Fueron muchos conciertos en uno solo. Dos horas de duración y una veintena de temas, más otros tres en un primer bis y dos más en un segundo que incluyó una sosegada y brillante versión del “Let’s Dance” de David Bowie. Un guiño pop en una actuación que se encauzó en todo momento por los vericuetos que tan bien domina y renueva el autor de “Transistor Radio” (2005), los del folk, country, blues, rock y americana.
Abrió M. Ward con su guitarra acústica y un instrumental tenue escuchado en absoluto silencio por la gente que acudió a la sala Upload, entregada pero no en masa. Para la segunda pieza, también instrumental, lo acompañó la guitarrista bilbaína instalada en Barcelona Amaia Miranda, que ya había actuado de telonera de Ward en su concierto en La 2 de Apolo de octubre de 2022. En la tercera, “Fuel For Fire”, Miranda hizo también coros sigilosos, todo a media voz y a media luz, muy íntimo y cercano.
Tras un cuarto tema en solitario, Ward presentó a Howe Gelb, que tardó lo suyo en salir y en enchufar la guitarra eléctrica y sentarse delante de su teclado Korg multiusos, con el que hizo de todo. La relación entre los dos viene de lejos. El líder de Giant Sand editó en su sello Ow Om el primer disco de Ward, “Duet For Guitars # 2” (1999), y colaboró en varios más. Tienen un similar sentido de la exploración de la música norteamericana. Gelb rompió deliberadamente la atmósfera de los temas anteriores de Ward con la distorsión del pedal fuzz de la guitarra en un tema y un piano de blues de cantina en el segundo.
Entro en escena a continuación McKowski, nombre tras el que se escuda el cantautor y guitarrista irlandés Mark McCausland, con cuya banda, The Lost Brothers, han colaborado Ward y Gelb. Los tres acaban de publicar un single de siete pulgadas a nombre de Geckøs, de modo que el concierto tenía dos finalidades, presentar en sociedad al trío y tocar parte del último y recopilatorio disco de Ward, “For Beginners: The Best Of M. Ward” (2024).
McKowski y Gelb despacharon rápido un tema de guitarras y el irlandés se lució con tres piezas en solitario, una de ellas un apasionado blues instrumental. No había manera de que no entrara y saliera nadie del escenario cada cuatro o cinco minutos, así que Gelb volvió a sentarse al Korg y secundó a McKowski en una canción de aires mexicanos. La siguiente canción sonó como si estuviéramos en el Tucson de los años ochenta, en el esplendor de Giant Sant y sus guitarras secas y llenas de polvo y aristas.
A todo esto, Ward llevaba ya ocho temas sin aparecer. Teniendo en cuenta que era el “titular” de la actuación, hubo quien no entendió muy bien el dispositivo del concierto y las muchas combinaciones que este deparaba. Una chica gritó un tanto enfadada el nombre de Ward y creo que Gelb le respondió que estaba en la ducha. El siguiente tema lo musitó mientras ordenaba sus papeles encima del teclado y McKowski llenaba el espacio de acordes intangibles.
La plegaria de la chica que había demandado la presencia de Ward fue atendida. Este volvió al escenario y ya no lo abandonó. Estábamos justo en el ecuador de la velada, y era el turno del repertorio de Geckøs cantado en castellano. Gelb volvió a ausentarse y lo sustituyó una teclista de voz frágil y ensoñadora en uno de los temas finales del concierto. Al principio se le disparó el sintetizador, pero luego aportó unos equilibrados colchones sonoros a temas como “Wedding Waltz”, un vals fronterizo sobre el lloro y la desolación; “Dance Of The Gecko”, uno de los dos cortes del single; “Lo hice” y su desconcertante letra sobre Santiago de Compostela, un estudio en el que hace calor y una bestia dormida; así como “Equilibrio”.
El cuarteto fue quinteto (la única que no volvió fue Amaia Miranda) con la enésima reaparición de Gelb y Ward sustituyendo la acústica por la eléctrica en “Black Diamond”. La bella “River Song” cerró el set de Geckøs, y Gelb se despidió con una breve fanfarria electrónica para dejar a Ward tal y como había empezado una hora y media antes, solo con su guitarra acústica. Interpretó cuatro temas, entre ellos “Chinese Translation”.
Los bises no se hicieron esperar. Y después de la versión de “Let’s Dance”, más introspectiva aún que la grabada en “Transfiguration Of Vincent” (2003) –cómo darle la vuelta a un tema ajeno sin dejar de respetarlo–, el terceto cerró con “Helicopter”, del mismo disco. Todo el mundo satisfecho con las variaciones sobre un mismo registro que deparó el concierto (repaso a su obra en solitario y presentación de su nueva banda de lujo), incluso aquellos y aquellas que solo querían –y estaban en su derecho– ver a M. Ward. ∎