Las carreras más sustanciosas suelen localizarse en las encrucijadas. Geográficas, lingüísticas, vitales en definitiva. Y pocos músicos saben más sobre esos cruces de caminos que Rick Treffers (Heemstede, 1967), el hombre que se ha ido ocultando durante las últimas tres décadas bajo los apelativos de Girflriend Misery, Miss Universe, Mist, El Turista Optimista o ya directamente a su nombre.
De esta forma, solo como Rick Treffers, publicó el radiante “Looking For A Place To Stay” (Skipping, 2021) durante al año pasado y también recientemente el más taciturno y sombrío “Levensdrift” (Skipping, 2022). Son dos caras de una misma moneda: la de un músico que se expresa en inglés y en neerlandés, pero también alguna vez en castellano, que vive en España desde hace más de una década aunque pasa temporadas en su país, que se mueve entre el pop y el folk, entre el júbilo y la melancolía, y que sabe que rebasar la frontera de los 50 años equivale a afrontar de cara los grandes miedos y dudas del ser humano. Qué dejar para la posteridad. Cómo afrontar los achaques. De qué modo encarar la muerte de seres queridos y saber que tú pasarás a estar en primera línea ante la sombra de la guadaña. Y, sobre todo, el amor como tabla de salvación ante el paso del tiempo. El deseo de tenerlo y el hecho de gozarlo. El efecto bisagra entre dos épocas que marcó la pandemia, que le pilló visitando a su madre en Holanda, también tuvo mucho que ver con su aura otoñal.
“Es mi tercer disco en neerlandés, pero esto es diferente a Mist, porque el idioma dicta el tipo de música: me fijé en aquellos cantautores holandeses de los años 60 y 70, que entonces me parecían música de padres, y quería hacer algo como eso pero con un sonido de ahora”, cuenta al hilo de un disco que se explica porque los años no perdonan, pero también porque no todo el mundo sabe asumir la entrada al crepúsculo con el pulso tan sobrio y señorial del estupendo “Levensdrift”. “Mi voz ha ido bajando de tono, como la de Leonard Cohen, y cada vez me cuesta más llegar a los tonos altos de discos como el ‘We Should Have Been Stars’ (2003) de Mist. Y eso redunda en que cada vez canto más parecido a como hablo, y también encaja con unas canciones que tienen que ver con los miedos, la muerte o las pesadillas, y que llegaban justo después de haber terminado una relación con una chica”, explica.
Dos de sus canciones –entre ellas “In The Stad”, que delata su carácter esencialmente urbano, amante de las ciudades (suele tener las mejores ideas en sus paseos en bici o a pie)– estaban ya escritas cuando la pandemia irrumpió, pero el resto fueron producto de un tiempo sombrío que demandaba ese tono confesional que solo acredita la lengua materna: “No me hubiera atrevido a afrontar un disco como este en castellano, y puede que tampoco en inglés, porque los matices no saldrían: yo crecí escuchando a Iron Maiden, Nick Drake o Neil Young, con lo que el inglés es la lengua en la que vivo la música, pero la mía propia no puede ser igual de poética si no es en mi idioma”, argumenta.
Rick Treffers lleva viviendo en Valencia desde 2011. Llegó aquí casi por casualidad. Su destino inicial era Tarragona, a donde tenía previsto mudarse con su novia holandesa. Conocía España por haber actuado con frecuencia: servidor asistió a su primera vez en un escenario de aquí, en 1995 al frente de Girlfriend Misery en la extinta sala Zeppelin, los tiempos en que el sello Triquinoise les hizo un contrato y les montó una gira por España y parte del extranjero, algo que entonces le parecía “un sueño hecho realidad”. También había vivido una temporada en Madrid, a principios de los 90. Se separó de su pareja justo antes de la mudanza y, como en Valencia todo era “mucho más barato, con menos holandeses que en Barcelona, y también con mar”, se vino para acá gracias a que el músico valenciano Pablo Maronda, con quien había tocado en la sala Electropura –sí, como el discazo de Yo La Tengo–, se ofreció para alquilarle una habitación en su piso. “Vine al azar, sin saber que me quedaría tanto tiempo, aunque ya había tocado en Valencia seis o siete veces antes”.
No le costó acostumbrarse. Desde entonces, es un valenciano más a efectos artísticos. Bueno, a casi todos los efectos. Colabora frecuentemente con músicos de la ciudad y se gana la vida como guía turístico, traductor e incluso ahora como actor en un spot del que no puede darnos más detalles que el de que una de las canciones de “The Loop Of Love” (2015), de Mist, será el tema central, algo que le reportará algo más de visibilidad e ingresos (espera). “Con la música a veces gano dinero y a veces no”, aclara. Aunque no hacía mucha falta. También frecuentó el periodismo musical hace algo más de veinte años.
Cuando le pregunto por las diferencias entre la vida en España y en Holanda, al margen de la bondad de nuestra gastronomía y las ventajas de tener sol durante 300 días al año, él recalca que en cuestiones de cultura musical no son muy grandes. “La infraestructura en Holanda es algo mejor, pero aquí el entusiasmo es mayor y, por algún motivo, hay una tradición indie que conecta mejor: cogí una vez un taxi en Madrid y el conductor llevaba música de los Smiths, algo que es impensable en Holanda”, afirma.
Su condición de expatriado también le permite vivir con una ausencia de expectativas que es liberadora: “Aquí soy un extranjero y no siento la presión de la sociedad pidiéndome cosas. Siento que vivir aquí es una gran aventura y nunca he tenido ganas de volver a Holanda para quedarme allí, pese a que no es fácil ganarse aquí la vida”, confiesa. Tan integrado se siente que quiso compartir con el público español aquel experimento en castellano que fue el jocoso álbum “Ser español” (Skipping, 2013), de su proyecto El Turista Optimista. Una visión irónica del carácter español que quizá no todo el mundo encajó: “La gente que tiene cultura e ironía, sí, sobre todo quienes me vieron en directo, y puede que otra no, porque aquí es muy fácil tocar los huevos a la gente”, dice. Fue, en cualquier caso, “un proyecto único, sin querer hacer carrera de él, simplemente soy artista, me gusta hacer cosas distintas y me apetecía abordar esa colección de tópicos”.
“Levensdrift” está grabado con músicos holandeses, ya que se gestó allí. Entre ellos Jelle Paulusma, de los tristemente olvidados Daryll-Ann –rescaten su vitaminado “Seaborne West”, de 1995, una delicia de pop atemporal–, quien se gana la vida ahora con una banda de versiones. Y también el más popular Henk Hofstede, de The Nits, quien le grabó uno de sus últimos videoclips y aún gira con su banda por teatros con capacidad para 300 o 400 personas. “Henk me dice que no entiende por qué mi música no ha llegado a más gente. Yo no lo sé: la suerte, las circunstancias… Hacer esta música ya en 2003 generaba buenas reseñas pero pocos conciertos, y mi problema siempre ha sido no tener una buena agencia de contratación”, lamenta.
Con Daryll-Ann es con los únicos con los que admite haber tenido algo en común. Ni siquiera con Bettie Serveert, tan prolíficos en nuestros escenarios entonces. No estaba en aquellos años 90 muy interesado en la escena holandesa. Ni tampoco ahora. “En los noventa descubrí a Neil Young, Nick Drake o Townes Van Zandt, todos cantautores, porque yo empecé a componer con 23 años, un poco tarde, y luego vinieron Red House Painters o American Music Club, de ahí el nombre del grupo, Girlfriend Misery”, recuerda. “Luego ya con Mist eran gente como dEUS, Pavement o Smashing Pumpkins quienes me influían, grupos del post-grunge y del post-rock, o el rollo ‘crooner’ de The Divine Comedy, pero lo que hago nunca ha estado muy de moda”, asume entre risas.
Sí que es cierto que, como nos ocurre a casi todos, ya seamos músicos o simples melómanos, los gustos que han moldeado su música se han ido haciendo más clásicos a medida que se hacía mayor e iba empatizando con los discos y las canciones que le gustaban a sus padres cuando él era un crío. “Ahora estoy enganchado a un disco de Dusty Springfield en el que canta a Carole King y Burt Bacharach”, cuenta, porque “conocía muchas canciones de Bacharach sin saber que eran de él”. Todo eso le vino también, en cierto modo, por herencia familiar: “Mi padre era músico y tocaba el piano y el acordeón en una banda de versiones en bodas y ponía los clásicos ‘evergreens’ en casa, cosas de Gilbert Bécaud o el ‘Moon River’ de Henry Mancini o Elvis Presley, pero también a Burt Bacharach: yo tenía 14 años entonces y ponía el ‘Kill ‘Em All’ de Metallica a todo trapo, porque aquella me parecía música de padres”, recuerda.
Hasta que diez años después, la necesidad forzó la empatía con una música que ahora forma parte de su credo fundamental: “El guitarrista de su banda enfermó y me propuso reemplazarle en una boda: ahí estaba yo cantando y a la guitarra, tocando el ‘Strangers In The Night’ de Sinatra y cosas así, pero cuando grabé ‘The Loop Of Love’ cogí mucho de esa música, de Carole King, de los Carpenters y de Burt Bacharach, que me encantan, porque puede parecer música algo ñoña, pero las melodías son buenísimas”, asevera. En esencia, Rick Treffers no deja de ser alguien para quien la melodía lo es (casi) todo: “No me gustan nada el blues o el rock’n’roll. Están bien, pero no me llegan. La melodía es lo primero para mí, es algo que me viene hasta de mi amor por la música clásica: escucho mucho a Rachmáninov o a Górecki”.
En la carrera de todo músico de largo recorrido hay un momento clave. Aquel en el que certifica que lo que transmite es exactamente lo que quiere, sin ambages ni subterfugios. Cuando la intención y el resultado están más cerca que nunca o directamente se identifican. Algo que solo otorgan la madurez y el oficio. En el caso de Rick fue hace casi 20 años: “El momento clave fue en 2003 con el disco ‘We Should Have Been Stars’ de Mist, porque mis discos anteriores tenían letras rebuscadas, por mucho que dijeran que eran inteligentes. A veces utilizaba palabras en inglés que tenía que buscar en el diccionario (risas) y, desde aquel disco de corazón roto, que fue una reacción a una relación muy importante para mí, que no funcionaba, fue una catarsis total que me hizo ser más autobiográfico y sencillo”, confiesa.
El siguiente paso, más ahora que reconoce estar recientemente enamorado de una valenciana a quien conoció por Facebook (¿alguien dijo Tinder?), es registrar un disco más feliz y luminoso como contrapartida a su último material. Y tocar en directo alternando inglés y neerlandés, algo que nunca ha hecho: “Me gusta ese doble camino, y para compartir mis emociones con la gente, con aquellos que me dicen que no lo deje nunca, que les he hecho muy feliz, voy a combinar por primera vez ambos idiomas en un concierto: ese soy yo, al fin y al cabo, y lo que importa es la historia que cuentas”. ∎