Échate un cafelito. Foto: Misha Kominek
Échate un cafelito. Foto: Misha Kominek

Entrevista

Kiko Veneno: a cantar como tú sabes

Volando vino Kiko Veneno, nacido en la gerundense Figueres en 1952, y se plantó en Cádiz y Sevilla para buscar desde allí la flor de la noche y cantarle como tú sabes. Buscando su armonía de bicho raro. Con tres discos en la alforja de lo memorable y unos cuantos estropicios esparcidos por ahí, ha dylaneado la rumba como nadie hasta ponerla al alcance de la mano del pueblo llano. En 1977 él y sus compinches, con los hermanos Amador al frente, fueron los más mejores. Aquello fue el éxtasis de la sinvergüencería. “Veneno” fue escogido por Rockdelux el mejor álbum español del siglo XX en el número especial del veinte aniversario de la revista. Lo celebramos con esta extensa entrevista.

La biografía de Kiko Veneno tiene momentos muy simbólicos: el primer single que se compró, en 1967, fue “I’m A Believer”, de The Monkees; su primera actuación en público se produjo amenizando una huelga en el salón de actos de la Universidad de Sevilla, en 1971; se licenció en Filosofía y Letras en 1974. Es decir, y sacando conclusiones a lo bestia de estos tres puntos: se cree lo que hace y es peleón, pero se involucra en causas complicadas, por no decir directamente perdidas. Lo de que en 1976 se recorriera media Andalucía en un carro de cómicos ya es la guinda romántica. De alguien así metido a músico, creo que sí se puede esperar que sea capaz de marcarse el considerado por esta revista mejor disco español del mundo mundial, el libertario “Veneno” (CBS, 1977), que adelantó por la izquierda a toda su época y que hoy aún deja en evidencia a tantísimas cosas de la nuestra. Pero también se puede esperar de alguien así que al año siguiente de ese hito se disuelva, él y Veneno, y que durante los ochenta se mueva por la música sin pena y sin gloria. Kiko se ha caído varias veces y solo una se ha levantado con verdadera fuerza. Lo hizo con “Échate un cantecito” (RCA, 1992), también en la lista de Rockdelux, y “Está muy bien eso del cariño” (RCA, 1995), que en el fondo son dos capítulos del mismo discazo.

Su irregularidad está ahí, pero hasta sus recaídas sueltan golpes de su genio en technicolor: “Currito ta ta ta” en “Punta Paloma” (RCA, 1997), “Coge la guitarra” en “La familia pollo” (RCA, 2000). No justifican nada, pero advierten de que el hombre que le escribió “Volando voy” a Camarón cualquier día puede volver a liarla. Ojalá sea pronto, que se le está necesitando mucho.

¿El disco “Veneno” nació a la contra, se hizo a pesar de muchas cosas?

“A pesar de”, no, porque “a pesar de” no se hace nada; el arte nunca puede ser a pesar de o en contra de nada. Aquel disco fue un empeño personal de Ricardo Pachón, y yo, cuando vi que él me daba esa confianza tan grande, me apunté a muerte y me peleé con todos los gitanos del mundo y con todo el que había que pelearse. Con “Échate un cantecito” me pasó algo parecido: ese fue una idea de Santiago Auserón, quien me convenció de la actitud que yo tenía que tener y de la positividad y de la paciencia para poder trabajar, para no quejarme de nada. Me decía Santiago: “¿Pero tú de qué coño te quejas de las compañías? Tú tienes que hacer las canciones; que las canciones las haces tú, no las compañías”.

A ti solo te cuesta mucho arrancarte.

Soy muy perezoso y me cuesta, sí, en fin... Necesito ayuda, soy muy flojo y muy perro también. Lo que me ha perdido muchas veces ha sido eso: pienso que puedo hacerlo, y me paro ahí.

Hay que ponerte en un brete, empujarte para adelante.

Sí, sí.

Porque el entorno del show business te echa para atrás.

Es que tengo la sensación de que, en la música española, en el momento en que las multinacionales ven el negocio, se hunde la creatividad. Luego, a partir de eso, lo que se va consiguiendo es por posturas muy personales y voluntariosas. Qué te digo yo... Bunbury. Lo que le he escuchado es una apuesta personal muy suya. La historia de la música popular española desde que entran aquí las multinacionales es pobre, muy pobre. No se ha dirigido bien este negocio. Se ha hecho muy mal. En vez de sacar discos frescos que nos alimenten, se han hecho discos con muy poca frescura, sin originalidad ni talento. Y eso lo ha viciado todo. ¿Dónde están esos discos que estás esperando con el alma en vilo, como cuando Camarón iba a sacar uno? ¿Quién hay hoy a ese nivel? Está Diego Carrasco, que tiene magia; muchas veces sus discos ni siquiera son completos porque le vienen ramalazos, pero ves que está el hombre solo en un desierto, que no hay quien le comprenda ni le baraje, ni quien le ayude a producir sus ideas. 

El humor que no falte. Foto: Misha Kominek
El humor que no falte. Foto: Misha Kominek
Ves individualidades, pero ninguna corriente colectiva.

Claro. Otro caso es el “Clandestino” de Manu Chao: a su aire y con su fuerza de voluntad, una de las grandes obras de la música en español. O lo de Peret. Bueno, Peret es que era un titán. Medio cojo también, que eso tenía tela; salía por la tele los sábados y te daba aquella caña en directo... Los discos, eso sí, los tiene muy mal grabados: los palmeros se le perdían... Yo flipaba, era horroroso. Lo escuchas ahora y con la distancia del tiempo te das cuentas de las dificultades que había entonces. Pero él tenía siempre esa cosa personal. Y Camarón. Un tío totalmente al margen de todo. Solo, tremendamente solo. Camarón tenía metido el estar solo porque era un genio, y los genios se tienen que comunicar con los planetas de verdad. Era un hombre cariñoso, sociable y amigable, pero él sentía la soledad de cantar como cantaba, de sentir como sentía y de elegir las canciones y las letras que elegía, y eso él lo llevó a muerte. Y por eso hizo esos discos brillantísimos... Y después las casas de discos ponían ahí las letras con una aberrante cantidad de erratas y falta de cariño por el trabajo de ese genio. Y lo siguen haciendo. Los discos de Camarón están con una cantidad de erratas y un desprecio por la obra... Tú no te puedes imaginar que un disco de Bob Dylan salga en Estados Unidos y las letras estén tan mal transcritas. Las multinacionales han traído aquí lo peor del colonialismo, hablando mal y pronto.

¿Qué es para ti un ejecutivo discográfico?

Para mí son como empresarios de churrerías. Ni aman la música ni la entienden. Y no es que les reproche que no la amen ni la entiendan. El asunto es que piensan que para qué tienen que entenderla si este es un negocio como otro cualquiera. Y ahí es donde está la diferencia con sus colegas ingleses, quienes, por ejemplo y generalizando, sí suelen entender de música porque la han mamado en los pubs, han visto nacer a los grupos... Y también porque en Inglaterra tienen un sentimiento colectivo de la música, de reunirse los sábados en los pubs y cantar canciones juntos... Nosotros hemos perdido todo eso. Lo conservamos solo en Andalucía y con otro estilo, que es un estilo mucho más individualista.

¿Y eso no se está perdiendo también en Andalucía?

También se está perdiendo. Si es que ahora mismo se está perdiendo todo. El otro día leí una columna de Eduardo Mendoza en ‘El País’ que hablaba de esto, de que si Jordi Pujol estaba quejándose del mestizaje; y mira que a mí Pujol me parece una persona bastante respetable, porque siendo de derechas es más de izquierdas que muchos de izquierdas que hay en Andalucía. Y entonces Mendoza escribía que cómo se podía quejar Pujol de que van a destrozar su raza o se va a mestizar el catalán cuando él como gobernante lo que ha hecho ha sido: con las masías, convertirlas en turismo de ese; con el campo, abandonarlo o para chalets y urbanizaciones; con la playa, destrozarla. Estás destrozando todo lo que es el país catalán y me estás acusando a mí, tú que estás promoviendo el cemento, la especulación, los transgénicos, el abandono de la naturaleza, la contaminación a ultranza... Coño, si es que no sabemos ya ni andar en tranvía; fíjate tú el adelanto que tenemos que los tranvías van vacíos y los coches no saben dónde aparcar. El otro día venía de Málaga para Sevilla a ensayar un músico mío. Venía en el tren solo en el vagón, y como estaba aburrido sacó los instrumentos de percusión y se pasó todo el viaje tocando. Pero ¿cómo nos podemos permitir ese despilfarro? Pues eso le decía Mendoza a Pujol, que cómo nos puede decir que se va a perder la esencia catalana si él ha destruido el país. Mira mi primo de Lleida, que hacía unas butifarras magníficas, que ya las hacía mi abuela, y le han puesto al lado la cadena de embutidos y lo han destrozado. Y ahora mi primo tiene que trabajar en Campofrío y no puede hacer las butifarras que hacía mi abuela.

Disfrazado, en la piel del Veneno original (Barcelona, 1978). Foto: Francesc Fàbregas
Disfrazado, en la piel del Veneno original (Barcelona, 1978). Foto: Francesc Fàbregas
Este hotel donde estamos hablando en Barcelona tampoco es catalán.

Pues tampoco lo es. Pero vuelvo a lo de las comidas. Yo es que recurro mucho al ejemplo de las comidas porque para mí la comida significa saber lo que quieres, saber de dónde vienen las cosas y dónde estás. Y a partir de ahí me gusta todo. A partir de comerme un melón en septiembre o una butifarra auténtica, sí puedo concebir viajar a la Luna y a Marte... A partir de ahí entiendo la vida, pero si me quitas eso... Y lo que estoy viendo ahora es que se está perdiendo todo y vivimos momentos tristes. Creo que justo aquí al lado, en el Fòrum, ha habido una zona de debates sobre estos temas que debe de haber sido interesante...

Bueno, yo discreparía mucho de las buenas intenciones del Fòrum.

Vale, pero si dejamos de lado esas discrepancias, ya es muy importante hoy en día el mero hecho de que nos sentemos a hablar, ¿no? Casi habría que conformarse un poquito con que haya habido simulacros de debate. Porque yo creo que Cataluña, con su tripartito a la cabeza, ha sido el antecesor del cambio político que ha habido en España. No nos olvidemos de eso. La gente piensa que Zapatero ganó las elecciones por lo de la guerra y las bombas, pero no; las elecciones las empezó a perder Aznar, el franquista ese, que es muy malo, con el tripartito. Aquí en Cataluña se dio un paso importante a pesar de esa campaña infame que intentó rentabilizar eso al máximo para la derecha. Pero se les ha vuelto el tiro en contra y me parece muy bien. Por eso, volviendo al tema del Fòrum, el hecho de debatir, o hablar de debates, ya me parece importante; como también me lo parece que la gente vea tranvías por la calle, aunque estén vacíos.

Cuando quieras hablamos un poco del disco “Veneno”, ya sabes...

Perfecto, hablemos del disco. Pero antes querría insistirte en esto, en que uno nota que se están perdiendo un montón de cosas. Y mira que soy optimista vital...

Para enlazar lo que dices con el contexto de Veneno, solo hay que ver cómo ha sido borrada y reescrita la transición española y el posfranquismo. Parece que muchos peces gordos de hoy no tengan pasado antes de 1977.

A mí eso me da miedo: el no querer mirar atrás y no ser conscientes de nuestra historia y de nuestro pasado. Es como si una persona renegara de la capacidad que tiene para autoanalizarse y preguntarse qué ha hecho en su vida, a quién ha hecho daño, dónde ha sido feliz, ¿no? Todos hacemos eso para poder vivir. Pero veo que vamos en una huida hacia adelante e incontrolable, perdiéndolo todo y sin capacidad para volver hacia atrás. Yo canto y bailo e intento ser feliz en medio de todo esto y tengo una actitud optimista, pero cuando nos ponemos a hablar en este plan, pues sí, soy pesimista. Me da mucha pena y me da miedo, tío, y no lo veo como una cosa pasajera; veo que la estamos cagando. Como sigamos así, cuando se acabe el petróleo yo te voy a matar para quitarte un litro de gasolina.

En tránsito por los ochenta. Foto: Jordi Fàbregas
En tránsito por los ochenta. Foto: Jordi Fàbregas
Durante siglos la gente luchando por ser libre, y ahora el personal va y se pone tan feliz porque es esclavo del teléfono móvil y encima se lo cobran.

Las cifras son espantosas. No solo en terrenos como la contaminación. Es que mira la de millones de personas que han muerto en las guerras del siglo XX. Da miedo pensar que el avance de la civilización conduce a la máxima crueldad. ¿Cómo puede ser que Kissinger tenga el Nobel de la paz y que no se lo quiten?

Un franquista como Rodolfo Martín Villa, que sería lo más parecido a nuestro Kissinger particular, también está mandando en Sogecable.

Es que a este lo han tenido que meter por culpa de todo lo que ha hecho Aznar en estos últimos ocho años intentando acaparar todos los medios de comunicación y reintroducir ahí el franquismo, acorralando al grupo Prisa para hacerlo inviable y dominarlo, creando esa plataforma digital a través de Telefónica... En definitiva, impedir el poquito de libertad que se estaba utilizando de una forma democrática en España. Que Prisa tampoco es que sea la hostia, pero por lo menos es una empresa independiente; tenía algo de democrática. Pero la han acorralado y le han metido ahí a Martín Villa en el consejo de administración, que está el tío ahí controlando con la armadura y con el casco... Y hasta que no han conseguido eso no han parado. Ha sido tremendamente frustrante ver en las trincheras de nuevo a mis héroes, a Eduardo Mendoza, a Manuel Vicent... a Haro Tecglen, el número uno. La gente preclara de este país, la que nos da vida y esperanza, que sabe escribir y pensar, gente que sabe entregar, en las trincheras...

¿Hablamos de tu carrera?

Perfecto, el mensaje ya lo hemos soltado, así que ahora vamos a por mi música.

Has dicho que escuchaste a Bob Dylan y entonces decidiste que ibas a ser músico. ¿Recuerdas cuál fue la primera canción suya que descubriste?

No, de la canción no me acuerdo. Dylan era como una cosa misteriosa que había por ahí flotando, una especie de cantante protesta, poeta pero rockero. El primer disco suyo que me compré, y el primero que se publicó en España, fue “John Wesley Harding” (de 1968). Curiosamente, la canción que le daba título es una historia de un bandolero parecida a la de mi tema “Malospelos”, el bandido bueno que roba a los ricos para dárselo a los pobres. Me gusta mucho la letra de esa canción de Dylan porque dice que el protagonista es un hombre cumplidor y de fiar y lo pone como un héroe. Aunque robe y vaya a contracorriente, lo hace con un código ético y unos valores humanos fuertes. Aquel disco, con “All Along The Watchtower” y “I Dreamed I Saw St. Augustine”, me impresionó mucho, tío, porque era el detonante que yo buscaba. A mucha gente le pasó lo mismo; y es que Bob tuvo un mérito, y yo creo que he continuado un poco por ese camino. Y me refiero a que él demostró que cualquiera puede cantar si se lo toma con una actitud seria y profundiza. No hace falta cantar muy bien, pero hay que volcar, hay que tener un procedimiento. Con él la música popular era algo muy cercano, no de privilegiados. Es difícil de explicar ese sentimiento que me transmitía. Era la libertad de que tú puedes hacer con tu voz lo que quieras y de que lo importante es pensar; y esa necesidad de cantar le salía muy de dentro. Por eso creo que me estimuló. Me dio ahí. Yo tendría entonces 16 o 17 años y cantaba poquillo; me sabía dos canciones de los Beatles malamente. Cuando descubrí a Dylan, aprendí un poco a tocar la armónica y hasta me compré el aparato ese que se cuelga del cuello. Recuerdo que por entonces también escuché el “Ara que tinc vint anys” de Serrat. Aquel verano estuve en Cataluña con mi primo Agustín, el que ahora trabaja en Campofrío, y me lo pasé escuchando el de Dylan y el de Serrat, que es un disco extraordinario, de los mejores de Joan Manuel. Después cantó muy bien, pero para mi gusto con demasiadas melodías. Aquel disco era muy concreto, muy de campo, tío, muy de pueblo... me gustaba mucho.

Llegan los noventa, con Juan Perro dando el cante. Foto: Juan Sala
Llegan los noventa, con Juan Perro dando el cante. Foto: Juan Sala
¿Aún sigues la trayectoria de Dylan?

Claro, “Time Out Of Mind” es un disco extraordinario y “Love And Theft”, otro. En este último ya notas que es un cantante mayor y tal, pero esa profundidad, esa seriedad, ese no querer que te cojan por ningún lado, esa falta de concesiones...

Las letras de ese disco son magníficas.

Son maravillosas, me las he sacado de internet y he flipado. Creo que ya ha quedado como un cantante para quienes amamos la música y esperamos las cosas importantes de la vida. No para esa gente intrascendente y superficial que está todo el día mirando la televisión y el móvil; esas personas ni van a entender ese disco ni se merecen entenderlo porque es una música solo apta para la gente que sigue dando preferencia al amor, a la comida y a la naturaleza.

La primera canción de “Love And Theft”, la que se titula “Tweedle Dee & Tweedle Dum”, ¿has pensado en versionarla?

¿Por qué me dices eso?

Porque escuchándola la veo hecha por ti, teledirigiéndola con esos aires de rumba que metiste en “Memphis Blues Again”.

Parece una buena idea, ahora que lo dices. Lo voy a mirar, a ver si me inspiro.

Hay otra de ese disco, “Summer Days”, que igual también podría cuadrarte.

Esto es muy curioso, porque Tweedle Dee y Tweedle Dum son dos personajes de “Alicia en el País de las Maravillas”, y he compuesto hace poco una canción para un proyecto de la compañía de ballet Los Ulen que se ha presentado en la XIII Bienal Flamenca de Sevilla y que se basa en esa obra de Lewis Carroll. Además, meter canciones por rumbas fue uno de mis principios en la música. Al año siguiente de lo de “John Wesley Harding”, empecé a sacar mis rumbitas. Le saqué una a la señora que ayudaba a mi abuela a hacer el mondongo, que es eso con lo que se rellenan las butifarras. Esa mujer se llamaba Fidela y tenía el culo muy gordo; era de Sidamon, el pueblo de Lleida de donde es mi madre. Le cantaba yo al culo de la Fidela. Me gustó también Peret y empecé a coger canciones de los Beatles y a meterlas por rumbas. Lo que hicieron Los Manolos hace unos años lo hacía yo en los sesenta con mis amigos y en las fiestas, rumbeándolo todo.

En 1973 ya habías visto en concierto a Dylan y a Frank Zappa, que para la época era estar bien espabilado. ¿Sigues la actualidad con el mismo ímpetu?

Lo que pasa es que la música me gusta mucho; y cuando escucho a mi hijo que se pone a The White Stripes o a Radiohead, pues le presto atención y hago un intento y lo disfruto lo que puedo; y hay cosas que me gustan. Pero cada vez menos porque el mundo de la música también está muy agotado: canciones de tres o cuatro minutos con los ritmos siempre iguales. Y si pensamos que Shakespeare escribió sus obras hace cuatrocientos años y se siguen representando y nadie las ha superado... Y ya no es que no se hayan mejorado, sino que nadie se ha atrevido a escribir de los temas que escribió él. Ni nadie se ha atrevido a escribir de nuevo “El Quijote”. Entonces, ¿por qué coño todo el mundo quiere hacer canciones legendarias que están ya hechas? Ayer mismo lo pensaba: de mil canciones que salen al mes, novecientas y un buen pico habría que tirarlas a la basura directamente. ¿Esto es una fábrica de música o de basura? No se pueden hacer mil canciones bonitas al mes. Es imposible. Sobre todo, porque el motivo de las canciones es que la gente las comprenda y las comparta en el inconsciente colectivo, y ese inconsciente no da para asimilar mil canciones nuevas al mes. Por eso hay una saturación extraordinaria. Eso es lo que yo percibo.

¿En la grabación de “Veneno” de qué hubo saturación? ¿De alucinógenos?

La verdad es que aquel disco lo grabamos bien puestos de todo, con mucha disipación. Era su sino: “Aparta el corazón de las mangueras” la había compuesto en una noche de borrachera y vómitos. Y me quedó una canción muy inspirada. “Los delincuentes”, “San José de Arimatea”... El álbum tiene temas muy buenos. Fue una explosión creativa, un grito de libertad que se fue forjando en directo en el estudio con todos asalvajados. A Raimundo y Rafael Amador les había conocido en bares de Sevilla, porque yo no iba por los barrios a descubrir gitanos con mentalidad de antropólogo; la nuestra era una relación normal y corriente de gente que conecta. Cuando les ponía los vinilos que tenía en mi casa, de Cream, de Jimi Hendrix, se volvían locos con las guitarras eléctricas. Con Veneno quise lanzar una música que sabía que nadie iba a hacer si no me ponía manos a la obra. Completamente al margen de lo que había, en el filo, un concepto novedoso.

¿Qué te pasó después de “Veneno”, que te embalaste tan cuesta abajo?

Para mí aquella había sido una etapa muy feliz, esos años de 1977 a 1979, cuando conocí a Camarón, a mi mujer, tuve a mi primer hijo, mi primer disco... Yo me quería morir ya. Yo me hubiera muerto en aquella época perfectamente. El problema es que quise seguir por la misma senda y me quedé solo. Bloqueado. Los Amador formaron Pata Negra y no supe qué camino tomar. Echaba tremendamente de menos la libertad que habíamos conseguido con Veneno pegando dos patadas. Me desorienté. Hasta el “Cantecito” no encontré otra buena vía para hacer canciones. Mucho menos desmadrada, sencilla y muy musical, cotidiana.

El radical libre del pop flamenco. Foto: Misha Kominek
El radical libre del pop flamenco. Foto: Misha Kominek
Es cierto que fue una vía nueva para ti; porque si “Veneno” sonaba a disco de madrugada, “Échate un cantecito” era para esas horas de la siesta cuando no te quieres echar la siesta. Pero ese disco también significó un reencuentro con el Kiko de 1977. De alguna manera, habías resucitado.

Me gusta mucho que me digas eso porque siempre he querido regresar a mi esencia del 77. Ahora estoy preparando un disco nuevo y tengo ese miedo, esa responsabilidad de no estar a la altura de aquello. Lo que necesito es sacudirme ese miedo y tener la valentía y la sinceridad de decirme que voy a volver, que se puede retornar a aquel estado. No quiero inventar nada; quiero regresar de Mercurio a Marte y de Marte volar a la Tierra, donde está la sardina, donde está el boquerón, donde está el barro que te pone los zapatos guarros, y los gusanos y las bacterias que todo lo fermentan y todo lo envenenan. Ese punto. Me gustaría volver a mi 1977 sin falsa nostalgia y sin pretender tener ahora 25 años. Aunque en el fondo de mi corazón sé que el mejor disco que he hecho es el de Veneno y que no haré nunca otro así, y no quiero que eso me frustre.

Pero quizá si regresas a aquel punto...

Es que resulta que muchas veces las primeras cosas son las mejores. El primer polvo que eché no se me olvida en la vida, y los demás se me han olvidado casi todos. Como en el fondo soy positivo, mi desafío ahora es sentir que soy el mismo que fui, comunicar eso con decisión. Charly, que es mi guitarrista y productor, me dice: “A esta canción le falta algo. Vamos a hacerla como Veneno”. Y me siento con esa obligación y con la capacidad de hacerlo, que es lo que me pone más nervioso porque yo me pongo nervioso cuando me siento capaz de algo. De repente sé que puedo, que casi lo tengo, y entonces ya empiezo a sudar. Muchas veces he sido demasiado autocomplaciente, y por ahí he flaqueado bastante. Y si la gente me lo pide y lo necesita, si yo se lo puedo dar y no lo hago, soy un mamón.

¿Qué te pasó con el disco “Punta Paloma”? De nuevo te perdiste.

Quería romper la dinámica de los dos discos anteriores, el del “Cantecito” y el del “Cariño”, y no sabía cómo. Y me encontré con la pared de la casa de discos y ya me amargué. Pero hay algunas canciones muy bonitas ahí, coño, la de “Currito ta ta ta” me encanta, o la de “Punta Paloma”, que me parece muy libre, muy por la cara y alegre; saca cosas de donde no hay con mucha sencillez. Es lo que te decía antes de Dylan; el valor de la música popular es ese, que parezca al alcance de todo el mundo, aunque todo el mundo no tenga la paciencia o ese puntito de habilidad para sacarla. Ese es el campo que me interesa, y aplicarlo a una música que haga que las personas se sientan bien, capaces y libres, con orgullo de pensar y estar a gusto consigo mismas. Aunque mira a Radiohead, unos chicos con talento musical, pero que en el fondo de su alma son unos chicos con problemas. Hacen música para chicos con problemas y mueven multitudes.

Multitudes con problemas.

Sí, sí (risas).

¿Te gustaría sonar por las radios? Ahora que vas por libre, sin sello y al margen de la industria, ¿qué has pensado para tu difusión, en internet?

Ahora estoy pensando en el barro y en las bacterias y en los planetas. Si pienso en el negocio, me bloqueo. Pero, claro, mi productor me dice: “Oye, que yo quiero trabajar con esto para que la gente lo escuche, para que le llegue”. Y yo le digo: “Sí, pero espera, Charly, que tengo aquí dos cosas guardadas dentro que las quiero sacar”. Porque para mí la música es eso, no lo otro. Aunque ya sé que en realidad son las dos cosas, eso y lo otro, y que hay una lucha ahí. Pero, claro, como yo ya me he acostumbrado a vivir sin lo otro... Como cuando salió el disco de “Veneno”, que la compañía lo guardó y lo tiró porque le daba hasta vergüenza. O el del “Cantecito”. Ese, si no es por Santiago Auserón, que puso los huevos encima de la mesa, y por la gira que hicimos nosotros para promocionarlo, ese se muere de asco. Vender solo cincuenta mil copias de ese disco en España es una vergüenza para la compañía. Pero, hombre, por Dios, si se lo sabe toda España y toda América; pero cómo pueden ser tan cutres y estafadores... que no hicieron ni una puta nada para apoyarlo... Y no darse cuenta del poder que había en esas canciones, coño, que no me pertenece a mí solo ese poder, porque había mucha gente involucrada. Porque una de las cosas que aprendes en este negocio es que cuando haces un equipo es cuando fructifican los trabajos.

Pues ya está todo, que tienes que irte a comer el arroz a la Barceloneta.

Sí, la verdad es que le hemos dado un repaso bueno. ¿Una cervecita te apetece? ∎

Con los oídos en el presente

¿Te sorprenden discos de ahora hechos en España?

Sí, claro, sí hay cosas que me sorprenden.

¿Has escuchado el álbum de Josele Santiago?

Sí, y está muy bien. A mí siempre me ha gustado Josele, un tío fuerte, muy personal y original. Con Los Enemigos, también. Mira, a mí lo que me atrae es cuando explota la cultura popular; por ejemplo, cuando surgió el fenómeno del hip hop, o todo lo que pasó cuando nosotros salimos con los Smash, o la gente de Máquina! ¿Aquello qué era, qué significaba? Desde hace unos años aquí todo el mundo canta en inglés. Y esa charlatanería tiene un significado tremendo, ¿no?, porque viene un poco del mundo de la propaganda, la vacuidad, la comedura de coco. Vivimos en el mundo de la propaganda. Yo no diría ni el mundo de la comunicación, ni el de la democratización ni el de la estabilidad de las instituciones, como suelta el rey Juan Carlos. No, vivimos en el mundo de la propaganda que inauguró Hitler. Y el que tiene ganas de contar algo... para tocar los cojones ha de transformar ese material de desecho en que se han convertido las palabras, darles la vuelta.

¿Tú crees que el mejor rapero de España es Diego Carrasco?

Hombre, por supuesto que lo es. Mira, el rap en España es una cosa lamentable... Cuando me ponían las primeras cosas de rap que salían aquí las compañías de discos, que nunca me han puesto las putas compañías en este país ningún disco que merezca la pena... Bueno, alguno, pero siempre que he estado en compañías grandes como Sony y me decían: “Mira, te vamos a poner esto para que lo escuches”. Y entonces pensaba: “Tierra, trágame”. En fin, que el hip hop español de hace quince años era una poca vergüenza... Pero es que ahora escucho a Mucho Muchacho y a toda esta gente y, con perdón, ¿pero de qué hablan, qué quieren y qué me dicen? Entonces, ahí yo me muestro bastante intransigente. Está bien que hagan música, pero ¿para qué tanto hablar? Mi madre me decía de chico una cosa en la que raramente le he hecho caso, y era que para hablar mucho hay que saber mucho para no meter la pata. Por ejemplo, a los raperos estadounidenses sí que les veo una motivación y que tienen ese ritmo cogido, pero en España ¿qué motivación hay para hacer rap? Y para tanto hablar... A mí no me interesa convencer con tantas palabras y argumentos. Me parecen mucho más interesantes el lenguaje de la música, el abstracto, el de la política y el de la gastronomía que el lenguaje de la palabra. Tenemos una saturación de palabras muy grande. A mí musicalmente no me llama mucho la atención el hip hop español; vamos, no me la llama nada.

¿Y Mala Rodríguez?

Me suena a un mal anuncio. Yo no puedo entrar en ese juego, lo siento. No quiero ser despectivo con nadie, pero pienso que vivimos en un mundo de apariencias donde la gente quiere ser famosa, quiere triunfar... y yo me cago en eso. Las apariencias engañan, las apariencias destruyen, te dejan seco. Quieres triunfar, quieres figurar, pero ¿por qué no quieres vivir y comer bien y dejar que te salga del cuerpo algo bonito? Pero, claro, hay un mercado por hacer, un montón de cosas por descubrir, un montón de ejecutivos de multinacionales que son unos perfectos imbéciles que están ahí a lo que caiga... y si les cae el hip hop español encima, pues... Pero por mí, lo podrían tirar todo a la basura.

Nacho Vegas, ¿te suena?

Sí, el asturiano este que hace cosas melancólicas, con un punto así como nostálgico. Un tipo interesante. Y de Chucho también me han llamado la atención cosas que han hecho. Fernando Alfaro es bueno. ¿Qué cosas más me gustan? Pues Son de la Frontera. Y Bunbury, que este ha hecho como Alejandro Sanz: empezó con horteradas que a mí no me gustaron nada, pero el tío le ha ido echando valor y vergüenza y en el último disco ya defiende canciones y una música bonitas. ∎

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