Hugh Masekela & Tony Allen: encuentro gigante. Foto: Brett Rubin & Bernard Benant
Hugh Masekela & Tony Allen: encuentro gigante. Foto: Brett Rubin & Bernard Benant

Entrevista

Tony Allen: como su ritmo no hay dos

Artista esencial para entender la evolución de los sonidos africanos en el último medio siglo, el seminal baterista nigeriano sentó con Fela Kuti los cánones del afrobeat. Músico versátil como pocos en África, con 79 años reivindica su amistad de largo recorrido con otro gigante, el desaparecido trompetista sudafricano Hugh Masekela. Hablamos con el dueño del ritmo, Tony Allen.

Fue el metrónomo de Africa 70, el legendario conjunto que secundó al emperador del afrobeat Fela Anikulapo Kuti (1938-1997). Este longevo músico nigeriano –cumplirá 80 en agosto– ha escrito muchas de las páginas sonoras más nutritivas de las músicas africanas contemporáneas. Baterista atlético e intuitivo de formación absolutamente autodidacta (comenzó a tocar siendo apenas adolescente cuando ejercía como técnico de sonido en una emisora de radio en la capital de Nigeria), primero atacó los sonidos highlife y jazz desde los albores de los años sesenta en la efervescente escena nacional nigeriana. Ya con Fela Kuti, entre los años 1968 y 1979 moldearon a cuatro manos lo que se conoció luego como afrobeat. Un cóctel inflamable de jazz, funk y rítmicas africanas que, con el tiempo, él expandió a sonidos como el dub y el hip hop.

Con su participación en Koola Lobitos, primer proyecto de highglife-jazz de Fela Kuti, y Africa 70, Tony Oladipo Allen (Lagos, 1940) indagó senderos nuevos para desarrollar los patrones rítmicos del afrobeat a partir de las discografías influyentes de Art Blakey, Max Roach y James Brown, que conoció en la controvertida primera gira por Estados Unidos que en 1969 realizó con Fela Kuti y Africa 70 (“viajábamos hasta setenta personas y solo actuábamos treinta; el resto eran parásitos”, recordó hace años), y la adaptación rítmica yoruba del pionero percusionista ghanés Kofi Ghanaba (1923-2008). No obstante, los comienzos de Tony Allen no fueron fáciles, y en su juventud llegó a ser detenido durante una violenta ola de represión política y racial. En 1974 el músico sufrió tres días de prisión, pero la decisión de superar los patrones establecidos de los ritmos nigerianos ya estaba tomada. Al año siguiente, todavía ejerciendo como baterista titular y director del multitudinario conjunto liderado por Fela Kuti (“sin Tony Allen no existiría el afrobeat”, dijo este), el percusionista de Lagos registró su primer disco como líder absoluto, aunque acompañado por Africa 70. Se tituló “Jealousy” (Soundworkshop, 1975), y después ya nada fue igual.

A mediados de 1979, un lustro después de actuar por última vez como integrante de Africa 70 en un festival de jazz celebrado en Alemania, Allen tomó la decisión crucial que iba a marcar su vida personal y profesional. En 1984 salió de África, del complejo mapa social de Nigeria (un estado gigante con doscientos millones de habitantes, más de cincuenta idiomas y medio millar de grupos étnicos), y optó por expatriarse en la relativa seguridad que ofrecía Europa, primero con un breve período de residencia en Londres y luego en París. En la capital francesa encontró trabajo como músico de sesión y formó parte de los grupos de gira de artistas de referencia en la primera eclosión europea de las músicas africanas en el mercado occidental, como el teclista congoleño Ray Lema, el cantante y guitarrista de música jujú nigeriana King Sunny Adé y el saxofonista camerunés Manu Dibango. Ese mismo año, Allen ya acumulaba un ramillete de temas nuevos, los suficientes para entrar en el estudio de grabación y registrar “NEPA (Never Expect Power Always)” (Mercury-Earthworks, 1984), al frente de Afrobeat 2000.

“No tengo ataduras ni ningún prejuicio en particular. Desde hace muchos años he viajado a bastantes países de todo el mundo gracias a las músicas que escribo. Me gusta hacer cosas nuevas porque nunca me he conformado con copiar. Todo lo que escribo lo hago con mi talento, por mí mismo”

Recién editado por el sello británico World Circuit, su nuevo álbum viene a culminar una amistad que se extendió durante cinco décadas con el trompetista sudafricano de jazz Hugh Masekela (1939-2018). “Rejoice” (World Circuit-BMG, 2020) es, sin ambages, un ajuste de cuentas con el tiempo pasado desde que en los años setenta Allen y Masekela trabajaron con Fela Kuti. Durante años, ambos artistas hablaron de plasmar esta colaboración en un disco, pero no fue hasta 2010 cuando la reunión se pudo llevar a cabo en Londres gracias al empeño de Nick Gold, director de la disquera que alumbró, entre otros, “Buenavista Social Club” (1997).

De aquellas primeras sesiones quedó un trabajo inconcluso –el primer lanzamiento póstumo con material inédito de Masekela– que ahora Allen ha rematado con siete piezas de alto octanaje. Ni más ni menos que la confluencia de dos ríos gigantes de las músicas africanas. “Tanto Hugh Masekela como yo mismo siempre hemos intentado no copiar nada, ni siquiera repetirnos a nosotros mismos”, asegura Allen en conversación telefónica, “porque creo que la labor del músico, o al menos como yo entiendo la tarea musical, es indagar en nuevas vías de expresión sin tener en cuenta qué se hizo antes o lo que ahora están haciendo los otros. Durante los más de sesenta años que llevo dedicado a la música nunca he concebido la labor de compositor o de intérprete como un medio de trabajo cualquiera para ganar dinero, ni mucho menos para seguir la moda del momento. Yo no creo en las modas; yo tengo mis propias metáforas”.

El torrente musical de esta reunión –en la que participan Mutale Chashi (Kokoroko), Tom Herbert (The Invisible), Joe Armon-Jones (Ezra Collective) y Steve Williamson– se nutre del acervo ingente acumulado durante medio siglo de carreras por los dos veteranos para sobrevolar las fronteras musicales que, en teoría, separan al afrobeat del jazz. “Es cierto que nos propusimos superar los corsés impuestos de nuestros respectivos estilos musicales, y creo que lo hemos logrado con una suerte de swing-jazz con potentes raíces rítmicas de afrobeat”, indica Allen sobre piezas como “Robbers, Thugs And Muggers (O’Galajani)”, “Jabulani (Rejoice, Here Comes Tony)” o el extraordinario epílogo “We’ve Landed”. “No tengo ataduras ni ningún prejuicio en particular. Desde hace muchos años he viajado a bastantes países de todo el mundo gracias a las músicas que escribo. Me gusta hacer cosas nuevas porque nunca me he conformado con copiar. Todo lo que escribo lo hago con mi talento, por mí mismo”.

Metáforas propias. Foto: Gavin Rodgers
Metáforas propias. Foto: Gavin Rodgers
Atención aparte merece “Obama Shuffle Strut Blues”, quizá un sortilegio en clave de homenaje al expresidente norteamericano que, sin embargo, Allen no quiere que se interprete como una consigna de tinte político. “Yo hago música, no soy político ni quiero serlo”, zanja el autor de “HomeCooking” (Comet, 2002) y “Lagos No Shaking” (Honest Jons, 2006), los discos que publicó antes de unirse a Damon Albarn (Blur, Gorillaz), Paul Simonon (The Clash) y Simon Tong (The Verve) en la superbanda The Good, The Bad & The Queen. Con la serenidad que aporta la edad, Allen pasa de puntillas por el compromiso político que siempre fue marca de la casa. Recuérdense, si no, sus incendiarias “Elewon Po (Too Many Prisoners)” o “Pariwo”. “No creo en la música que se hace solo para ganar dinero. Siempre he hecho música con pasión y con dedicación, ya que lo único que pretendo es ser yo mismo y expresar mis ideas a través de ella. Esa ha sido mi idea de vida”.

Plasmada en un libro –“Tony Allen. Autobiography Of The Master Drummer Of Afrobeat” (2013), del biógrafo de Fela Kuti, Micheal E. Veal– y en un documental –“Birth Of Afrobeat” (2018), dirigido por Opiyo Okeyo–, la vertiginosa carrera de Allen (según Brian Eno, “el mejor batería que ha existido nunca”) incluye jalones esenciales como el disco “Secret Agent” (World Circuit, 2009), editado el mismo año en el que, además, entregó su alianza con Jimi Tenor, “Inspiration Information” (Strut, 2009). En su hoja de ruta también brillan el proyecto con Damon Albarn y Flea (Red Hot Chili Peppers) en el grupo Rocket Juice & The Moon, su alianza con los franceses The Jazz Bastards y el 10” “Tomorrow Comes The Harvest” (Blue Note Lab, 2018) junto con Jeff Mills, además de otras colaboraciones más o menos puntuales con artistas globales como Baaba Maal, Air, Zap Mama, Archie Shepp, Jarvis Cocker, Susheela Raman y Charlotte Gainsbourg.

¿Y qué busca Tony Allen cuando trabaja con otros artistas? “Principalmente, tratar de hacer música nueva y buena”, señala el autor de “The Source” (Blue Note, 2017), su disco personal más reciente. “Muchos aspiran a la vida fácil y por eso actualmente hay tantos que se autodenominan músicos, pero que solo se dedican a copiar lo que se hizo antes. Ahora ya casi nadie quiere hacer música de la manera en que se hacía antaño. Pero cuando se tienen el talento suficiente y la actitud necesaria, las cosas pueden tomar un rumbo diferente y conseguir algo que sea interesante para los que de verdad aman la música”, indica Allen, echando en falta la alianza con Masekela. ∎

Esa música híbrida, atlética y poderosa

Con el respeto creciente que los ritmos africanos se han ganado a pulso en las últimas décadas entre la mayoritaria audiencia occidental, sin duda el afrobeat ha copado buena parte del éxito comercial y de público. Y no son pocos los artistas africanos que atribuyen tal logro a la influencia que estilos como el afrobeat de Nigeria, el highlife de Ghana o el mbalax de Senegal tienen hoy en el planeta hip hop.

En otoño, este cronista pudo pulsar la opinión de otro actor principal de la época dorada de África, el cantante ghanés Pat Thomas: “Es verdad que muchas de nuestras músicas fueron olvidadas, pero creo que nunca desaparecieron porque son fuertes, demasiado fuertes para morir. Y ahora las nuevas generaciones, sobre todo los chicos que hacen hip hop, tienen un verdadero interés por unos sonidos africanos que ya no ven como algo tan lejano. Y también ayuda que ellos no tienen tantos prejuicios y nos escuchan con respeto”.

Con medio siglo detrás de la batería, Tony Allen remata esta idea con una apelación a la música sin fronteras: “No soy quien para dar consejos, pero si puedo transmitir un mensaje a las nuevas generaciones es que escuchen bien lo que se hizo antes y se esfuercen en abrir nuevas vías de expresión. Siempre con pasión y mucho trabajo, porque yo nunca he creído en la música que surge sin esfuerzo”.  ∎

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