En “Tatuajes”, Mayte Martín (Barcelona, 1965) propone un recorrido que, transitando por variados pelajes musicales, convoca a Jacques Brel, Víctor Jara, Joan Manuel Serrat, Pablo Milanés o Mercedes Sosa y que registrará en disco cuando las circunstancias sean favorables. Hablamos con ella cuando quedan pocos días para la presentación del espectáculo el 23 de julio en el Teatre Grec de Barcelona, dentro de la programación del festival Grec.
Llega algo tarde a la cita, lo que es comprensible teniendo en cuenta que está viviendo una agitada mañana de promoción por distintos puntos de la Ciudad Condal. Se la ve en forma, sonriente y afable. Ilusionada con este proyecto al que empezó a dar vueltas ya hace algún tiempo, aunque “no sabría decir exactamente cuándo. A mí me ocurre que tengo ideas, luego las suelto y de repente reaparecen el día que tienen que reaparecer. Algunas ideas desaparecen y no vuelven más y otras regresan cuando estoy en un momento vital que favorezca sumergirme por entero en esa vivencia”. En este caso, los astros se han alineado tan bien que Mayte tiene claro que “Tatuajes” tendrá su reflejo discográfico, aunque tampoco precisa en qué momento: “Esto es un poco como lo que pasa con la frutilla del árbol. Ni la coges verde, ni esperas a que se caiga. Los discos tienen que hacerse en su momento justo. Quizá va en contra de mis intereses comerciales y económicos, pero para mí tiene sentido a nivel artístico”.
De hecho, Mayte Martín siempre ha espaciado mucho sus discos: “El primero”, nos recuerda, “lo grabé con 29 años, cuando ya llevaba cantando toda la vida”. Porque, para ella, “un disco es algo que con suerte te va a sobrevivir, y para mí es importante dar la mejor versión de esa propuesta. Lo más práctico para que salgan bolos es grabar el disco y luego hacer gira, pero para mí esto es antinatural. Yo los discos no los grabo ni para hacer bolos ni para que se hable de mí, los grabo porque son mis hijos”.
En coherencia con el título del espectáculo que presentará en el Grec, la intérprete ha señalado que tiene tatuadas las canciones que lo conforman. “Yo y todo el mundo”, matiza: “En mis anteriores espectáculos he compartido cosas que para mí eran importantes, temas propios o, en el caso de ‘Al cantar a Manuel’, los poemas que musiqué a modo de banda sonora... Lo que tiene de distinto ‘Tatuajes’ es que he querido que fuesen tatuajes míos y también del público”. En cuanto al contenido del programa, “no he tenido que pensar demasiado”, revela, ya que “entre los melómanos no puede haber ningún desacuerdo con este repertorio. Lo he planteado como si un grupo de colegas nos juntáramos en casa para escuchar temazos irrebatibles que van a trascender. Quería convertir esto en una especie de ritual donde llamamos y rezamos a los grandes autores que nos han legado estos temas y, si es posible, contribuir de algún modo a que las nuevas generaciones escuchen esta música”.
Asunto serio el que plantea. ¿Es posible que tan alto cancionero no tenga asegurada la inmortalidad y pueda ser olvidado? Nuestra interlocutora tiene claro que sí, lo que la lleva a analizar el contexto actual: “Hemos llegado a un momento jodido para la música. No se distingue el arte del ocio, del entretenimiento, que por otra parte está muy bien que exista, pero no ha de confundirse una cosa con la otra. Me preocupa mucho que los Coldplay llenen cuatro días el Estadi Olímpic de Barcelona y que luego haya un concierto de Vicente Amigo o de quien sea y vayan doscientas personas”. Por añadidura, las nuevas maneras de consumir música nos han situado en la “era de la inmediatez. Ya ni siquiera existe el concepto de obra. La gente va lanzando videoclips de canciones completamente desligadas. Para mí el concepto de obra es importante: un espectáculo, un disco, son un viaje emocional y tienes que cuidar ciertas cosas. Pero ya no se cuida nada de todo eso, y la peña está todo el tiempo en plan ‘pues ahora saco un single; atento a mis redes que tengo cosas que contaros’. ¡Pues cuéntanos, coño!”, ironiza.
Llegados a este punto de la conversación no está de más insistir en el análisis –si se quiere descarnado, pero a fin de cuentas sustentado en la realidad– que hace la barcelonesa de un panorama en el que también detecta “actitudes chulescas que hacen que me muera de vergüenza”. Así, ha llegado a esta inquietante conclusión: “Si Édith Piaf levantara la cabeza, solo la levantaría dos centímetros y se la pisarían. Hoy día el trabajo de Édith Piaf no lo apreciaría nadie. ¿No ves que no está buena ni nada de eso? Ni está buena, ni enseña cachas, ni musculitos, ni era guapa... Aunque bueno, para mí era hermosa. Pero estamos en un mundo en el que cuando más banal es una cosa, más posibilidades de éxito tiene”.
Regresando ya a su última propuesta, y agarrándonos a la literalidad del título que ha escogido, el hecho es que quienes se han tatuado alguna vez dicen que el proceso es doloroso, por lo que en este caso cabe preguntarse si también lo ha sido para ella. “Por supuesto”, admite Mayte. “A mí las cosas que no me duelen no me interesan. Y digo doler en el sentido metafórico y físico. Necesito que las cosas me pellizquen, me hagan daño, para que me gusten. Si me voy del cine o salgo de un concierto sin tener el estómago encogido no puedo decir que no me haya gustado, pero sí que no ha habido una metamorfosis en mí”.
En esta nueva aventura ha querido trabajar en formato de cuarteto, incorporando por primera vez la batería. “Eso es porque hay temas que tienen rollo digamos popero, como ‘El breve espacio en que no estás’, de Pablo Milanés”, indica. Pero la decisión va más allá de lo estrictamente musical: “Nunca había incluido los timbres de la batería, y me gusta, pero también es verdad que a veces no elijo el elenco pensando en los instrumentos, sino pensando en las personas que los tocan. Me digo: ‘Quiero trabajar con esta persona, con esta y con esta’. Es con quienes quiero compartir este viaje, compartir intimidad, porque se trabaja con sentimientos. Me importa la gente con la que hago el camino, porque para mí ese camino es catártico, un descubrimiento”.
Ahondando en el repertorio, Mayte Martín se resiste a encontrar denominadores comunes entre los temas elegidos: “No tienen nada que ver uno con el otro. Cada canción de ‘Tatuajes’ es un mundo por sí mismo, y no se puede introducir un mundo dentro de otro”. Lo que, apunta, entraña alguna dificultad: “Me está costando en unas más que en otras encontrar la manera propia de expresarlas, pero tampoco lo fuerzo. Si las diez o veinte primeras veces que interpreto ‘Ne me quitte pas’ no me puedo olvidar de Jacques Brel, no pasa nada. Yo no pretendo inventar nada, no pretendo ni acercarme a Jacques Brel o, en el caso de ‘Gracias a la vida’, a la interpretación magistral de Mercedes Sosa. Pero vas encontrando acomodo y cada vez que las cantas es un poquito más confortable. Hay que irse haciendo con las canciones”. La selección de piezas no permite ni siquiera “entrar en un terreno y quedarte en él hasta el final, como ocurre cuando hago boleros, sino que voy entrando y saliendo de géneros distintos. Ahí en medio –ejemplifica– hay una canción de Rocío Jurado, ‘A que no te vas’. O un tema maravilloso de Marta Valdés, ‘En la imaginación’, en el que me siento como si yo fuera solo cantante de jazz”.
Hablamos de canciones conocidas y reconocidas, lo que según se mire puede suponer algún riesgo adicional a la hora de afrontarlas: “Claro”, concede Mayte, “pero eso es chulo también. Los retos son bonitos. Yo lo hago con respeto, lo hago cuidadosamente y no pretendo acercarme al original ni mucho menos. Estaría perdida si lo pretendiera”. “Es curioso”, reflexiona a renglón seguido, “en este espectáculo me siento más público que cantante. Necesito que mi versión sea honrada y digna, pero no me estoy midiendo con nadie, porque soy más una espectadora que otra cosa”.
Estamos también ante temas de muy largo recorrido, lo que relacionamos con unas recientes declaraciones de Mayte Martín diciendo que, en lo musical, siempre está mirando atrás. “Es verdad”, señala la propia interesada. “Empecé a escuchar a los clásicos cuando la mayoría de ellos ya estaban muertos o yo era todavía pequeña: Marchena, Caracol, La Niña de los Peines…. aunque a Valderrama lo llegué a conocer. En el tango, lo mismo: escucho a Di Sarli, a Pugliese, a Gardel. Ni siquiera sé si ahora se hace tango. Siento que las cosas nuevas que salen están un poco descafeinadas. A lo mejor hay mejores producciones, mejores arreglos… pero noto que falta algo. Me pasa con el canto lírico, con el fado, con todas las músicas... En el tango me tengo que ir de Piazzolla para atrás, y en el flamenco lo mismo. Me pueden gustar cosas actuales, pero no me conmueven”, concluye. ∎