
Grabado en cuatro días, tan solo ocho meses después del iniciático “Black Sabbath” (1970), termina de establecer los fundamentos estéticos del heavy metal y allana su camino hacia evoluciones ulteriores. Como vademécum de riffs fundacionales –“Iron Man”, “War Pigs”, “Paranoid”, “Fairies Wear Boots”–, no tiene precio. Y su despliegue lírico –invectivas antibelicistas, experiencias tóxicas que terminan regular, incursiones psicodélicas cerca de las estrellas, billetes de ida y vuelta al apocalipsis– es otro canon genérico que, gracias a la voz de Ozzy, siempre inenarrable, ya sea al natural o artesanalmente tratada en gemas de belleza insondable como “Planet Caravan”, multiplicaba su efecto intimidatorio.

Tras la consagración comercial de “Paranoid” (1970), en menos de un año, Black Sabbath destila un sonido todavía más denso y pesado para dar el definitivo carpetazo a los sesenta y su florida ensoñación hippy. El grupo, que no hace ascos a ninguna sustancia, ya sea estimulante o depresora, dispone de más tiempo en el estudio y sazona parte de las sesiones con hierba. Iommi y Butler bajan el tono de su afinación y sirven la plantilla sónica del sludge, el doom, el grunge, el stoner e incluso una parte de la nueva ola del metal británico, en canciones sin réplica impulsadas por riffs eternos como “Into The Void”, la bombástica “Children Of The Grave” –fantástico el trabajo de Bill Ward– o “Sweet Leaf”. Butler extrae de su cuaderno églogas marihuaneras, visiones del Armagedón con subtexto ecologista o esperanzadas arengas a la generación que estaba creciendo durante la guerra fría. Ozzy es el único que no baja el tono, salvo en la delicada “Solitude”, una de las piezas más hermosas de todo el repertorio sabbathico, arreglada por Iommi con piano y flauta.

Tras su expulsión de Black Sabbath en 1979, Ozzy recluta a tres veteranos del hard rock británico: el batería Lee Kerslake, el distintivo bajista Bob Daisley y el teclista Don Airey. También a Randy Rhoads, extraordinario guitarrista californiano de veintipocos que venía de foguearse en un grupo que después también lograría tocar platino, Quiet Riot. Coescrito en su mayoría junto a Daisley y Rhoads, es –con permiso de “No More Tears” (1991)– el disco más exitoso en toda la carrera de Ozzy. Nada que objetar al respecto: “I Don’t Know”, “Crazy Train” y “Mr. Crowley” son clásicos del género duro por derecho. Además, contiene piezas asombrosas en su ambición compositiva como “Revelation (Mother Earth)”, la emotiva balada de tinte barroco “Goodbye To Romance”, el zarpazo hard & heavy “Steal Away (The Night)” o la controvertida “Suicide Solution”. Le permitió alzar su vuelo solitario directamente en la estratosfera y puso en marcha los engranajes de una maquinaria creativa de envidiable efectividad participada siempre por brillantes terceros, pero suya al fin y al cabo. ∎