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Firma invitada / Despachos desde el fin del mundo

Oliver Sacks, revisitado

(retomando confianzas)


A

l principio, odié a Oliver Sacks. Antes de leerlo, detesté su figura.

O mi idea de él.

O lo que aparecía en la película “Despertares” (1990), de Penny Marshall y protagonizada por Robin Williams.

Hace unos días volví a ver “Despertares” y me pareció muchísimo mejor de lo que la recordaba. Quedé gratamente sorprendido. Cercana a Robert Bresson y no tan hollywoodense (a lo Ron Howard). Más que sobre sus catatónicos pacientes, es una cinta acerca de un médico que despierta de su letargo, de sus miedos, taras y conflictos no resueltos. Es una particular comedia romántica –en tono menor sin comedia ni romance– donde lo que está en juego es la leve unión espiritual y casta entre dos seres lastimados y solitarios: una versión hetero del doctor como héroe de la timidez y una enfermera (la gran Julie Kavner) sin panoramas, ni nadie que la contenga.

Al estar un fin de semana largo confinado bebiendo solamente de Oliver Sacks y sus afluentes –como Robin Williams, que con el tiempo también ha adquirido espesor–, el deseo de leer al neurólogo británico apareció. Se volvió compulsión. Una película vieja y un documental nuevo me conquistaron, acaso encandilaron. Ahora quería leerlo; o quizá ahora estaba dispuesto a ingresar en la ciencia de las emociones y en lo que hace el ser humano con tal de defenderse del dolor, muchas veces somatizando, como si se tratara de poesía expresionista y punk.

No me cabe duda: fue Williams el que arruinó mi posible lazo inicial. Ahora que la vuelvo a ver (estos curiosos algoritmos con afanes de curadores de cineteca) me percato de que Robin Williams está muy bien, contenido incluso, y es lo mejor de la cinta. No así De Niro, que se da el gusto de desatarse sin que Scorsese lo ataje. Penny Marshall es old school y filma todo de manera clásica y deja que sus actores miren, caminen, respiren o estén quietos. El fotógrafo Miroslav Ondříček le da una estética checa inesperada que se agradece. Yo vi otra cinta hace 30 años. O quise ver lo que consideraba un producto de Hollywood para emocionar a las plateas con trucos sentimentales. Veía que Williams quería que lo respetaran como actor, cuando su vida era otra a la que creía: un actor que tuvo que vivir como comediante. Así las cosas, en mi joven ser, la opción de Williams de querer ser serio era, acaso, la misma de Sacks. Me parecía que todo era un afán por ser tomado en serio. El tipo de arte que me lanza al sofá a dormir. Por qué escribir si puede vivir las cosas que hace. Mejor que sea doctor, no autor.

“Oliver Sacks: una vida” (Ric Burns, 2019) es un documental curioso acerca de una figura que crece con el paso del tiempo, porque lo cierto es que Sacks se adelantó. Desconfiar de las certezas, subrayar las dudas, narrar la no ficción, aterrizar la ficción, el auge de la crónica, el interés por la ciencia, la invasión irrupción de la autoficción. Un doctor que escribe y que escribe bien. ¿Es tan común? ¿O cuántos son buenos? Son menos de los que uno cree. Chejov, por cierto; William Carlos Williams. Me gusta mucho Abraham Verghese, que tiene puntos en común con el autor de “Despertares”. Por cierto, que en el terreno pop/trash/best seller están Michael Crichton y Robin Cook. Pero estos dos colosos de la literatura de aeropuerto optaron por asustar o, al menos, hacer de la ciencia un thriller. Sacks busca algo menos explosivo: comprender, entender la historia del paciente, transformarlo todo en una narración donde lo leve y lo fino es la manera que tiene de ingresar a casos que asustan o producen rechazo a primeras.

¿Fue Sacks un hombre de ciencia o un científico de las letras?

Algunos, con mala leche destilada, satirizaban: “El caso del doctor que confundió a sus pacientes con personajes”. En el mundo literario, donde lo personal es apreciado, exigido, Sacks fue bien recibido, incluso fetichizado. En el mundo de las ciencias, opinar o sacar conclusiones supera el desatino. Adjudicarse triunfos colectivos tampoco. Sacks supuestamente usó la vida real como inspiración. Sin duda, esa fue su gracia. Hizo narrable lo que parece imposible de creer. Es cierto, tenía elementos que en otros autores me atraen: su afán de hurtar, un voyerista, un solitario manos-de-tijeras que no opera sino estudia: anota, escribe, comparte. Pero me imaginaba a Robin Williams en “Patch Adams” (Tom Shadyac, 1998), que no tiene nada que ver. O quizá sí. Williams era adicto a interpretar a médicos dañados que curan a otros. La vocación de Sacks era escribir, escribir de otros, escribir de sí. Primero, más tangencial, al final más de frente o frontal puro.

La cinta “Despertares” me liberó a Sacks de Williams. De paso, logré una cierta fascinación al ver “El club de los poetas muertos” (qué gran director es Peter Weir) y “El indomable Will Hunting” (1997) de Van Sant. Estuve a punto de distraerme con dos documentales, casi enemigos, acerca del cerebro y la creatividad de Robin Williams (un personaje tipo Sacks, si es que existe alguno). Regresé a “Despertares” para ver mejor el documental “Oliver Sacks: una vida”. Pensé que me podía ayudar. Lo hizo.

Lo de Ric Burns es una suerte de coda a las memorias de Sacks, titulado “En movimiento” (2015). Burns muestra y explora lo que el propio Sacks no pudo saber. Conocer, con cierta certeza, el final del camino. Esto hizo que la editorial cambiara sus planes y adelantara su publicación. Sacks era ya una estrella literaria y, si bien nunca su autobiografía fue pensada como una despedida pública, no era mala idea que saliera antes de que el autor partiera. Sacks deseaba que parte del contenido de “En movimiento” se supiera: que fue joven y musculoso y gay. Que tuvo sexo y amores que no resultaron y hasta períodos de castidad y adicción. Era algo más que el “doctor mayor con alma de niño”. Su luz emanó de sus lugares oscuros. La editorial Knopf pudo mover sus engranajes. Sus memorias aparecieron tres meses antes. La cinta, de hecho, parte con el neurólogo revisando el manuscrito de sus memorias. Él narra, participa y comenta desde su particular ojo clínico, pero, ahora, es su cuerpo el que está expuesto también. Son ojos, su voz, su forma de hablar. El escritor que vive dentro del documental posee el mismo tono (la misma sabiduría, humor y buena disposición) que hizo estremecedor a su texto de despedida titulado “Gratitud” (2015). Burns percibe a alguien resignado, no arrepentido, en paz, sí, pero aún con ganas de seguir.

El documental y sus memorias forman un gran combo. Juntos funcionan mejor que separados. El director hace lo que puede con el material al que accedió. Lo hace desde la trinchera de la buena onda, de la admiración, del cariño. Aquí, más que ser testigos, Burns, su equipo y los amigos de Sacks son cómplices. Filman el mito y quedan estas imágenes simples que, en momentos duros, de ruptura y largos adioses, ayudan a aplacar el ansia. Aparece como prueba de lo que escribió, es cierto: todos al final nos contamos una historia hasta que estamos listos para contarnos la verdad. El doctor inglés deja que lo filmen y lanza anécdotas. Sabe que quizá estos momentos son claves en su legado. Apostó por ser algo más y sin duda lo logró. Este documental no es algo tipo “Relámpago sobre el agua” (1980) acerca de la agonía del cineasta Nicholas Ray captada en 16mm por Wim Wenders. No, no, esto no es una snuff art movie. Esto es una despedida, sí, pero es, además, una transformación. El documental que no documenta, sino que es cómplice. Una nueva imagen, una nueva épica, un final literario. Aquí, Sacks decide hablar, expresar con miradas y usar el hecho de su inminente muerte como un catalizador para recordar lo más posible. Aquí no escribe, pero sin duda queda claro que esa es su voz. Y por eso conecté. Me pareció que estaba en presencia no de un médico, no de una figura atípica en el mundo literario, no un mito pop. Me sedujo por su historia, por las historias que contaba y por cómo enfrentó la suya.

Me di cuenta de que era un escritor. Punto.

Busco y encuentro entre mis libros no clasificados u ordenados a “Insomniac City. New York, Oliver Sacks And Me” (2017), el curioso e íntimo libro híbrido de Bill Hays. Es un bello libro. No se ha traducido. Trata acerca del duelo, de entablar un lazo con un escritor 30 años mayor, que está en el closet y es célibe, además de ser una gran conversación con el espectro del sida y con la promesa de un futuro o una segunda oportunidad, aunque sea acotado. Es, creo, un libro superior al de Sacks. No es malo contar una mirada estricta. No es malo que te narren narrar. Pero es cierto que a veces solo tú puedes relatar la historia. Incluso, puede ser acerca de muchas cosas, aunque, sin duda, se puede leer como una biografía de una generación gay que se frenó por miedo y quedó un poco al margen. En “En movimiento”, un hombre obsesionado con los detalles, como Sacks, se los salta demasiadas veces. Se asusta con lo pasional. Es menos clínico consigo mismo que con los demás.

Al escribir sus memorias a los 81, Sacks pensaba más en la idea de abrir un ciclo de textos autobiográficos (la pasión en el closet, la adicción a las drogas, el submundo gay de motos y callejuelas). No contaba con que el libro iba a cerrar una vida. Su intención era clara: iniciar una vida o reiniciarla o darle un nuevo sentido a las obras anteriores. Era el año 2015 y Sacks llegó a vivir hasta el último día de agosto. Ric Burns usa la sentencia de muerte como excusa, para narrar hacia atrás, hacia los orígenes, un viaje por la propia vida de Sacks que a veces parece navegar con mitos tan poderosos como “Easy Rider” (Dennis Hopper, 1969), los dibujos de Tom Of Finland o las novelas de carretera de Kerouac.

Sacks transita con los padres abandonados de los perdedores del oeste de Sam Shepard. Sacks entiende las crónicas, los moteles, las motos, la soledad de la gente, su propio pánico a la intimidad. Es hora de comenzar a devolverle la mano a Sam Shepard. Fue “Crónicas de motel” (1982), más que Carver o Ford, lo que alteró el paisaje físico y moral e hizo más porosas las frentes y permitió el éxito de literaturas como la de Patti Smith.

El documental me hizo querer a volver a leerlo. Corrijo: me hizo leerlo por primera vez. Sabía de él, pero creo que no lo había leído. Lo leí, de una, lo devoré. Y luego tres libros más, como un adicto, el último “Todo en su sitio” (2019), miniensayos y apuntes, con escritos nuevos, crepusculares, y otros perdidos o no publicados en un libro.

Debí llegar a Sacks antes. Aunque no todo tiempo transcurrido implica pérdida. Muchas veces ocurre al revés: uno no estaba del todo preparado para enfrentar una obra que te espera palpitante. Con el cine, como con la música y los libros, la verdad es que uno puede empezar una adicción (o, al menos, una fascinación) a cualquier edad. Se puede no saber nada de un autor de moda o de uno que estuvo de moda y da igual. Se parte cuando se parte.

A veces es mejor tener toda la obra de inmediato a tu disposición.

Sacks escribía más para narrar que para divulgar, para entender y, también, para cautivar. Empatizaba con la idea del paciente. En su mirada hacia los raros y solitarios o perdidos neurológicos se entiende su propio deseo de ser comprendido, con todas sus contradicciones. “En movimiento” ordena, explica, llena los vacíos. Al intentar fundar un género (al elevar la prosa y cambiar la mirada del informe médico o la escritura teórico), no solamente no escribía como académico, sino que, a veces, parecía un minimalista, alguien que tuvo que leer a Hemingway en su adolescencia. Sacks enfrentó su escritura médica y personal como literatura. Quiso ser tomado más en serio como escritor y menos como científico. Entendió el valor de narrar la verdad. La mejor manera era haciéndose cargo de su historia y contando historias. No tomó el camino automarcado en una aplicación de destino. Desoyó las instrucciones de la chica computarizada y cerró su vida (o su carrera) con un par de textos que tienen el deseado efecto de tener que releer/repensar y optó por dejarse filmar sin miedo, dejando todo en su lugar y entregándonos contextos para su obra, aunque sea leyéndolo tarde, pero al menos de manera atenta. ∎

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