Un caballero de otra época. Foto: José Carlos Nievas
Un caballero de otra época. Foto: José Carlos Nievas

Fuera de Juego

Malcolm Scarpa y el camino de la vida en solitario

El fallecimiento de Malcolm Scarpa (1959-2022) a los 62 años el pasado 17 de julio ha dejado la sensación de nueva oportunidad perdida a la hora de reconocer en su tiempo justo el talento de un músico alejado de cualquier línea preestablecida, marcado a fuego por una heterodoxia poco común y con un recorrido que él mismo se encargó de enmarañar hasta el extremo.

En una entrevista concedida a Rockdelux –número 338, abril de 2015– con motivo de la publicación del que terminaría siendo su último disco, “Something Like That!” (Sunthunder, 2015), Malcolm Scarpa (de nombre: Juan Manuel Morillo Scarpa; Madrid, 1959-2022) se confesaba harto del estatus de músico maldito al que parecía condenado: “Estoy cansadísimo de las buenas críticas. Si se pudiera pagar con ellas, viviría como Dios”. Tener que remitirnos a unas declaraciones de hace siete añazos para arrancar este texto no hace sino confirmar que ese, el del malditismo, fue el hábitat natural de un intérprete cuyas apariciones en prensa eran gemas tan extrañas como sus propios discos, expresiones de un músico libérrimo que nunca se vio sujeto a géneros, códigos, ni mucho menos variables de la moda.

Los álbumes de Scarpa eran como aquellos sobres-sorpresa de Montaplex que se vendían en los quioscos de los 80, en los que nunca sabías qué chuchería encontrarías al abrirlos. Pocas discografías más abiertas y heterogéneas que la suya, pero que nadie apele a la sorpresa: qué otra cosa podía ofrecer un músico que había elegido para bautizarse artísticamente un apelativo en recuerdo de ese otro Malcolm, Le Maistre, que tras militar en el grupo de folk psicodélico The Incredible String Band se lanzaría a los procelosos piélagos del teatro experimental.

Muchos conocimos a Scarpa gracias a los conciertos de blues sudoroso que realizó en compañía del armonicista Ñaco Goñi, en un incansable recorrido con numerosas escalas por el circuito del norte, ese que resultaría refugio para el guitarrista en años venideros. En realidad, la continuidad lógica para un músico autodidacta que había comenzado su recorrido tocando en los pasillos del metro y para el que la promiscuidad fue siempre estado natural: valgan sus colaboraciones con The Jacquelines, Dinah Flow o el guadianesco dúo Mal & Pat –junto a Patricia Pérez-Yarza– para confirmarlo.

Pero si la discografía de Scarpa adquirió volumen inusitado fue gracias a un trabajo en solitario desbordado por las influencias más inesperadas. Las habrá reconocibles: en su trabajo se intuye a Brian Wilson y a los Sparks, a Burt Bacharach y a los Kinks más crípticos; Ray Davies fue una referencia tan fundamental que asociarlo a Scarpa se ha convertido ya en lugar común. Pero a partir de ahí todo se expandía por terrenos ignotos hasta para el más bregado de sus seguidores: country, ragtime, shuffle, yodel, boogie, swing, cabaret, Django Reinhardt, crooners. Un catálogo tan anacrónico como enciclopédico que, por momentos, parecía aspirar a recoger exhaustivamente el alfa y el omega de la música popular del siglo XX y que Scarpa nunca se esforzó en pulir para desbrozar el camino a sus improbables oyentes. Al contrario, su opción fue presentarlo siempre en un formato esbozado, confiando ciegamente en su intuición musical y apostando por un impresionismo que terminaría tejiendo una red tan esquiva como su propio creador.

De la sesión fotográfica de la última entrevista en Rockdelux, publicada en abril de 2015. Foto: José Carlos Nievas
De la sesión fotográfica de la última entrevista en Rockdelux, publicada en abril de 2015. Foto: José Carlos Nievas

Esta vía arrancó a principios de los 90, cuando Scarpa abrió lo que muy optimistamente denominó su etapa pop. Pero corrían años en los que la independencia todavía parecía poder encontrar un espacio propio y el músico se vio repentinamente propulsado hacia escaparates tan improbables como los escenarios del Festival de Benicàssim o el teloneo a Terence Trent D’Arby. Todo ello tras la estela de una discografía que por ensimismada que creciera no dejaba de hacerlo de manera imparable, abriéndose sin freno a todavía más referencias. Álbumes en los que las gemas saltaban a la mínima ocasión y que incluso expandieron su radio de acción a terrenos paralelos, como esa banda sonora para la película “Mamá es boba” (Nuevos Medios, 1999) en la que la querencia por el surrealismo con deriva en el absurdo de Scarpa se cruzó con la del director Santiago Lorenzo cuando esta todavía no había encontrado el fervor del público.

Con la llegada del nuevo milenio las cosas comenzaron a cambiar. Que Scarpa lo abriera con la publicación de un libro, “Qué te debo, Jose?” (Gamuza Azul, 2001), recopilatorio de mil anécdotas chalaneadas en bares y tascas a medio camino entre Ramón Gómez de la Serna y Chiquito de la Calzada, parecía anunciar el replanteamiento de una carrera musical en la que ya todo jugaba a la contra. Los nuevos álbumes, más espaciados y con el punto de mira más centrado, ofrecieron los momentos más accesibles de toda su discografía: por incluir, incluyeron hasta lo más parecido a un hit single que nunca tuvo Scarpa, ese “El estanco de Paula” que se escondía en “Las cosas cambian” (Hall Of Fame-Grabaciones en el Mar, 2004). Pero no, las cosas no cambiaron y el autor mantuvo imperturbable su invisibilidad cara a la industria y el público.

Hacía ya tiempo que parecía haber perdido la ilusión, castigado por la mala salud, cansado de mantener una carrera bajo mínimos, de tanto bregar y de tanto lidiar con la indiferencia de todo el mundo. El anuncio de su muerte cierra definitivamente el recorrido de una discografía que siempre funcionó como un extraño meteorito caído del cielo. Porque puede que Scarpa no se sintiera cómodo en el terreno del malditismo, pero no cabe duda de que, si en este país alguien lo ha encarnado, ha sido él. ∎

Tres apuntes desde el subsuelo

“Malcolm Scarpa”
(Triquinoise, 1993)

La espléndida portada del álbum de debut de Scarpa, una vieja fotografía de la tómbola que había sido medio de subsistencia familiar durante décadas, anunciaba a un músico ambulante afectado por la incontinencia que, a modo de avalancha, ofrecía ni más ni menos que 26 cortes. El que entre ellos figurara “Patty, Maxime And LaVerne”, un tema que homenajeaba a una referencia tan fuera de tiempo como The Andrew Sisters, resumía el espíritu anacrónico de un disco que anunciaba todo lo que estaba por venir.

“My Devotion”
(Triquinoise, 1994)

Un año después de la publicación de su primer álbum, Scarpa regresa al estudio para grabar en apenas un par de semanas y con un presupuesto mínimo otros 26 temas. El resultado conforma un mosaico de miniaturas que, como pequeñas piezas de orfebrería, dan lugar a un microcosmos repleto de derivaciones y recovecos que supone la entrega más psicodélica, más etérea y al mismo tiempo más compacta de su autor. “My Devotion” terminaría resultando el disco que Scarpa siempre apuntó como favorito de entre los suyos.

“Something Like That!”
(Sunthlander, 2015)

La última entrega discográfica de Scarpa pareció ser la pieza que por fin hacía encajar el puzle: temas de duración estándar, composiciones en estado de gracia, producción e instrumentación ajustadas. Pero el álbum pasó tan desapercibido como todos los anteriores: posiblemente, a esas alturas de milenio un disco de Scarpa se había convertido en algo tan fuera de tiempo como sus precedentes, por mucho que, por primera vez, buscara acercarse a algo que remotamente pudiéramos calificar de “accesible”. ∎

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados