Color y denuncia. Foto: Chris Scheurich
Color y denuncia. Foto: Chris Scheurich

Entrevista

Leyla McCalla: búsqueda y compromiso

La cantante, guitarrista y chelista estadounidense de origen haitiano despliega en su quinto disco, “Sun Without The Heat”, un sonido colorista que describe como “tropicália de Luisiana”. Su tono festivo contrasta con la gravedad de unas letras que denuncian desigualdades sociales. “La riqueza del mundo se ha construido sobre la explotación”, protesta.

Chelista, guitarrista, cantante, compositora, contadora de historias, activista… Todo eso es Leyla McCalla, quien, por si fuera poco, desde hace dos años es además madre soltera, al menos en la práctica. Divorciada del también músico Daniel Tremblay, ella se ocupa de las tres hijas que engendraron. “Tenemos una custodia compartida… en teoría”, dice, poniendo los ojos en blanco. Explica que cuidar de las niñas es “una aventura salvaje”, sobre todo ahora que la industria de la música obliga a los artistas a estar continuamente de gira para ganarse el pan. “Estar lejos de ellas es duro, pero al mismo tiempo siento que debo hacer lo que necesito hacer para ser quien soy. Es lo que nuestros hijos merecen de nosotros como ejemplo”. Las crías ya muestran inquietudes musicales. Delilah, de 9 años, toca la batería; las mellizas Zade y Zaya, de 6, trastean con la guitarra. “El otro día una de ellas se puso a tocarla y me dijo: ‘Mamá, esto se llama ola de playa’, y rasgueaba las cuerdas abiertas. Están creando su propio mundo, pero también saben qué es mi música. Nadie ha escuchado mis canciones tanto como mis hijas”, cuenta, entre risas.

Así y todo, en medio de esa realidad que describe como “muy complicada”, la artista de 38 años nacida en Nueva York, de ascendencia haitiana y residente en Nueva Orleans –desde donde nos atiende–, ha sacado tiempo para grabar y lanzar “Sun Without The Heat” (Anti-[PIAS] Ibero América, 2024), el disco probablemente más accesible y luminoso de su carrera, el quinto ya. Incluso a pesar de su atrevida mezcla de sonidos y ritmos caribeños, folk, blues y rock, cóctel que define como “tropicália de Luisiana”. Sirva de muestra el tema que lo abre, “Open The Road”, que podría ser una perfecta canción del verano si en época estival se estilasen las canciones elaboradas y con letras reivindicativas. “I am trying to be free” (“Estoy intentando ser libre”) es el primer verso y, por tanto, lo primero con que se topa el oyente cuando pulsa play

“Open The Road”, vídeo dirigido por Director: Zuri Obi.
“Sun Without The Heat” nace inspirado por la lectura de obras de escritoras feministas negras que la han ayudado a “encontrar un camino espiritual individual hacia el conocimiento y la perspectiva de cosas que estaba procesando en mi cabeza”. El título abrevia la frase “No puedes tener el sol sin el calor”, de la cual podríamos hallar ruda equivalencia en castellano con el dicho “Quien quiera peces, que se moje el culo”. Es decir: para obtener algo bueno, hay que hacer algún sacrificio. Lo cual sirve de metáfora para expresar que no se puede cambiar el mundo sentado en el sofá. Lo llamativo es que esa llamada a la movilización la hace a través de canciones festivas, que invitan a poner al mal tiempo buena cara. “Hago música para sentir alegría”, afirma. “Siento alegría al explorar texturas y colores, diferentes frases y ritmos, y sentimientos que son simplemente musicales. Incluso cuando una letra habla de algo devastador, convertirla en canción es como si fuera parte de la transformación, del proceso de seguir adelante”.

Las desigualdades sociales copan mucha de la narrativa del disco. “Tienen que ver con la justicia. ¿Por qué la vida es tan injusta para algunas personas y no para otras? Soy curiosa sobre la naturaleza de la realidad. Es el legado de la esclavitud y del orden mundial del poder occidental, y de cómo toda la riqueza del mundo se ha constuido sobre la explotación. No puedo dejar de pensar, de escribir ni de hablar sobre ello. Lo cual se refleja en mi música”.

Música con mensaje. Foto: Chris Scheurich
Música con mensaje. Foto: Chris Scheurich
Pese a ser estadounidense de cuna, está muy implicada en indagar en sus raíces. “Soy existencialista y trato de entender por qué estoy aquí y cómo llegué. Hay muchas cosas en una sociedad supremacista blanca que se han centrado solo en asimilar y en dejar que todo siga su curso, y siento que para abrazar algún tipo de activismo y crear el mundo en que queremos vivir, tenemos que trabajar. Es parte de mi filosofía de vida”. Esa búsqueda se plasma no solo en lo encendido de sus letras, sino también en el colorido de su paleta sonora. “Pienso en la música como si fuera jardinería”, explica. “En jardinería tienes que saber qué hay en el sustrato. De lo contrario no puedes hacer crecer nada. Para mí, entender mis raíces es como ‘OK, este es el sustrato’. Luego pasan cosas como ‘oh, no, la maleza está fuera de control por esta parte, ¿qué está pasando?’. Es una gran parte del proceso creativo para mí”. A Leyla no le entra en la cabeza que muchos jóvenes ignoren sus raíces y solo muestren interés por lo que sale en la pantalla de su móvil: “Es la misma gente que hoy está luchando contra la depresión y la ansiedad a niveles estratosféricos. Vivimos en una sociedad que ha creado muchas formas de conectarnos pero todavía necesitamos la verdadera conexión. Y por eso es tan importante la música y el arte en general. Siempre los necesitaremos. No importa a dónde llegue la tecnología o lo que pase”.

McCalla descubrió que su misión en la vida era concienciar a las personas de los problemas del mundo a través de la música justo después de graduarse. Hallazgo que fue de la mano de su evolución musical. De adolescente se había empapado de rock: “Crecí escuchando a Smashing Pumpkins, Radiohead, Nirvana… así como rock clásico, como Led Zeppelin”, aclara. “No es que sea mi música favorita, pero, en última instancia, soy una chica americana que creció en los suburbios de Nueva Jersey y Nueva York”. Al concluir sus estudios no se veía como chelista de orquesta, por lo que empezó a tocar con bandas de afrobeat y en discos de cantautores.

“Vivimos en una sociedad que ha creado muchas formas de conectarnos pero todavía necesitamos la verdadera conexión. Y por eso es tan importante la música y el arte en general”

Lo siguiente fue iniciarse en la composición. “Siempre tuve una conexión real con la narración de historias, lo cual fue un impulso importante para comenzar a escribir canciones”, dice. Componía con guitarra –“no me habían enseñado a usar el chelo de ese modo”– y pronto supo que su voz debía sumarse al proceso. Buscando cosas que contar se topó con la poesía de Langston Hughes, germen de su primer disco, “Vari-Colored Songs. A Tribute To Langston Hughes” (Music Maker Relief Foundation, 2013): “Fue la obra de Hughes la que me dio el poder para usar mi voz. Hasta entonces me había considerado más una instrumentista”, afirma. Y en Nueva Orleans encontró su camino: “Esta ciudad me dio la oportunidad de vivir de la música. Tocaba en la calle. En Nueva York trabajaba como camarera, daba clases, tocaba en iglesias… Estaba tejiendo mi vida a base de retales. Cuando llegué aquí, me dije: ‘¿Qué estoy tratando de crear realmente?’. Esa fue la razón por la que vine, y también el estar inmersa en una cultura musical increíble, rica y dinámica, además de comprometida con comprender su propia historia, lo que me llevó a la música de mis raíces, ya que descubrí que hay muchas raíces haitianas en Luisiana”.

Le pregunto si, como creo advertir, el chelo está menos presente en este álbum. “Supongo que sí”, concede a regañadientes. “Pero es como cuando me dicen: ‘¿Dónde está Haití en este disco?’. Y digo: ‘¡Haití está en todas partes! ¡El chelo está en todas partes en el disco!’. Aunque no lo escuches, soy una chelista en mi cabeza. No puedo evitar integrarlo, aunque está más impulsado por la guitarra”. ∎

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