El paso de Elza Soares (1930-2022) por el Auditori Rockdelux del Primavera Sound de 2017 es recordado como uno de los momentos del festival. Vino a presentar “A mulher do fim do mundo” (Circus, 2015), su vigésimo noveno álbum de estudio, un trabajo vanguardista en el que abundan las guitarras distorsionadas y la electrónica, tratando temas como la violencia de género, la transexualidad o la negritud. Sentada en una especie de trono-altar, Soares escanció su aún poderosa y ronca voz secundada por unos músicos y un público mucho más joven que ella, todos rendidos ante la magia de esta especie de diosa negra, mulata más exactamente, de la música brasileña, con una longeva carrera de más de seis décadas y una vida muy convulsa que la obligó a convivir con maltratos y vejaciones desde temprana edad.
Pero su fuerza de voluntad y carisma le permitieron superar todas las desgracias, desde su nacimiento en la extrema pobreza en una favela de Río de Janeiro hasta un primer matrimonio cuando aún era una niña de doce años, pasando por un sonado idilio con Garrincha, otro dios negro, pero del fútbol, con el que vivió una tormentosa relación sentimental.
Una de las anécdotas más célebres, y que sirve para definir su carácter, es la de su debut amateur, cuando participó en un concurso radiofónico en 1953, presentado por el mítico compositor Ary Barroso. Ataviada con ropa de su madre, deshilachada y vieja, que le quedaba grande, se burló de ella al preguntarle en tono paternalista “¿de qué planeta vienes, hija mía?”, y ella, sin cortarse un pelo, le respondió “del ‘Planeta Hambre’”. Aunque, tras ganar el concurso, fue el propio Barroso quien afirmó que había nacido una estrella.
Pero su condición de mujer negra y pobre siguió siendo un obstáculo. Así, no fue hasta 1960 cuando pudo grabar su primer álbum, “Se acaso você chegasse”, para la compañía Odeon, en la que permaneció hasta 1973 explorando a fondo su faceta de sambista ecléctica en 17 álbumes, incluyendo trabajos en directo. Lejos de la saudade tradicional, sus discos rezumaban primero swing, con arreglos orquestales de categoría, como los que se incluyen en el seminal “A bossa negra” (Odeon, 1961); era además una consumada practicante del canto onomatopéyico scat, tanto que no extraña que Louis Armstrong se declarase fan incondicional. Cuando la bossa nova hacía furor, sacó el disco de ingenioso título “Sambossa” (Odeon, 1963), y llegados los 70 adaptó el samba al soul, tal como evidencian los arreglos de “Elza pede passagem” (Odeon, 1972) y una portada en la que luce pelo afro y pantalones pata de elefante. Luego fichó por Tapecar, un sello independiente, y CBS, convertida ya en un referente de la mejor MPB (Música Popular Brasileña).
Los 80 fueron una mala época. Sumida en depresiones, fue rescatada por Caetano Veloso, que la invitó a colaborar en su disco “Velo” (1984). Pero las desgracias siguieron y la muerte de su hijo Garrinchinha en 1986 la llevó a las drogas y a una tentativa de suicidio. La caja “Negra” (EMI, 2003), con 12 CDs, recopila la veintena de discos que grabó en su primera edad de oro, entre 1960 y 1988, además de algunas rarezas.
En 1997 se publica su biografía, escrita por José Louzeiro y de significativo título: “Cantando para no enloquecer”. Llevaba una década alejada de los estudios de grabación, pasando largas temporadas en Estados Unidos, donde cayó en las garras de una secta religiosa. Su retorno por todo lo alto se produjo con el álbum “Do cóccix até o pescoço” (Maianga, 2002), arropada por la plana mayor de los músicos brasileños.
Su condición de matriarca y musa de la MPB se incentivó en el nuevo milenio, convertida también en un referente para las nuevas generaciones. Así, en 2014 estrenó el espectáculo “A voz e a máquina”, que, tal como indica el título, se sustentaba en los sonidos electrónicos de tres DJs. Esto la preparó para lo que vendría luego, una trilogía que se ha convertido en el testamento de su concienciación y modernidad. Primero fue “A mulher do fim do mundo”, considerado uno de los mejores discos brasileños del 2015, que tuvo su continuación con “Deus é mulher” (Polysom, 2018), y su último trabajo de estudio fue “Planeta Fome” (Deck, 2019), publicado justo cuando fue nombrada doctora honoris causa por la Universidad Federal do Rio Grande do Sul, la más prestigiosa del país. Quién se lo iba a decir a aquella niña que fregaba escaleras. ∎

Dos discos significativos de su primera época, con una adictiva mezcla de samba, jazz y bossa nova, potenciada por unos torrenciales y jugosos arreglos orquestales, que llevan su voz en volandas, en la línea de las mejores divas afroamericanas (por ejemplo, la Della Reese del swing y el chachachá o la Dakota Staton de “Time To Swing”). Pero en el caso de Elza, sus discos además de mucho swing desprenden tropicalismo con saudade, como el de su segundo álbum, “A bossa negra”, en el que parece un cruce entre Ella Fitzgerald y Carmen Miranda, en invariables temas uptempo que rezuman samba clásica, tal como dice una de sus canciones, a ritmo de swing & roll: “O samba está com tudo”. Y en ese contexto de orquesta impulsiva y voz exultante, se agradece la saudade portuguesa de “Cadeira vazia” o la samba triste de “As polegadas da mulata”, que abraza la bossa, un estilo más melancólico que penetra a fondo en “Sambossa”, su cuarto álbum, tal como indica la inicial “Rosa Morena”, sin renunciar al scat ronco marca de la casa. Caricia y raspadura, como la vida misma, con una intención más pop, tal como transmite el look de la portada. Su mezcla de seda vocal y scat guasón sigue swingueando de maravilla, mezclando temas de Dorival Caymmi, João Roberto Kelly, Jobim y otros nombres relevantes, pero menos conocidos, como Billy Blanco. El sonido se sofistica y se ralentiza, hasta lograr triunfos lounge como “Leilão”. Pero la sabrosa samba que no falte, a la manera del carnaval, como en “Só danço samba”, o la emblemática “Mulata de verdade” que cierra el disco, otra adictiva rendición al estilo desafinado de la bossa, aunque siempre a tono.

Con gran dominio logra transportar a su mundo una colección de canciones de autores que la admiran y que le valió su primera nominación a los premios Grammy. Chico Buarque, Caetano Veloso, Jorge Ben Jor, Arnaldo Antunes, Carlinhos Brown o Luiz Melodia le ceden canciones para que las use a su gusto. Como esa descarnada, y nunca mejor dicho, “A carne”, de la que es coautor Seu Jorge, en la que, a ritmo de funk gomoso repite, como si fuera una vendedora callejera, “A carne mais barata do mercado é a carne negra”. El funk elegante y dislocado preside también “Eu voi ficar aquí”. Estamos ante un sofisticado producto, producido con mano maestra por Alê Siqueira, que bebe de los Talking Heads de “Remain In Light” (1980) en “Etnocopop”, luciéndose al scat. Es un elaborado, versátil y vanguardista álbum que se sitúa entre lo mejor de su producción, combinando la saudade arrabalera de “Fadas” y su acordeón con el hip hop electrónico e incisivo de “Haiti”. Elza se adapta a muchos registros, íntimos y dramáticos, como el de “Flores horizontais” –cuya voz y piano la convierten en un sinuoso blues carioca, que avala su faceta de crooner–, y más folklóricos, caso de “A cigarra”, con un ritmo dominado por berimbau, o el largo popurrí final, con la samba criolla de voz y percusiones al más puro estilo batucada, sin dejar de sonar moderna.

Tiene mucho mérito el éxito internacional y el prestigio crítico que obtuvo su disco más experimental, editado en 2015 en Brasil y un año después a nivel internacional a través del sello Mais Um. Un dechado de inventiva atribuible, más que a ella, a sus colaboradores. Jóvenes músicos de la escena alternativa brasileña, como Kiko Dinucci (Metá Metá), el grupo Bixiga 70 o el percusionista y productor Guilherme Kastrup. Entre todos dan a las canciones un tono turgente y hasta caótico, que invoca las guitarras ululantes del rock en la empoderada “Maria da Vila Matilde” –cuyo estribillo repite “cê vai se arrepender de levantar a mao para mim”– y el post-punk en “Luz vermelha”. Lo explícito se evidencia en el punk-funk terso de la sexualmente explícita “Pra fuder” (“Joder”) y en una escabrosa “Benedita”, en el más puro estilo deconstructivo Tom Zé, protagonizada por un travesti inmerso en un mundo de crack y violencia. Los arreglos afrobeat de Bixiga 70, solapados entre scratches y rimas disonantes, dan a “Firmeza” empaque rítmico y modernidad. Se trata de bailar, pero sin dejar de experimentar, como enfatiza “Dança” en clave casi techno. Las sorpresas saltan a cada canción; “O canal” aúna groove y melancolía con esa voz rasposa y nasal, de mujer madura y vivida; las cuerdas que mecen “Solto” le dan tono de música de cámara, y el cierre, “Comigo”, mezcla música industrial y a capela. En 2017 se editó una versión del álbum con remezclas aportadas por Laraaji y Gilles Peterson, entre otros.

Utilizando como título su famosa réplica a Ary Barroso, el último disco de estudio, lejos de relamerse en la nostalgia, es otra vuelta de tuerca a un final de carrera en el que Soares ya no tiene que demostrar nada, solo dejarse llevar por la inercia creativa de sus colaboradores. El primer single, “Libertação”, a lo bloco afro-rock, es obra de Russo Passapusso, del grupo BaianaSystem, y en él participa Virgínia Rodrigues. En “Blá blá blá” el coautor e invitado es BNegão (ex-Planet Hemp), que recurre a un sample de Tim Maia. En el funk-rock “Não tá mai da graça” recupera la letra de “A carne”. El compromiso con el movimiento LGBTI+ incluye el himno contra la homofobia “Não recomendado”, obra del cantautor gay Caio Prado. En sus manos la samba se puede transformar en rock, caso de “País do sonho”, o en el reggae de “Comportamento geral”. La samba “Pequeña memória para um tempo sem memória” deviene sutileza orquestal, lo mismo que “Tradição”, aunque en clave más cinemática. ∎