Aunque el descubrimiento general de Rafael Berrio (1963-2020) fue tardío, el estallido soterrado que provocaron “1971” (Warner, 2010) y “Diarios” (Warner, 2012) ejerció de escaparate para un músico único, letrista superlativo y, descubrimos ahora, también compositor torrencial: el trabajo de rescate para conformar este “No es para menos” (Warner, 2025) ha supuesto el rastreo de una infinidad de material desperdigado por noventa casetes, tres bobinas y cientos de archivos digitales. Una labor arqueológica que, con la colaboración de Gema Amiama, pareja de Berrio, han emprendido los músicos Cheli Lanzagorta y Joserra Senperena, espina dorsal del sonido mollar salido de Donosti en las últimas décadas. También viejos amigos y colaboradores de Berrio: Lanzagorta ya estaba ahí en tiempos de su grupo seminal Amor a Traición, Senperena se encargó de la producción de los dos álbumes antes mencionados, no solo los de su plenitud, sino también de los que le permitieron reorientar su carrera y desbordar el underground donostiarra para alcanzar otro, igualmente subterráneo pero de eco mucho más amplio.
Senperena –siempre con Lanzagorta al quite, renuente a ser entrevistado pero apuntando y resolviendo dudas cuando fue necesario– nos confirma lo oceánico del trabajo: “Una vez hecha la labor de rastreo, desgranamos ochenta y pico canciones totalmente inéditas en música y letra. Algunas las tuvimos que descartar por criterios técnicos, para las otras confiamos en que la restauración y remasterización dieran algo escuchable. Una vez solventado el asunto técnico, entró el musical. Fue complicado, porque de algunas canciones había varias versiones, algunas incluso grabadas en distintas épocas, por lo que ahí seguí mi criterio musical. Pero lo más relevante está aquí”.
¿Queda aún material inédito, por lo tanto?
Sí y no. Tuvimos la tentación de publicar letras ya conocidas pero acompañadas por músicas diferentes: “La desgana”, por ejemplo, la descartó en “1971”, pero la recuperó con otra forma para “Diarios”. En las cintas hemos encontrado muchas así, pues Rafa probaba varios fondos sonoros para cada uno de sus textos. Quedaron fuera también los bolos que hizo musicando textos de Emil Cioran, así como algún otro con el poeta Roger Wolfe; descarté aquel material porque las letras no eran suyas, porque las composiciones no respondían al modelo de canción “tradicional” y porque están en YouTube, por lo que, aunque por otras vías, disponibles están.
¿Cómo surgió la idea de esta compilación?
Poco después de la muerte de Rafa se habló de la posibilidad de publicar una integral. Yo sabía que había algunas canciones extraordinarias que habían quedado perdidas: la versión de “La desgana” de la que hablábamos hace un momento, una composición que grabó tras la muerte de Pedro San Martín de La Buena Vida, un tema que se incluyó entre varias piezas mías en un libro-CD del poeta Patxi Zubizarreta (se refiere a “50”, publicado por Txalaparta en 2019)… En un primer momento pensamos en completar un disco con aquellas rarezas a modo de anexo, pero Cheli me comentó que tenía algunas grabaciones inéditas y que había descubierto material nuevo al montar la expo-homenaje que le hicimos en 2021. Y nos tiramos a la piscina sin saber muy bien qué nos íbamos a encontrar.
El trabajo en estudio se antoja complicado, pues todas las canciones fueron registradas en equipos amateur, con rangos de sonido muy diferentes que os debieron dar muchos quebraderos de cabeza.
Utilizamos la tecnología que empleó Peter Jackson para editar el “Get Back” de los Beatles, la misma con la que se hizo la última remasterización de “Revolver”, que permite separar instrumentos de una banda única. Esto nos permitía reecualizar los audios, eliminar ruidos y subir el volumen de su voz, muy enterrada en varias canciones. 2023 fue para la clasificación y selección de composiciones, 2024 para la parte técnica, que afrontamos con el ingeniero Jean Phocas. Y luego quedó ecualizar el resultado: al provenir de soportes y épocas tan diferentes el sonido variaba mucho de una canción a otra y había que homogeneizar dentro de lo posible.
Habéis organizado el resultado en dos discos, uno dedicado a temas de Berrio con banda, otro con él solo a la guitarra, en canciones desnudas que parecen esperar una formulación definitiva.
Pensamos en un primer momento organizar el material de forma cronológica, pero dada la variedad el conjunto terminaba resultando caótico, lo que nos llevó a esta reformulación. Esto nos ha permitido agruparlo con mayor coherencia y dejar testimonio de todas sus etapas, porque aquí hay un poco de todo: los tres primeros temas del primer disco son canciones que ya cantaba en tiempos de su primerísima banda, U.H.F.; los tres últimos provienen de un disco inédito que grabó con Amor a Traición, una gran producción que podría haberle hecho alcanzar un mercado amplio. El cuerpo central queda para un Rafa bastante desconocido, muy lanzado hacia el rock, con un grupo superengrasado y unas guitarras inconmensurables.
¿Y el segundo disco?
Lo conforman demos de canciones en bruto, sin pulir, que muestran a un Rafa mucho más libre y más salvaje. También hay temas como “Lo que importa”, que testimonia lo que Rafa denominaba “repertorio B”: canciones más accesibles, más “correctas”, que componía para otros artistas confiando en conseguir réditos que le permitieran seguir su camino al margen de la industria. Dentro de estos dos bloques, sí que decidimos respetar el orden cronológico, lo que ha permitido finalizar el conjunto con la que fue su última canción, titulada paradójicamente “Vivir el presente” y cerrada aún más paradójicamente con un “etcétera”.
Esta vertiente de rocker barrial de Berrio es quizá su cara menos conocida…
Lou Reed, la Velvet y el punk resultaron básicos en su formación y fueron marca indeleble en su trabajo, aunque fue bajando este punto ya desde el disco negro de Amor a Traición, que avanzaba en una línea más cercana a Van Morrison, con su sección de metal y su Hammond. Pero ahí estaba, latente: ya en las primeras entrevistas que concedió tras publicar “Diarios”, que no avanzaba por ese camino, anunció que su siguiente álbum sería punk, algo que no cumplió del todo pero que marcaría “Paradoja” (Warner, 2015).
Berrio era bastante reacio a hablar de referencias. Sin embargo, en “No es para menos” se escuchan canciones que podrían encontrar anclajes muy diversos, desde el Dylan de los sesenta que asoma en “Alta sociedad” a los primerizos Gabinete Caligari que se intuyen en “Héroes del Báltico”.
Es curioso: en las casetes que manejamos, además de sus demos, encontramos muchas canciones que grababa de la radio. Y allí había de todo: desde Dylan y Benito Lertxundi hasta Mocedades o música clásica. Cuando trabajamos juntos solía preguntarle por referencias para orientarme, pero solía escurrirse. Otra cosa era cuando el trabajo estaba iniciado, que ahí sí apuntaba ideas. Rara vez de música contemporánea: cuando le preguntaban por ella solía decir que le deprimía, no porque no le gustara, sino porque había cosas a las que creía no podía llegar.
¿Habéis tenido en algún momento tentación de volver a instrumentalizar los temas?
No, nunca. Considero lícito pulir el sonido de un tema, pero no rehacerlo por respeto al artista. La grabación es como es, y en ese margen nos tenemos que mover. Pero sí me encantaría que otras bandas cogieran estas canciones y les dieran vuelo, porque aquí hay material de primerísimo orden.
¿Cómo trabajasteis “1971” y “Diarios”, tan diferentes a todo lo que había hecho Berrio previamente? ¿Llevó alguna idea preconcebida al estudio?
En absoluto. En un principio yo le propuse grabar un disco con el técnico José María Rosillo y diferentes músicos, algo que le permitiera trabajar de otra forma y dar una perspectiva nueva a su música. Preparando la maqueta pensé en la posibilidad de incluir un cuarteto de cuerda. A Rafa le gustó la idea y poco a poco fuimos eliminando instrumentos eléctricos y ampliando la orquesta. El tono sinfónico terminó cuadrando a la perfección en canciones como “Simulacro”, donde Rafa supo desplegar ese humor socarrón tan suyo para contrarrestar cualquier riesgo de solemnidad. Solía dejarse llevar en la producción, manejaba una idea general pero no se perdía en los arreglos.
Berrio solía coquetear diciendo que prefería tomar vinos con los amigos a trabajar en una canción, pero a la vista del resultado de sus letras se intuye un perfeccionismo obsesivo.
Rafa componía de una manera única: no he conocido a nadie que escriba partiendo no de la música sino de la letra, que pulía y pulía hasta el último momento, incluso en el estudio. Su objetivo era buscar una secuencia armónica e ir probando sobre ella diversas letras hasta encontrar la que mejor encajara en lo que quería expresar. Hemos plasmado en “No es para menos” un pequeño esbozo de su particular forma de trabajar, dejando antes de “Yo te mato” los apuntes sonoros que hacía al micro, anotando los acordes empleados y anunciando otros textos sobre esa secuencia armónica recién encontrada.
La calidad de las letras de Berrio ha terminado soterrando otro de sus puntos fuertes, su validez como cantante.
Siempre me pareció un cantante estupendo. En el disco hay una canción, “Prima donna”, que canta en falsete, como Mick Jagger en “Emotional Rescue”. Y grabada en los ochenta, cuando no se podía afinar como ahora. En “Utopía”, ejerce decrooner, presentando la canción, cantando y hablando al mismo tiempo, como Sinatra o Aznavour. Interpretó también una zarzuela, “Adiós a la bohemia” (Gran Sol, 2017). ¿Cuántos cantantes de rock han sido capaces de hacer algo así? ∎