos de rock’n’roll primario y salvaje, tiempos medios poseídos por coros soul e incluso ecos del rock sinfónico (no en vano colaboran Steve Howe y Rick Wakeman, de Yes).

La huella del glam deja su marca indeleble gracias a la producción de David Bowie y Mick Ronson, cuya guitarra incendia gran parte de un álbum bendecido por la inspiración. El “marica de terciopelo” al que se refería Ramoncín aflora en este disco como en ningún otro de su trayectoria. El universo de putas, chulos, yonquis y travestis retratado en el inmortal “Walk On The Wild Side”, el homenaje a Warhol de “Andy’s Chest” y momentos como el rock malsano de “Vicious”, el conmovedor “Perfect Day” o “Satellite Of Love” hacen de “Transformer” un hito mayúsculo.

Tibiamente recibida en su día, “Berlin” es una obra magna. Una suerte de ópera rock, con ricos arreglos orquestales, grandes músicos de estudio y producción de Bob Ezrin. Un relato de soledad, depresión, adicciones y conflictos familiares. En su cara A muestra su lado más rock (a destacar el influjo de Kurt Weill en “Lady Day”) y en su cara B se abre al intimismo de “Caroline Says II” (del que Alaska tomaría su nombre de guerra) y de esa hermosa crónica de un suicidio que es “The Bed”, finalizando con la impresionante salmodia épica de “Sad Song”.

Aunque fue uno de sus discos más vendidos en Estados Unidos, es quizá uno de los más flojos. Una obra anodina, en la que casi no se nota la marca de Lou Reed. Él mismo dijo: “Parece que cuanto menos me implico en un disco, más éxito tiene”. Tan solo el ajuste de cuentas con su familia por haberle encerrado de joven en un psiquiátrico, en la intensa “Kill Your Sons” (nueva versión de Saturno devorando a sus hijos), el existencialismo intimista y reflexivo de “Ennui” y la sutileza acústica de “Billy” aportan destellos a un disco un tanto decepcionante.

Como reacción a su muy previsible disco anterior, en un intento de romper su contrato con RCA o de noquear a sus fans, Lou Reed editó una obra maestra de la experimentación más radical. Una sinfonía de feedback y drones, una oda al ruido que, deudora del futurismo e inmersa en la estética de la música contemporánea, se adelantó a la eclosión del noise y la música industrial. Aunque incomprendido, el disco no es una broma. Es una pieza hipnótica, angustiosa y magnética, que en el siglo XXI Reed reinterpretó de forma magistral junto con Zeitkratzer.

El retorno a la normalidad, tras “Metal Machine Music”, es una de las grandes joyas de la corona. “Coney Island Baby” parece estar compuesto en los momentos de euforia proporcionados por la heroína y el amor del travesti Rachel. Un disco soleado y luminoso, con deliciosos coros femeninos, guitarras slide y estribillos pluscuamperfectos. El amor redentor del encantador “Crazy Feeling” y del hechizante “Coney Island Baby” se entremezcla con el blues violento y letárgico de “Kicks” (claro precedente del punk) o los dulces aromas jazz de “A Gift”.

Su debut para el sello Arista se abre con el canto optimista de “I Believe In Love”, y continúa con lo que parece una oda a la masturbación (“Banging On My Drum”), que recoge toda la simplicidad del primigenio rock’n’roll. El resto del disco se debate entre las atmósferas sombrías y dramáticas (“Ladies Pay”, “You Wear It So Well”), los arranques de soul-funk (“Follow The Leader”, “Senselessly Cruel”), la frivolidad del swing (“A Sheltered Life”) y la autoafirmación, como en el tema titular: “No me gusta la ópera ni el ballet”. Corazón de rock’n’roll.

Una obra capital. Mientras los punks le celebran como fuente de inspiración, Lou hace oídos sordos, va a lo suyo y edita este “jaleo callejero”. El primer disco grabado con la técnica binaural (mezcla de grabación de directo y estudio) incluye la pequeña suite que le da título, una pieza de gran envergadura y complejidad, que es una convulsa oda a las calles de Nueva York (con Springsteen recitando sin acreditar). Pero además está el poderoso vibrato de “Real Good Time Together” (tema repescado de VU), el fascinante caos de “Dirt” y el groove de “I Wanna Be Black”.

Nils Lofgren, que compone junto a Reed tres temas, aporta un cierto aire Springsteen a este álbum. La influencia de la disco music, que también inspirará a otros músicos de rock como Kiss, Rod Stewart o los Stones, se deja sentir en “Disco Mystic”, que en todo caso posee una atmósfera turbia y oscura. “City Lights” es un homenaje a Chaplin que podría estar en un disco de Robert Palmer. Lo mejor, sin duda, es la aportación de Don Cherry a “All Through The Night”, con su leve aire african jazz, y al tenebroso “The Bells” que cierra el disco con tono épico.

Uno de sus discos más puramente rock. Su boda con Sylvia Morales lo llevó a componer una preciosa canción de amor (“Think It Over”), pero eso no impidió que ajustara cuentas con su familia en “My Old Man” (el padre que pasa de héroe a villano) y en “Smiles”, donde justifica su permanente cara de mala leche: “De pequeño me enseñaron que no debía sonreír”. Y lo cumplió a rajatabla. El disco está lleno de riffs stonianos y aires de honky tonk, y se cierra con un magnífico “Teach The Gifted Children”, que incluye guiños al “Take Me To The River” de Al Green.

La boda con Sylvia parece haber apaciguado el lado más vicioso de Reed, que saca a relucir su vertiente hogareña en el plácido “My House” y le dedica a su mujer “Heavenly Arms”. Pero junto a hermosos tiempos lentos, somnolientos y de raíz velvetiana como “Women” y “The Gun” (que esconde una violencia larvada), “The Blue Mask” acoge también episodios cómicos (“Average Guy”), baladas básicas de sonido maquetero (“The Heroine”), rock atolondrado (“Waves Of Fear”) y los ecos folk de “The Day John Kennedy Died”, una loa a JFK en plena era Reagan.

A pesar de que parece haber encontrado la horma de su zapato en una banda sólida formada por Fernando Saunders, Fred Maher y Robert Quine, los ochenta no le acaban de sentar bien. “Legendary Hearts” es uno de sus discos más anodinos y menos inspirados. Los mejores momentos los proporcionan el tema titular –una de sus desarmantes canciones de amor–, el dramático “Betrayed” y el crepuscular “Home Of The Brave”, en el que muestra el otro lado del sueño americano. Pero se echan en falta los chispazos creativos de otros tiempos.

Pese a lo que parece indicar su título, lejos de procurar “nuevas sensaciones”, este disco es puro mainstream. Rock americano en su acepción más comercial, que se traduce en temas llenos de optimismo autoafirmativo como “I Love You, Suzanne”, “My Friend George” o ese “Doin’ The Things That We Want To” que constituye un indisimulado homenaje al cine de Scorsese. Y si en “What Becomes A Legend Most” se muestra dramático y teatral, su orgullo de neoyorquino castizo sale a relucir en “High In The City” (con steel drums y coros soul) y en “Down At The Arcade”.

Otro disco irregular en su trayectoria que, en todo caso, acoge dos temas peculiares. Uno es el vibrante “No Money Down”, cuyo vídeo muestra a Reed como un robot humanoide. El otro es “The Original Wrapper”, en el que muestra sus aptitudes como rapero, en una suerte de respuesta al “The Message” de Grandmaster Flash. Algo que no debería extrañar, pues, no en vano, Lou Reed recita más que canta en una gran parte de su cancionero. El disco se abre con una reflexión sobre su vida pasada (“Mistrial”) y, como anécdota, Rubén Blades hace coros en dos temas.

Y tras una década de los ochenta no especialmente brillante para nuestro protagonista, llega la redención con uno de sus mejores discos, en forma de tributo a su querida ciudad. Una obra pegada a la realidad política y social y a toda la herencia musical americana, que se abre con “Romeo Had Juliette”, una emocionante revisión de Romeo y Julieta llevada al Spanish Harlem. Por su parte, “Dirty Blvd.” es uno de sus últimos grandes clásicos. Pero también hay guiños a Dylan, cantos ecologistas, ecos country y orgullosas llamadas a la acción y a la rebelión.

Tras la muerte de Andy Warhol en 1987, Lou Reed y John Cale se encontraron en su funeral tras años de conflicto personal. De hecho, no habían trabajado juntos desde “White Light / White Heat” (1968). Allí mismo decidieron llevar a cabo este homenaje a Drella (contracción de Drácula y Cinderella), que era como llamaban a Warhol en la Factory. El resultado es de una belleza espectral, que emana de la simplicidad (solos Cale y Reed con guitarra, piano y viola) y de unas composiciones soberbias, que recorren la vida y milagros del rey del pop art.

La pérdida de algunos de sus amigos inspira “Magic And Loss”, un disco mágico y onírico, de tonos atmosféricos. El espíritu mortuorio se palpa en temas como “Cremation” (poesía fúnebre) o en “Gassed And Stoked”, cuya pulsión casi heavy no oculta el lamento por la pérdida de su amigo, el compositor Doc Pomus. Pero hay también grandes momentos como la solemnidad silenciosa de “Magician”, el emocionante apocalipsis de “Power And Glory”, el precioso medio tiempo de “Goodby Mass”, el trenzado de guitarras de “Harry’s Circumcision” o la deslumbrante magia del tema titular.

Injustamente minusvalorado, este es uno de los álbumes más personales y originales de su discografía reciente. En él canta más y recita menos de lo habitual, y cuenta con una producción exquisita a cargo del propio Reed. Se abre con “Egg Cream”, crudo rock sucio a lo VU, e incluye grandes temas de estructura compleja como “NYC Man” (una nueva oda a su ciudad), un homenaje a Sterling Morrison, fallecido un año antes (“Finish Line”), baladas luminosas (“Trade In”), trallazos de boogie-rock (“Sex With Your Parents”) y divertido power pop (“HookyWooky”).

Con Hal Willner como coproductor y Laurie Anderson como inspiración (y colaboradora con su violín eléctrico), Lou Reed publica un disco conceptual sobre sus experiencias amorosas. Con una portada que parece retratarlo en pleno orgasmo, “Ecstasy” comienza con ese catálogo de neuras que es “Paranoia Key Of E”. Y sigue un vía crucis de vaivenes amorosos, entre la cadencia bossa de “Ecstasy” y su obsesión por Van Gogh en “Modern Dance”, entre la hipnosis del extenso y ruidoso “Like A Possum” y la deliciosa balada romántica “Turning Time Around”.

Tras su participación en el espectáculo “POEtry” de Robert Wilson, surgió la idea de grabar un disco basado en los relatos y poemas de Edgar Allan Poe, que se materializó en un trabajo mucho más sólido de lo que algunos piensan. En él aparecen recitados sobre fondos misteriosos y atmósferas de pesadilla a cargo de actores como Willem Dafoe y Steve Buscemi, y colaboraciones de artistas como David Bowie, The Blind Boys Of Alabama, Ornette Coleman (en el genial “Guilty”) o Antony Hegarty, en su alucinada y alucinante relectura de “Perfect Day”.

La influencia de Laurie Anderson y la pasión de Reed en los últimos tiempos por el taichi y las técnicas de meditación lo llevaron a alumbrar esta obra que sirve de complemento perfecto y reverso luminoso de “Metal Machine Music”. Dos piezas largas y dos más cortas en clave de chill out que contienen envolventes drones, sonidos de electricidad estática y, sí, vientos del río Hudson. Música meditativa que podría haber entrado perfectamente en el catálogo del sello de Brian Eno, Obscure Records.

La discografía de Lou Reed se cierra, al menos de momento, con uno de sus trabajos más controvertidos: “Lulu”. Se conocieron en la ceremonia del 25º aniversario del Rock And Roll Hall Of Fame, se gustaron y Metallica y Reed decidieron realizar un disco conjunto basado en las mismas piezas teatrales de Frank Wedekind con las que Alban Berg compuso su ópera “Lulu”. La grabación fue conflictiva, pero el resultado es tan imprevisible como audaz y excepcional, uniendo los mundos de ambos. Entre el thrash metal, la experimentación sonora más exquisita y el misterio absoluto. ∎

Las recopilaciones de Reed, por lo general y salvo excepciones, no suelen incluir rarezas ni curiosidades. “Walk On The Wild Side. The Best Of Lou Reed” (1977) y “Rock & Roll Diary. 1967-1980” (1980, con temas de VU) son apuestas de sus compañías RCA y Arista sin ningún atractivo. En cada país se publicaron diferentes compilaciones (en España, por ejemplo, los dos volúmenes de “Grandes éxitos de Lou Reed”), a menudo en series low budget y con poco interés. Entre ellas, figuran “New York Superstar” (RCA, 1978), “Wild Child” (Pair, 1982), “City Lights” (Arista, 1986), “Retro” (RCA, 1989), “A Retrospective” (RCA, 1993), “The Best Of Lou Reed & The Velvet Underground” (Global Television, 1995), “Different Times. Lou Reed In The 70s” (BMG, 1996), “The Definitive Collection” (Arista, 1999) o las muy completas “The Very Best Of Lou Reed” (Camden-BMG, 1999), “Legendary Lou Reed” (BMG, 2002), “The Essential Lou Reed” (RCA, 2011) y, sobre todo, “NYC Man” (RCA, 2003), que ofrece un repertorio (incluido el material de VU) seleccionado, secuenciado y remasterizado por el propio Reed. Eso sí, con pocas golosinas para los coleccionistas. Sin duda, es la mejor opción junto al box set de tres CDs “Between Thought And Expression. The Lou Reed Anthology” (RCA-BMG, 1992), que, aparte de su excelente selección, sí incluye buenos cebos para completistas: temas inéditos, tomas alternativas, caras B y una excelsa versión en directo de “Heroin” junto a Don Cherry. ∎

Incluso en sus momentos más yonquis, Lou Reed no ha dejado de ser nunca ese animal de escenario que ofrece siempre un plus en sus directos. Queda patente en su primer live en solitario, “Rock N Roll Animal” (RCA, 1974). Grabado en la Howard Stein’s Academy Of Music neoyorquina, es, sin duda, uno de los mejores discos en directo de la historia del rock. Reed en carne viva, ofreciendo sus miserias en público en un recorrido por el material de la Velvet, que se ve sometido a un tratamiento casi heavy metal y en el que sobresale la labor de los guitarristas Dick Wagner y Steve Hunter. Tendría una excelente segunda parte en “Lou Reed Live” (RCA, 1975), registrado en el mismo concierto, pero con repertorio de su carrera en solitario.
“Live. Take No Prisoners” (Arista, 1978) pasaría a la historia, sobre todo, por el famoso affaire con la portada no acreditada de Nazario y por un sonido maquetero que no quita brillo a un cancionero formado por piezas de la Velvet y de Reed solo. “Live In Italy” (RCA, 1984) corresponde a la poco gloriosa época de “Legendary Hearts” y sería reeditado como “Live In Concert” (Candem-BMG, 1996).
Por su parte, “Perfect Night. Live In London” (Reprise, 1998) es un repaso acústico a su trayectoria en solitario grabado en el festival Meltdown de Londres. “American Poet” (2001) es un pirata “oficializado” de la época “Transformer”. “Animal Serenade” (Reprise-Sire, 2004) reúne material de su última etapa, y tiene el atractivo adicional de contar con Antony Hegarty haciendo coros. Y “Berlin. Live At St. Ann’s Warehouse” (Matador, 2008) constituye un desagravio a la frialdad con que fue acogido en su día “Berlin”. Filmado por Julian Schnabel en Brooklyn en 2006, ofrece nuevas aristas de una obra magna.
Capítulo aparte merecen dos de sus últimos trabajos en directo. El primero es “The Stone. Issue Three” (Tzadik, 2008), grabado por Reed con Laurie Anderson (violín, electrónica) y John Zorn (saxo). La crudeza de los feedbacks del primero se une a la sensibilidad poética de la segunda y el salvaje posfree ayleriano y colemaniano del último en tres momentos de improvisación magnética. Finalmente, “The Creation Of The Universe” (Sister Ray, 2008), editado como Lou Reed’s Metal Machine Trio, es un doble CD que parte de los hallazgos de “Metal Machine Music” para crear un embrujador magma de free jazz, illbient y noise. ∎