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Firma invitada / Hola, Lecturas, Pronto

Consejos vendo

H

ola. Estoy grabando disco nuevo y empiezo a sentir el vacío del “y ahora qué”, la depresión posparto, si se me permite. Aparte de empezar a hacer por fin un disco con los sintetizadores –para que se vea que no los compré por aburrimiento y adicción al Wallapop–, se me ha ocurrido la idea de escribir un libro sobre mi experiencia en los estudios de grabación, que es bastante. He estado en muchos estudios, porque son muchos los discos de Sr. Chinarro ya. No digo cuántos discos para no reventarles la pregunta a los que vayan a hacerme una entrevista cuando se publique este álbum que estamos terminando.

Hay bastantes libros de productores famosos, de productores de los de antes, de los que entendían mucho de estudios de grabación, al menos del estudio que regentaban o aún regentan, repletos de apabullantes maquinitas como de cohete espacial.

Muchos productores de ahora se hacen llamar productores por montar en su habitación churros musicales con cuatro trozos refritos del pasado y toneladas de poca vergüenza; unos churros con los que se forran, por lo que no les negaré el mérito, aunque estén tan lejos de mí en el tiempo y en el espacio cultural: los tiempos siempre están cambiando, de lo contrario no serían tiempos ni serían nada. Estos últimos productores no están para escribir libros, de momento; lo harán cuando la siguiente moda los orille o cuando las editoriales necesiten novedades de famosos para sus ferias del libro.

Los libros de los productores estrella del pasado son muy interesantes, sin duda, pero ayudan más a los que pretenden montarse un estudio de grabación a la antigua usanza, apilando maquinitas como yo he apilado sintes, que a los músicos que vuelven a caer en la carísima trampa de la pompa y el boato sonoros, siguiendo la costumbre de una época en que las grandes discográficas invertían una pasta en los discos, una pasta con la que los músicos trataban de vengarse de antemano del robo que después aquellas les harían con los royalties. Sobre esta trampa y otras muchas que hay en los estudios de grabación me gustaría detenerme cuando escriba un texto más largo.

Por otra parte, cuando los músicos escriben libros y cuentan algo sobre los días de grabaciones se detienen más en la parte lúdica del asunto, la del robo preventivo a los ladrones: que si los porros, que si la montaña de coca, que si un palé de latas de cerveza, que si a Jim Morrisson se la chupó una groupie mientras cantaba, en fin, esas bobadas de malotes que ojalá sean superadas mediante la explosión actual de grupos compuestos por mujeres en su mayoría, aunque quizá sigamos en esas, por mucho que a mí me parezcan ellas más sensatas porque, finalmente, a quién no le iba a gustar una orgía como del siglo primero y tal. Más bien las grabaciones preparadas como fiestas de puticlub de pueblo han pasado o pasarán de moda porque las grandes discográficas ya no necesitan siquiera emborrachar a los músicos para tomarles el pelo. Yo desde luego prefiero no escuchar nunca lo que me graben cuando estoy bebido, e incluso ahora, escribiendo sereno, tengo más tentaciones de borrar que de continuar dejando rastro de mis pensamientos, musicados o no.

No voy a empezar a escribir el libro ahora, ni siquiera a usar este texto como recordatorio o boceto, pero me gustaría destacar una de mis premisas: cuando el músico entra en un estudio de grabación que no es suyo está entrando en un negocio ajeno, y ha de tener el mismo cuidado con sus decisiones que al elegir productos del supermercado o dando instrucciones a su peluquero. Es cierto que muchas veces el o la regente del estudio es o ha sido músico, con lo cual lo más probable es que se respire un ambiente de camaradería agradable que, sin embargo, no debería hacernos creer que se debe bajar la guardia en ningún momento.

La cantidad de tonterías que podemos hacer los músicos en un estudio de grabación se ha multiplicado desde que las herramientas digitales de edición han permitido prácticamente cualquier cosa que se nos ocurra, y muchos artistas podrían acabar como esas personas que se operan para parecerse a la imagen que tienen de sí mismas a partir de los filtros de TikTok. Me pregunto si esta aplicación recibe su nombre del tic nervioso y del trastorno obsesivo compulsivo. Del mismo modo las inseguridades propias de cualquiera, y quizá más aún de los artistas, pueden llevarnos a la perdición.

La cuestión es que ya es casi imposible escuchar imperfecciones en los discos, y el estándar del oyente ha cambiado. Tanto es así que a poco que me relaje empezaré a comprender a los productores de lata de Red Bull, ordenador, micro apañado y pitillo, y que lo mejor acaso sería reutilizar, como hacen ellos, lo que ya se hizo, como si la historia de la música y quizá toda la historia del arte convertible en archivos digitales se hubiese tirado a la basura, porque de hecho eso ha acabado siendo internet, una fuente inagotable de creaciones de(s)preciadas: basura.

Para que una banda toque bien necesita muchas horas de ensayo, de estar juntos, y esta era con sus nuevos inventos no ha hecho otra cosa que promover la soledad. Las herramientas de edición pueden ayudar a recrear los ensayos no realizados, pero nunca se obtendrán con ellas la camaradería, las risas y las reflexiones de una buena conversación. Eso sí, cuanto más falseemos nuestro trabajo de artistas mediante las máquinas más cerca estaremos de dejarles a las máquinas todo el trabajo. Y recordemos que nosotros no tenemos pagas.

De momento aclaro que la edición de una grabación, su corrección mediante herramientas digitales, no es tan sencilla como ponerle un filtro de TikTok a una foto, con lo que, salvo que la hagas tú mismo en casa, la inseguridad puede salirte casi tan cara como la cirugía estética. En fin, síganme para más consejos, amigas y amigos que quieren ir a que les graben sus canciones nuevas. ∎

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