a aparición de “Sweep It Into Space” (Jagjaguwar-Popstock!, 2021), el quinto álbum de la época posreunión de Dinosaur Jr., nos brinda la oportunidad de charlar con Lou Barlow, uno de sus miembros fundadores y eminente figura del indie por cuenta propia. Hablando desde su hogar en Greenfield, Massachusetts (a 30 km del lugar donde inició su periplo musical, hará 40 años, con J Mascis), Barlow disecciona parte de la evolución de su otrora banda de juventud –ahora toda una institución de la música alternativa– rememorando tiempos vividos y ensayando nuevas percepciones. También comenta sus contribuciones al nuevo álbum, las sinergias actualmente presentes en el grupo y la coincidencia con la aparición de un nuevo trabajo en solitario, “Reason To Live” (Joyful Noise-Popstock!, 2021). Asimismo, reflexiona sobre el truculento pasado año y medio, y especula sobre las nuevas formas de acceder a la música y a los artistas que descubre hoy día con sus hijos.
Empecemos con un tema inescapable: ¿cómo resumirías tu existencia durante el COVID?
A nivel personal ha sido fantástico pasar tanto tiempo en casa. Nunca había estado parado en un mismo sitio tantos meses. Desde los 18 años siempre me he tirado partes importantes del año viajando; fue un regalo estar con mi familia, ver a mis hijos crecer y cambiar, involucrarme en sus vidas. Y poder pasar tanto tiempo con mi mujer y colaborar con ella en el día a día, lidiar con lo difícil de la pandemia. La parte más escabrosa ha sido el haberme quedado estancado también conmigo mismo, tener que descubrir aspectos propios de los que siempre pude escapar modificando mi entorno asiduamente. Quedarse confinado en un mismo sitio con un mismo cerebro desembocó en mucha introspección. Fue todo un reto. Económicamente, ha sido devastador. No trabajaba –es decir, no giraba– y, sin embargo, tuve que mantener el mismo ritmo de vida, ir al supermercado, etc. Ha sido un desastre. Sobreviviremos, pero ahora la presión es particularmente intensa, pues ha llegado el momento de declarar la renta y parece que tendré que devolver gran parte de lo que recibí como apoyo durante el confinamiento. Incluso sopeso tener que vender algunos de los discos más raros de mi colección. Pero más allá de lo financiero, lo importante es lo personal, claro, ¡y debo decir que la rutina de estar en casa es mucho más sana que la de girar! A nivel artístico, he estado catalogando grabaciones muy antiguas, incluso de cuando era adolescente, trabajando en un nuevo álbum en solitario, “Reason To Live”, que incluye algunas canciones que empecé a componer hace décadas y que ahora me ha dado por terminar, así como realizar tareas vinculadas a su edición, como la confección manual de unas 400 cubiertas. Podría decirse que estoy en un buen lugar creativo.
A muchos nos han maravillado los vídeos domésticos que cuelgas en tu canal de YouTube, incluyendo especiales en fechas señaladas. ¿Este “videoblogueo” está influido por el hastío pandémico?
La verdad es que siempre quise poder tener este tipo de válvula de escape; es parte de mi personalidad. Cuando era un chaval hacía e intercambiaba casetes, y, más adelante, me carteaba regularmente con los fans. De hecho, mis fans eran mis amigos. En los 90 saqué muchos discos, y me encantaba el contacto humano, la accesibilidad que permitía la vida del músico. De hecho, me metí en esto influido por la cultura DIY de la época: cero sueños de petarlo como rockstar, ser inducido en un hall of fame o ser reconocido como un gran cantautor. Simplemente, me atraía la naturaleza tan próxima del indie y los fanzines. Lo bueno de la COVID es que me ha regalado tiempo para menesteres como los vídeos, un contenido difícil de crear durante las giras, que pueden ser muy cansadas. Con este tiempo muerto, he reactivado ese impulso básico, he intentado crear una pequeña comunidad y poder interactuar más directamente con aquellos que me apoyan.
Ahora mismo, a Dinosaur Jr. os encajaría más cambiaros el nombre a “Dinosaur Sr.”. Esta última etapa de la banda es ya la más larga de su historia: dieciséis años. No sé si llamaros una institución, pero ciertamente tenéis asignado un buen lugar en los anales de la música. ¿Cómo se siente el haberse convertido en un Nombre en mayúscula?
Me encanta, me parece estupendo. Probablemente porque, como tantas otras cosas, me recuerda a los Ramones. Para mí los Ramones, dejando a un lado los aspectos más sombríos de la banda, que los tienen, representan un ideal: unos chavales deciden formar un grupo y crean un sonido muy particular, que mantienen disco tras disco, evolucionando muy lentamente a través de los años hasta acabar convirtiéndose, lo quisieran o no, en una institución. Es lo mejor. También Black Sabbath es un ejemplo de una banda que sacó casi de la nada un sonido idiosincrático. Además, no son músicos virtuosos, forjaron un estilo casi basándose en sus limitaciones. Desde luego, J Mascis es un músico muy competente, pero yo no lo soy particularmente, y eso influenció el sonido que tejimos en su momento. El poder conectar ahora directamente con ese sonido tan especial, décadas después de habernos juntado, me hace pensar que, si bien no estamos en la misma liga que mastodontes como los Ramones o los Sabbath, quizá sí despuntemos en la versión júnior de tal liga: rock de dinosaurios, pero en una división juvenil.
Finalmente, el nombre del grupo cobra sentido.
Incluso diría que la solidez interpersonal y sónica del grupo se hace más profunda con el paso de los años. Hace poco que nos hemos vacunado ya todos y hemos empezado a ensayar varias veces a la semana, que es algo bastante inaudito para cualquier banda en este punto de su trayectoria. Es una sensación muy serena, el ir a casa de J y adoptar la misma configuración de hace casi cuatro décadas. De hecho, en contraposición a los Ramones, hay algo muy importante sobre nuestro grupo que debe señalarse: eliminamos la etapa intermedia-chunga de nuestra historia, en la cual nos podríamos haber hecho mucho daño. En retrospectiva, fue un acierto que Mascis me expulsase de la banda. Eso me posibilitó abrirme un camino propio, desarrollar mis propias habilidades, y fabricarme una personalidad más allá de la influencia de J. Reencontrarnos luego de un largo tiempo, en el cual pudimos ser nosotros mismos, y entablar un diálogo más equitativo fue nuestra gran suerte: traer mis propios temas y tener la tranquilidad de poder decir que “no” a ciertas cosas; en definitiva, el respeto mutuo. Lo que les pasa a los Ramones o a muchas otras bandas que perduran en el tiempo sin separarse es que lo personal deviene tóxico, muy tóxico incluso. A la gente le encanta la banda, pero como unidad están sufriendo… Como ya he dicho, ha sido un regalo el habernos ahorrado el terror de estas crisis típicas de la etapa intermedia.
Ya desde un principio, cuando me empecé a interesar por la música a finales de los 70 con la eclosión del punk, tuve la intuición de que, si bien estabas tratando con sonidos que a veces eran completamente underground, simultáneamente (quizá debido a ese particularismo) también eran algo rabiosamente internacional. Pillabas esa idea de publicaciones como ‘Maximum Rock’n’Roll’, donde en cada número aparecían informes sobre otras partes del mundo: leías la crónica de alguien que había visto una banda en Olso o Estambul o donde fuera, y de vez en cuando sacaban recopilatorios, de hardcore latinoamericano de 1983, por ejemplo. Existía la conciencia de que era una escena sin ubicación específica, que se estaba desarrollando por todo el planeta. Yo compraba casetes de importación de todo tipo: alguien decía “¡Eh, la nueva demo de Antichrist es la hostia!” y ya tardabas en enviar cinco dólares a quien fuera para conseguirla.
En cierto modo, sabías que había alguien exactamente igual que tú, pero en Escocia en vez de Massachussets.
Totalmente, y en especial si hablamos de Reino Unido. Cuando mencionaron a Dinosaur Jr. en ‘NME’ fue cuando supimos que ya no éramos únicamente americanos. Por entonces, si alguna de las tres grandes revistas inglesas –esa, ‘Melody Maker’ y ‘Sounds’– te pillaban, te hacían alguna reseña, o ya ni te digo si te entrevistaban, la sensación de triunfo era indiscutible. Aunque fuera algo pasajero, aunque no durara. Sin duda, eran los tentáculos de una especie de imperio cultural británico tardío. Lo que ellos mencionaban llegaba a todos los sitios. Un tío de Japón podía gastarse su sueldo entero importando los discos que se reseñaban en esas revistas. Esa sensación de haber trascendido las fronteras nacionales también la tuve más tarde con Sebadoh, cuando ‘NME’ nombró “Gimmie Indie Rock” como “single de la semana”; a partir de ahí, sabías que te podías plantar en Gran Bretaña y que la gira no sería un desastre. O, como mínimo, que se te daba una oportunidad. El negocio de la música es muy rastrero, oscuro y competitivo, pero lo bueno es que, si has grabado algo relativamente interesante y particular, existe la posibilidad de que sea escuchado y bien recibido. Ese tipo de semillas de propagación musical ya existían, sumándose a la cultura fanzinera, y evidentemente hoy han llegado a unos extremos insospechados.
E incluso la de los influencers. El otro día, mi hijo encontró en TikTok a una banda bielorrusa, Molchat Doma, que hace una música muy oscura, y está motivadísimo con ellos. Y ya nos ves escuchando a este grupo de Minsk o de donde sea; luego entras a Spotify y descubres que esta banda, que parece que ha salido de la nada, tiene nosecuantos millones de oyentes. Este es el tema: ya no es simplemente que la música sea ultraccesible en internet. Lo que cada vez experimento más, en parte a través de mis hijos, es la aleatoriedad o arbitrariedad con la cual la gente llega a la música. Es un salvajismo encauzado por puñados de chavales anónimos que no tienen ínfulas de crear tendencia en el sentido más profesional. Basta con que un vídeo con una canción determinada se haga viral, y de repente puede entrar en miles de casas de una forma completamente indirecta e imprevista.
Desde luego, tú viviste una época en la cual la conexión entre artista y público se entablaba de forma muy distinta. ¿Cómo surgió una banda como Dinosaur Jr. en una ciudad pequeña como Amherst, hogar también de los excelsos Supreme Dicks? ¿Qué nos puedes contar sobre este lugar y sus redes de gestación y consumo de música alternativa?
Los Supreme Dicks eran colegas nuestros, por supuesto… De hecho, uno de ellos casi acabó siendo batería de Sebadoh. Eran una banda surgida de la Universidad de Hampshire, formada por chavales de varios extremos del país, generalmente de familias bien. Amherst puede describirse, de manera muy general, como una retahíla de tierras de labranza y universidades, algunas de ellas muy exclusivas, en la línea de Yale, lo que por defecto implicaba que se podían permitir sus propias estaciones de radio, donde sonaba la música más radical y extraña que pudieras imaginarte. Es decir, las universidades congregaban a personas de lugares diversos a la vez que propagaban música de lugares incluso más dispares. Miembros de Buffalo Tom o los Pixies, que eran de Boston, venían aquí a clase, al campus principal de UMass; incluso personas de Washington DC que más adelante militarían en Dischord también estudiaron por esta zona. Y la cultura universitaria también habilitaba la existencia de espacios –por mugrientos que fueran– donde pudieran pasarse grupos de forma que les fuera económicamente rentable, ya fueran de otro estado o de otro continente. Por ejemplo, tengo un recuerdo muy vívido de ver a la banda de hardcore italiana Raw Power y pensar que eso sería impensable en otro lugar. No hay duda que la abundancia de universidades era un motor generativo de germinación musical.
¿Qué banda de esa época y entorno dirías que ha sido injustamente olvidada por lo que podríamos llamar la historiografía “oficial” del indie?
La primera que me viene a la mente es Neats, una banda de Boston. En particular su primer EP, “The Monkey’s Head In The Corner Of The Room” (1982), y su álbum homónimo de 1983. Tuvieron su momento a principios de los 80, pero se separaron justo cuando estaban en su punto más álgido, dando conciertos con R.E.M. En directo eran lo mejor. No entiendo por qué no han trascendido, incluso me aventuraría a decir que lo tendrían que haber petado en un lugar como España. Tengo la impresión que ahí se reconocieron muchas bandas relativamente rebuscadas de nuestro entorno universitario, por no hablar de música de guitarras de estilo más puramente norteamericano, como los Jayhawks, que sé que son venerados allí. Tenéis una cierta gravitación hacia un sonido jangly, casi protoindie rock. Los Neats eran precisamente esto, canciones muy emocionales con acordes enormes. El hecho de que no sean uno de los grandes nombres de su época me descoloca. En los primeros días de Dinosaur Jr., J y yo éramos muy fans de ese grupo.
No sé qué decirte. Yo creo que en el disco hay varias canciones que son tan enérgicas y ensordecedoras como lo que hacíamos en los 80, un sonido nuestro muy clásico, por así decirlo. No sé cuál es el tema que comentas, J siempre escoge el título de las canciones a última hora. Además, sus títulos parecen siempre el mismo…
Es la del Mellotron…
Ah, sí. Es verdad que es bastante melosa… “I Ran Away” también es de regusto más suave. Pero ahora estamos ensayando los temas y hay algunos que son crujientes a más no poder. Cuando hicimos “You’re Living All Over Me” (SST, 1987), importamos gran parte de la filosofía de Hüsker Dü a nuestra manera. Es decir, el ruido y la melodía. Esas son nuestras dos constantes. Quizá, más que meloso, el nuevo disco sea particularmente melódico, con J sacando su vertiente más soleada a nivel compositivo. Pero la tendencia estrepitosa sigue ahí.
Sobre el tema de las melodías, leí a J Mascis diciendo que había estado escuchando mucho a Thin Lizzy mientras hacía el álbum, una influencia que aparece de forma bastante soterrada en las composiciones. ¿Qué me puedes decir de la relación que mantiene Dinosaur Jr. con el hard rock más clásico, o incluso el heavy metal?
Deep Purple siempre está ahí, por alguna razón hablamos mucho de Deep Purple, especialmente con Murph, que tiene un idilio con los baterías de esa época. Ya desde un principio nos llamaban varios ingredientes de esa tipología de música, desde las paredes de amplificadores hasta los solos de J. Creo que Dinosaur Jr. está muy cerca de ese tipo de rock. Es una parte importante de nuestra dieta. En todos nuestros álbumes hay guiños a Sabbath –en este disco, por ejemplo, “I Met The Stones” es una especie de reverencia a ellos–. De hecho, si no fuera por mis limitaciones interpretativas, que son las que nos anclan a una estética punk rock, la banda podría adentrarse incluso en terrenos zeppelinescos. Cuando nos reunimos en 2005 y empezamos a meternos en escenarios tochos, reconsideramos nuestra percepción de la música y su espacio, porque vimos que nuestro tipo de sonido se adecuaba a entornos inmensos. Es decir, tocar para decenas de miles de personas es una situación que tiene sentido. En cuanto a Sebadoh, es harina de otro costal.
Muchos recordamos ese concierto de Sebadoh en el Primavera Sound de 2008. Estuvo muy bien, pero daba la sensación de que el escenario no era para nada el más indicado.
Con Sebadoh el contexto es muchísimo más importante, y puede cambiar la percepción de la música de forma más brutal. Algunos escenarios nos empequeñecen. Evidentemente, tengo memorias estupendas de directos con esa banda, quizá las mejores. Pero si es un escenario grande, que sea con Dinosaur Jr., por favor…
Sin embargo, las canciones que te has traído en esta ocasión a Dinosaur Jr. son plenamente de tu estilo… no intentas adaptarte al sonido característico del grupo. ¿Cómo difiere tu proceso de composición entre una banda u otra?
Quizá suene extraño, pero creo que en mi mente no diferencio a nivel temático, lírico o incluso estilístico. Todo se reduce a qué instrumento utilizo para componer. Todas las canciones del último disco de Sebadoh fueron confeccionadas con una guitarra eléctrica de cuatro cuerdas en la cual suelo utilizar afinaciones distintas. En Dinosaur Jr., las canciones surgen de una guitarra de seis cuerdas en afinación estándar. Queda claro que J tiene una forma de tocar la guitarra radicalmente distinta a la mía –yo soy más de rasgueos–, por lo cual en los últimos discos le propuse que tocara el bajo en mis canciones, labor que hace fenomenalmente. Por supuesto, no puede evitar marcarse un solo. Lo que sí hago con mis canciones es monitorizar de cerca la producción para controlar que a J no se le vaya la pinza y meta más guitarras. Ese es su estilo, y no cuadra con mis composiciones. Supongo que soy más minimalista en lo referente al guitarreo. Cuando hay demasiado barullo en un tema me apabulla, no me entero de lo que pasa. Me gusta más el estilo Jimi Hendrix: cuando el solo de guitarra irrumpe, debería planear sin nada a su alrededor que pueda diluir el poder emotivo. Y, sí, puede parecer raro que alguien que toca en Dinosaur Jr. diga estas cosas, pero es una muestra más de cómo nuestras disparidades nos acaban uniendo.
¿Qué historia hay detrás de las dos canciones que has aportado a “Sweep It Into Space”?
“You Wonder” es una canción romántica relativamente prototípica, nada complicado. Tiene una tesis simple: olvidaos de todas esas religiones con sus reglas arbitrarias y todo el desprecio, remordimiento y conflictos que puedan generar. El amor es lo que debería ser religión. Por lo menos, es mi religión. “Garden” quizá no es tan directa, pero habla sobre los tiempos que nos toca vivir. Mi fórmula para componer no tiene misterio: hablo de lo que veo a mi alrededor. Este tema tiene un punto siniestro. Lo compuse estando de gira a principios del año pasado, notando un extraño presentimiento. Fue justo cuando arrancó la epidemia: lo acabé al llegar a casa, prácticamente huyendo de la COVID.
A nivel lírico, parece tener un tono bastante social pero también abstracto, un poco en la línea del folk sesentero. Y con mucha esperanza también.
Bueno, ya sabes que en Estados Unidos hemos pasado unos años muy raros políticamente hablando. Mencionas que pueda sonar abstracto; pues bien, aquí fue el concepto de la verdad lo que acabó convirtiéndose en algo muy abstracto. A la vez que el respeto iba cayendo en picado. Es un tipo de clima que le llena a uno de temor, que intimida. De esto trata “Garden”, es un alegato que pide un regreso a lo esencial para poder encontrar algún tipo de paz cuando amaine la tormenta.
El clip que habéis sacado para “Garden” está muy en la línea de los videoblogs que mencionamos antes. Todo muy casero, ¿no?
Es una producción doméstica al cien por cien. Viendo que probablemente no se haría ningún vídeo para esta canción, me entró la vena DIY de antaño. Fue una filmación muy de batalla: vengo a tu casa, saco el teléfono y hacemos un videoclip. Últimamente en el grupo tenemos un vibe muy acogedor, muy cercano, y quería mostrarle a la gente esta dinámica verdadera. En vez de recurrir a skaters voladores o a bulldogs montados en monopatines, que vendría a ser la estética más típica de la banda, ese rollo más malote. Este clip es un asunto de familia: nos dividimos las tareas de dirección y conceptualización entre yo y mi mujer, y las ilustraciones que aparecen son de nuestro mánager, que se pasa todas las giras haciendo retratos. Quería presentar la simplicidad de la banda, y al mismo tiempo rendir tributo a otras personas de nuestro entorno sin las cuales no podríamos seguir adelante. ∎