Se menciona en la hoja promocional a Supertramp, Elton John, Randy Newman o la ELO. Yo añadiría a Ben Folds.
Al principio no sintonizaba con él porque nos lo decían ya con The Flauters. Éramos muy del pop británico y yo a Ben Folds Five los veía muy yanquis. Luego me molaron muchísimo. También lo que ha hecho en solitario: cosas tremendas. Y fue una influencia con Señor Mostaza, desde luego. Siempre pensé que su formación trío era supercool y molaba mucho, pero había un punto en las canciones, cuando llevaban dos minutos y pico, que necesitaban otra cosa. En disco lo resolvían muy bien, pero en directo les faltaba algo: unos coros, unos vientos… Ben Folds es un talentazo. Habría que añadir un montón de influencias más. La lista podría ser interminable.
Ya que apuntas lo del pop británico, rara vez se menciona a The Kinks, con su inclinación al music hall, el vodevil y el retrato costumbrista.
Claro, a mí la mano se me va siempre a ese rollo cabaretero y al ragtime. Desde pequeño me fliparon “Cabaret” (Bob Fosse, 1972), “All That Jazz” (Bob Fosse, 1979) y los musicales como “West Side Story” (Robert Wise, 1961). La primera vez que me di cuenta de que la música clásica no era lo mío, y sí era esto, fue asistiendo a un concierto de jazz y ragtime. Eso siempre ha sintonizado conmigo.
En la misma hoja se dice que este es un disco de “un casi boomer”. Técnicamente, los boomers nacen entre 1945 y 1964. Tú eres de 1972. Más bien generación X, como yo.
No jodas. Me lo tendría que haber estudiado antes. Pero es que es una cosa que la gente de la edad de mi hijo, que tiene 18, empezaba a decirles a sus padres. “Ok, boomer” y tal. O sea, ¿que no somos boomers ni de coña? Hay que volver a imprimir las hojas de promo (risas). Creo que lo de la generación X proliferó en su momento, pero se ha quedado muy en desuso…
Es curiosa la evolución del piano en el pop: prima en los cincuenta, con Little Richard, Jerry Lee Lewis o Ray Charles, desaparece prácticamente en los sesenta, vuelve con fuerza en los setenta con Elton John o Billy Joel y de nuevo vuelve a ser excepcional a partir de los ochenta, cuando hay pocos instrumentos que deparen más posibilidades expresivas.
En los sesenta aparece con mucha fuerza la guitarra, y es una cuestión de volumen: los Rolling Stones llevan un pianista en sus primeros conciertos en garitos, pero apenas se le oye. Pero está más presente de lo que parece. Si te pones a hacer una lista en Spotify, lo ves. En los ochenta llegan los sintes y le hacen perder un poco de valor. Pero estaba Bruce Hornsby. Huey Lewis también tenía cosas al piano. Elton John dijo que tuvo que volver a enamorarse de él, y creo que fue porque en los ochenta probaron con los teclados nuevos. Cuando empezamos The Flauters, a mitad de los noventa, yo no conocía a nadie que tocara el piano en un grupo. Al menos en España. Como mucho, teclados. Ahora sí. Recuerdo cuando me iba algún verano a Irlanda, que en todas las casas veías un piano, aunque fuera desafinado. Aquí era más raro.
En la que vuelves a mencionar a Mercadona.
Metía a Mercadona en todas las canciones, aunque ahora voy al Consum (risas). Habla de esas relaciones de complicidad que mantienes, sobre todo siendo adolescente, como sintiéndote por encima del resto de la gente, cuando en realidad eres igual que todo el mundo.
“La magia en un momento” es muy Electric Light Orchestra.
El pulso rítmico es muy de “Twilight” (1981). Me salió así. Para mí la música es como un acto instantáneo, algo muy poco meditado. Siempre que me sale algo que mola, lo repito para acordarme, porque odio escribir o ponerme a grabarme, y me aseguro de que no sea algo que se haya hecho ya: aunque suene a la ELO, por el pulso y la armonía, que sea tuyo. Y una cosa te lleva a la otra, como meter un Arpeggiator, ese sinte loco que te lleva de lado a lado. El universo sonoro de la ELO es muy difícil. El curro que se metió Jeff Lynne… es como Pete Townshend.
Pero a diferencia de él, a Jeff Lynne siempre se le afeó que llegaba tarde, que tomaba la plantilla melódica de los Beatles.
El caso de la ELO no creo que sea tan extremo como el de ABBA, que de un momento para acá ya a todo el mundo le gustaba y pudieron ser cool, pero sí que estuvieron siempre asociados a lo hortera, aunque la gente a la que le gusta el pop creo que sí respeta a Jeff Lynne.
Quizá no tanto la gente que es muy rockera, o más bien rockista, que no le perdonan algunas producciones para otros artistas.
Bueno, tiene su sonido, como Phil Spector. Es una mezcla muy curiosa: un fan loco de los sonidos crudos de los cincuenta pero forzando luego la producción, llenándola de cuerdas, vocoders vertiginosos… Siempre me imagino a los músicos clásicos de mala gana en sus grabaciones, teniendo que hacer escalas rapidísimas, imposibles. El curro que hay de arreglos de cuerda y de coros en “Telephone Line” (1976) o en cualquier clásico suyo es de locos. Volviendo a mi canción, al salirme ese estribillo, me llevó ahí. También ha sido una influencia, sin duda.
Componer es algo muy espontáneo, pero sin embargo aquí hay una temática común, casi de disco conceptual, que son los estragos de la mediana edad y las complicaciones de ganarse la vida dedicándose a la creación.
Cuando englobas una colección de canciones con un título, inconscientemente empiezas a verlas todas yendo en esa dirección, que también me pasó con “El tsunami emocional” (Hall Of Fame, 2021), mi anterior disco, que lo hice durante la pandemia y de repente parece que todas las canciones hablaban de esa situación. Y no era así. Todo esto del paso del tiempo y su melancolía ha salido en otros discos, pero es cierto que aquí se acentúa un poco más. “Últimamente” trata sobre cierto aislamiento gruñón que te puede ir entrando con la edad. “La magia en un momento” habla del motor que te mueve a seguir buscando esa magia como músico, aunque sea un camino un poco tortuoso, frustrante o tedioso.
Ese talante gruñón también queda plasmado en “Modo hater”, que va más por ahí que por los odiadores de las redes sociales…
Sí, va por ese momento en el que te ves en un evento social y te das cuenta de que no formas parte de eso y te empieza a caer mal y venir mal todo (risas). Yo me visualizaba en un festival al que no me apetece ir. Que normalmente no voy a ninguno, porque no me invitan a tocar (risas). De ahí lo del food truck. También con los años perdemos cierta capacidad de desinhibición.
Somos menos adaptables.
Claro. Pero creo que es muy común eso de que con la edad te desenvuelvas peor en ciertos ambientes sociales.
En cualquier caso, el disco no suena cenizo.
Es que tengo un poco de complejo, porque su segunda mitad es un poco bajonera. A veces me salen canciones con melodías nostálgicas o melancólicas cuya letra ya es muy difícil llevarla por otro lado. Tiene que ser una letra un poco sentimental.
Pero la virtud en tu caso es el sentido del humor, riéndote de ti mismo el primero, que lo equilibra.
Sí, en mis canciones me he destrozado de todos los modos posibles (risas). También he sido muy cabrón con otra gente. Ocurre que aquí en algunas canciones la ironía no terminaba de quedar bien. De ahí la sensación de bajonero.
“Deja de intentarlo” surge por lo que le ocurrió a Pablo Casado cuando lo defenestraron en el PP; lo supe tras una entrevista tuya en la SER. Ya escribiste sobre Zaplana en “Mi ídolo de la democracia”, de Señor Mostaza.
Ya en aquel disco había una que se llamaba “Me gusta tu actitud”, y yo siempre pensaba en esa figura mesiánica, y en aquel momento se la dedicaba a Ruiz-Gallardón, porque era a quien le estaban dando puñaladas; en los guiñoles del Canal+ salía siempre acuchillado. Pero también decía que se la podía dedicar a Jesucristo: gente que ha tenido una exposición que acaba con ellos. Un tema eterno. Me fascinó lo de Pablo Casado, acabé la letra en un día. Es de esos casos en los que toca tirar la toalla, en plan “lo has hecho bien, pero abandona”. Pensé en Pedro Sánchez también cuando anunció sus cinco días de reflexión.
Quizá no es tanto lo que digas como la conveniencia del momento en que lo digas. En el caso de Casado. Lo de Pedro Sánchez es distinto.
Yo le llamo Pedro I el Impredecible. El Desconcertante (risas). Un amigo me decía el otro día que dentro de cien años se estudiará su figura en la política. Volviendo a la canción, el mensaje es que a veces hay que tirar la toalla y no está tan mal abandonar. Y puede valer para muchas situaciones. Pero yo visualizaba lo de Pablo Casado y me salían las frases solas. El tipo va a una entrevista, desliza eso y, en un día y medio, encerrona y fuera.
¿Tienes una sensación agridulce al tener una carrera tan reconocida y al mismo tiempo tan materialmente devaluada, en los tiempos que corren?
En mi caso siempre ha habido una descompensación enorme entre mi carrera como instrumentista y mi carrera como creador de canciones. En tierra de nadie. Siempre lo he dicho. Nunca entraré en festivales, pero como instrumentista me siento muy reconocido. Me ha llamado para tocar gente que yo idolatraba. Aunque he puesto mucho más esfuerzo en lo mío. Señor Mostaza paró porque a todos nos habían reclutado para giras grandes con otros músicos. Nos veo como cuando vas a visitar un pueblo muy bonito y hay unos señores haciendo unas cestas de mimbre: “Mira este chico que cosa tan antigua y tan auténtica hace”, dicen. Lo veo igual.
Y luego, de repente, una canción como “Estoy gordo” (2016) llega a las casi 800.000 reproducciones en Spotify y se cuela en listas virales, cuando la mayoría de tus composiciones no llegan a las 5000.
Entre los 50 más virales de México, Argentina, Honduras y Costa Rica. El Kanka hizo una versión. Ahora la que tiene mogollón de escuchas es “Bipolaridad”, de Señor Mostaza, con más de dos millones, que manda huevos…
Siempre cosas asociadas a lo poco normativo, por decirlo suave…
Y ha estado durante mucho tiempo a la cabeza de la playlist “Todo indie español”, cuando el indie nos ha rechazado por completo (risas). Mis mayores éxitos están asociados a la deformidad (risas).
Por cierto, tanto la portada como el formato del disco, más grande que un CD al uso, son de lo más llamativo.
Fue idea de Osadía Ediciones, Ubaldo Fambuena y compañía. Pensaron en darle valor. La idea era sacarlo en vinilo, pero ya se había retrasado mucho el disco y eso nos hacía esperar un montón. Tengo una relación rara con el vinilo: tengo la impresión de que mucha gente que lo compra luego no lo escucha. Ana Collado hace unas ilustraciones chulísimas, las del anterior disco ya eran suyas. Teniéndolas, molaba darle algo de empaque. Aunque el CD esté devaluado y sea mísero, vamos a darle valor artístico: nos reíamos con la idea de la estafa que evoca el título. ∎

“Cuando sacamos ‘Somos poco prácticos’ pensaba que no era mejor que ‘Mundo interior’ (Hall Of Fame, 2005), y ahora pienso que es lo mejor que hicimos”, me decía Luis Prado en 2011, justo cuando presentaban su disco de aquel año, “Podemos sonreír” (Hall Of Fame, 2010). Luego llegaría “Delitos y faltas” (Hall Of Fame, 2013). En realidad, no es fácil discernir cuál de los cuatro álbumes de estudio de su segundo proyecto grupal, tras la singladura de The Flauters en la segunda década de los noventa, es el más indispensable. Me inclino por este porque me parece el más completo. Estribillos inapelables e inmediatos (“Somos poco prácticos”, “Ser vulnerable”), minioperetas con tierno sarcasmo (“Mini tragedia de Arconada (en tres segundos)”), intimismo (“Todo me recuerda a ti”) y acidez (“Mi ídolo de la democracia”), con la voz y el piano de Prado, la guitarra de Paco Tamarit, el bajo de Alejandro “Boli” Climent y la batería de Luis Olmedo funcionando a pleno rendimiento.

Con título inspirado en la serie de Narciso Ibáñez Serrador, portada evocando la estética de los trabajos de Saul Bass, producción (de nuevo) de José Nortes, colaboraciones de Guille Milkyway, Coque Malla y Miguel Ríos y un arsenal de melodías deudoras de The Beatles, The Who o Randy Newman, Luis Prado se estrena en solitario ante la dificultad para volver a reunir a sus compañeros en Señor Mostaza. Y lo hace con trece canciones en las que su chistera expide todos sus trucos, en cierto modo liberado de la visión de cuarteto. No es que su lenguaje musical cambie en lo sustancial, pero sí gana en dinamismo y en mordacidad.

Es el último vértice de la trilogía que forman sus últimos tres álbumes, la del “ligero desencanto”, como le gusta denominarla a su autor. Y agudiza esa pericia observacional, ese costumbrismo un poco ácido, como un Ray Davies en castellano, que aquí incluso se desvía a territorios no tan explorados en anteriores entregas, como el de la Electric Light Orchestra en “La magia en un momento”. Melodías chispeantes, textos perspicaces y madurez vital y creativa avistadas desde la mejor óptica posible: la de quien pese a no tomarse personalmente demasiado en serio a sí mismo sí se toma tremendamente en serio el arte de escribir canciones y el legado que emboca. ∎