Un Lou Reed vapuleado por las drogas duras, al que la censura franquista vetó “Heroin”. Conciertos, según las crónicas de la época, crudos, distantes... e iniciáticos. Apertura con “Sweet Jane”, un bloque de “Berlin” y “Rock & Roll” como último bis. Doug Yule, ex-Velvet, a la guitarra y órgano.
Del nuevo disco solo tocó dos temas, y el repertorio se asentó en piezas pretéritas y una ampliada sección de “Berlin”. Intensa conexión con una banda poderosa, con la guitarra sintetizada de Chuck Hammer y el teclado de Michael Fonfara.
Prolongación ampliada del set de 1979 en grandes recintos. En Madrid, cataclismo: al minuto 18, tras esquivar una colilla que le lanzan desde el público, Reed corta el concierto y la confusión deriva en la toma y saqueo del escenario. Tardó nueve años en volver a la ciudad
Un Reed saneado y profesional, con nueva banda (Robert Quine, ex Richard Hell & The Voidoids), en recitales sobrios que no rehuyeron clásicos y guiños Velvet, como “I’m Waiting For The Man” y “White Light / White Heat”.
La narrativa de “New York” dio pie a recitales con el álbum como eje y propinas que viajaban del estándar “One For My Baby (And One More For The Road)” a los clásicos. Refinada banda, con Mike Rathke (guitarra) y Rob Wasserman (bajo). En Madrid, el cabeza de cartel fue Simple Minds.
Otra tanda de recitales conceptuales en base a “Magic And Loss” con un provechoso repertorio de tintes espectrales, ampliado con citas a “New York” y los hitos históricos. Americana blanca, gafas graduadas: se afianzaba el Lou intelectual (y perfeccionista).
El nuevo disco no imponía un orden temático y los conciertos recuperaron el tono antológico, aunque con dominio del material contemporáneo y los oldies habituales (revival de “Satellite Of Love”).
Material del disco acústico “Perfect Night. Live In London”. Un Reed con otra intensidad, renovando las citas históricas con “I’ll Be Your Mirror”, “Perfect Day”, “The Kids” y “Kicks”.
Como reacción a la gira desenchufada, la campaña “Ecstasy” trajo a un Reed velvetiano, de guitarras abrasivas y distanciamiento del greatest hits.
En el tándem Reed-Anderson, poético y audiovisual, fue esta segunda la que demostró un mayor dominio del medio. Tras su esbozo narrativo en el Grec de 2002, el formato llegó más lejos siete años después, integrando canciones (de “Pale Blue Eyes” a “Junior Dad”, que grabaría con Metallica) en versiones esencialistas, con elaboradas texturas de guitarra.
Cambio de formato, sin batería, con el chelo de Jane Scarpantoni, la voz invitada de Antony y el aditivo coreográfico del maestro de taichi Ren Guangyi para presentar el repertorio asentado en la obra de Poe.
Las siguientes incursiones escénicas, con Tony Smith reincorporado a la batería, mostraron intenciones más previsibles y festivaleras (aunque los repertorios de 2006 resultaron un tanto opacos).
Única fecha en España, tras caer Madrid, San Sebastián, Benidorm y Sant Feliu de Guíxols, de la gira-remake de “Berlin”, con veintisiete músicos (coros, vientos, el repescado Steve Hunter) y la reproducción minuciosa del álbum maldito.
El último concierto de Reed en España lo mostró en su faceta más extrema junto a su Metal Machine Trio, evocando el ruidismo de “Metal Machine Music”, que ahuyentó sobre la marcha al público no informado. ∎