La responsabilidad compartida entre Miles Davis (1926-1991) y Teo Macero (1925-2008) en “In A Silent Way” (Columbia, 1969) supuso que la música experimental podía sostenerse en el tiempo. Para la grabación del álbum contó con Wayne Shorter (saxo soprano), John McLaughlin (guitarra eléctrica), Chick Corea y Herbie Hancock (pianos eléctricos), Joe Zawinul (órgano) Dave Holland (bajo) y Tony Williams (batería). Y la lectura que hizo el productor del material grabado mereció que se le considerase coautor de la obra, aunque no conste como tal. Ese nivel de posproducción no tenía precedentes en el jazz. La reordenación de las pistas encontró su razón de ser en la concreción de un sonido que rozaba el silencio.
En un momento determinado se sopesó titular el álbum “Mornin’ Fast Train From Memphis To Harlem”, en consonancia con el interés del trompetista por la música popular negra, pues no admitía ningún otro calificativo. “I play black”, decía para referirse al soul, al funk y al rhythm’n’blues, pero finalmente se desechó. El productor, que trabajó con el músico desde 1959 hasta 1983, demostró ser un visionario en la sala de edición. Sabía cómo pensaba y sentía el jazzman. Macero dio sentido a un experimento sonoro que partía de la improvisación, la intuición, el riesgo y el talento. El pentagrama se convirtió en un elemento residual, casi marginal.
La música y el estilo de vida de Miles Davis estaban influenciados por una ola de nuevos sonidos e ideas, y respondía profundamente a la música de James Brown, Sly Stone y Jimi Hendrix. Después de alcanzar la excelencia del jazz acústico, el compositor se centró en metamorfosear nuevos sonidos que imaginaba. Las sesiones llevadas a cabo en febrero de 1969 en el estudio de Columbia Records, en la calle 30 de Nueva York, cambiaron la dirección del jazz y en buena medida agujerearon el cajón de las etiquetas musicales. En el seno de la discográfica hubo cierta reticencia con el resultado final del álbum, pues se consideraba que el minutaje era corto; además, en función de lo grabado, faltaban piezas. En consecuencia, se estimó oportuno imprimir una leyenda en la carátula para orientar al aficionado: el disco se editó como “In A Silent Way. Directions In Music By Miles Davis”. Una bitácora para saborear qué pasó con unas mentes privilegiadas. A partir de un concepto apenas escrito, elaboraron unos desarrollos instrumentales que desde el origen resultan contemporáneos. La incorporación del piano Rhodes, el cambio de Shorter del saxo tenor al soprano, la creatividad compositiva y la manera de tocar los teclados de Zawinul, autor de la pieza que da título al álbum, tiene mucho ver en ello. Más la inclusión de la guitarra eléctrica y la ductilidad de la sección rítmica.
Apenas 40 minutos para adentrarse en el futuro. El disco está compuesto en la cara A por el tema-suite “Shhh/Peaceful”, una aventura relajante liderada por una suerte de pasajes psicodélicos. Y en la cara B se repite la fórmula con “In a Silent Way/It’s About That Time”. Este último título se convertirá en una interpretación clásica de Davis y Shorter, adelantando lo que vendrá con “Bitches Brew” (Columbia, 1970), publicado meses después. La canción se relaja y vuelve a “In A Silent Way” a manera de coda; la idea surgió durante las mezclas.
El álbum resultó ser un artefacto transformador, por no decir subversivo, en el ideario de la producción musical. La crítica discrepó del resultado final. En cambio, un sector juvenil, urbano y predominantemente blanco que no sabía quién era Davis, pero estaba atento a las progresiones del rock, se interesó por esa nueva dirección del sonido. El silencio empezaba en la foto de la cubierta de Lee Friedlander. Si el recopilatorio “Birth Of The Cool” (Capitol, 1957; con material registrado en sesiones de 1949 y 1950) y el álbum “Kind Of Blue” (Columbia, 1959) son cimas de Davis, en 1969, en medio de un mundo que amanecía caótico, enojado y violento, “In A Silent Way” supuso un bálsamo.
Las audiciones quedan registradas en bobinas de dos pulgadas, las conocidas job reels o bobinas de trabajo. Ese proceso lo inició Columbia en 1967, con la compra de un magnetófono Ampex de ocho pistas que ofrecía múltiples posibilidades a partir de la manipulación de efectos dinámicos y temporales del sonido. La tecnología a aplicar creció rápidamente hasta las 16 pistas y así sucesivamente. El color de la producción atendía tanto al silencio como al tono y la atmósfera.
La máxima expresión de este proceso se encuentra en la triple caja “The Complete In A Silent Way Sessions” (Columbia-Legacy, 2001), que contiene todas las piezas por orden cronológico, incluido material inédito de aquel entonces. El productor Bob Belden reconstruye la mezcla, eliminando las impurezas provocadas por la técnica original. Ese procedimiento resalta el concepto de la responsabilidad compartida entre el instrumentista y el productor, cuyo objetivo no es otro que una música experimental en evolución que se desenvuelve en el tiempo.
Según relatan el músico Enrico Merlin y el musicólogo Veniero Rizzardi en su estupendo y poliédrico “Bitches Brew. Génesis de la obra maestra de Miles Davis” (2009; Global Rhythm, 2014), Davis era consciente de que se podía observar el álbum como producto de la intuición. Como si de unos simples esbozos se tratase. Es fácil decirlo, pero el camino recorrido hasta hallar el sonido del futuro anhelado le ocupó la mayor parte del segundo lustro de la década de los sesenta. De todo ese laboratorio surgieron discos interesantes que aparecieron a lo largo de los años setenta y más allá. Adalides de esas nuevas sonoridades son el saxofonista Wayne Shorter, que se asoció con Joe Zawinul para crear Weather Report, y el teclista Herbie Hancock, que se embarcó en una magnífica carrera en solitario. Mientras, Chick Corea fundó Return To Forever, y John McLaughlin dirigió Mahavishnu Orchestra.
Zawinul, que siempre reivindicó la autoría de la pieza que da título álbum, era el nuevo valor en alza que entendió que había suficiente espacio para experimentar sin que el resultado final fuese clasificado como rock o como jazz. El músico vienés daría cumplida respuesta al enigma mediante el uso de sintetizadores. “In A Silent Way” no es ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. El productor Michael Cuscuna considera que “In A Silent Way” resultó ser oportuno. “Si bien Davis logró su objetivo de una música de belleza austera, lo que quedó en la sala de montaje de Macero sigue siendo mucho más interesante que gran parte de toda la otra música experimental que se creó en ese momento, en gran parte porque suena suspendida en el tiempo”.
Cierto es que el trompetista mantuvo la escena del jazz en alerta durante décadas. Se podría decir que su talento alimentó su astucia. Nutrió el jazz, al tiempo que fue su mayor antagonista por sus ganas insaciables de innovar. Ni podéis conmigo ni sin mí. En definitiva, un iconoclasta recalcitrante. “In A Silent Way” resultó ser oportuno e intemporal. Los fraseos son libres y articulados. Suponen un impulso para la afirmación y la identidad de tocar en negro de Miles Davis, Teo Macero y compañía. Para los interesados, indicar que los archivos sonoros del productor están bajo custodia y preservación de la New York Public Library.
El groove que se desprende de tanto talento sustantiva una red de seguridad. Pero también es un elemento definible, ya que es una plataforma eficaz para que el cerebro baile. Y anímicamente predispone a caminar en la dirección correcta. Así es como respira “In A Silent Way” desde hace 55 años. Un faro que señala el camino hacia la cima, no apto para pusilánimes. La dimensión de esta joya sigue vigente para descifrar el futuro sostenido. ∎