Cuentan que en cierta zona del imperio inca que hoy en día forma parte de Perú existe una piedra muy especial. Su tamaño es enorme, tiene más de tres metros de alto y está cuidadosamente tallada. Se encuentra en mitad de ninguna parte, como caída del cielo, sin dar paso a nada que se pueda ver con nuestros ojos. Cuentan también que los iniciados en sus misterios son capaces de sentir la tremenda energía que de ella emana y que, si te colocas en la posición correcta, la piedra es capaz de dejarte pegado a ella hasta que, como si por su propia voluntad fuera, te suelta. En su nueva visita a Madrid –única fecha española de la gira The “WE” Tour–, Arcade Fire intentaron ser otra vez como esa piedra mágica para mantenernos embelesados y pegados a sus canciones, pero el hechizo no pasa por su mejor momento.
El primer bajón de la velada lo conocimos mucho antes de entrar. Feist, que debía haber abierto todos los conciertos de esta gira, la había abandonado tras los dos shows inaugurales del periplo europeo cuando se conocieron las acusaciones de conducta sexual inapropiada contra Win Butler, cantante y líder del grupo. Antes de esto, en el mes de mayo, era William Butler quien dejaba la banda para centrarse en su carrera en solitario. Importantes cambios rodean a estos conciertos, cuyas circunstancias a buen seguro no olvidarán fácilmente los miembros de Arcade Fire. Pero todo esto no pareció importar a las 15.000 personas que llenaron el WiZink Center.
Después de disfrutar del “Bolero” de Maurice Ravel completo a modo de introducción, los de Montreal tomaron el escenario para abrir con “Age Of Anxiety”, la canción con la que también comienza su disco más reciente, “WE” (2022), y que sirvió para ir tomando la temperatura a un público que ya venía convencido desde casa. La banda sonando como un cañón certificaba que, cuando vienen tiempos convulsos como los que están viviendo, hay que tirar de tablas y oficio para sacar el trabajo adelante. Respecto al repertorio, incluyeron hasta siete canciones de ese último trabajo, algo más meditabundo que sus predecesores, en un cancionero repleto de grandes éxitos que no escatimaron, como “Rebellion (Lies)”, “Everything Now” o “Ready To Start”.
Alguien de entre el público dijo: “Si no quieres que piensen, entretenlos”. Y a entretener se dedicaron durante las más de dos horas de concierto. No faltaron ningunos de los tics que les han convertido en una banda de multitudes: los estribillos coreables, la comunión con el público, los paseos entre las masas… Hasta se atrevieron con una versión de “Spanish Bombs” (The Clash) en el tramo final, justo antes de finalizar con “Wake Up” y poner patas arriba el recinto. Al terminar, se fueron por donde habían venido, mezclándose con el público en una batucada con la que intentaron convencer a fuerza de buen rollo incluso a los asistentes más ceñudos.
Esa energía populista y efectiva que impregna las canciones de Arcade Fire y que permite cantar sus estribillos a modo de lo-lo-lo futbolero sin sentirse culpable hizo que durante el concierto la realidad se evaporara. Olvidamos los titulares, los problemas, las imperfecciones del sonido e incluso las acusaciones de acoso sexual al tipo que frente a nosotros sudaba la gota gorda para divertirnos, permitiéndonos vivir un estado transitorio de euforia colectiva. Al terminar la música, volvimos a darnos de bruces con la noche madrileña y una pregunta rondaba en mi cabeza: ¿es emoción verdadera lo que hay en estas canciones? ∎