mpiezo a escribir este artículo en el coche, debo arrancar, pero tengo el móvil pegado a las manos. No lo he soltado en veinticuatro horas. En este tiempo he borrado otros veinticuatro tuits. Quiero dar con una idea, solo una, que resuma cómo me siento y lo que pienso. No lo voy a conseguir. No voy a dar con la frase, no voy a dar con la idea, no voy a poder tuitearlo. No estoy a la altura de los tiempos, temo que mi silencio estas veinticuatro horas me haga cómplice. Eso he leído en las redes sociales, que quienes no se han manifestado contribuyen a la violencia del patriarcado, son el patriarcado. No paro de pensar en la banalidad del mal. Nunca paro de pensar en la banalidad del mal. Cada uno de nuestros actos, palabras o silencios pueden contribuir en alguna dirección.
El viernes 26 de enero iba a ser un buen día. El cambio climático nos regalaba una jornada primaveral, en la radio nos iba a visitar un delicioso cantante brasileño, por la noche se celebraban los premios Feroz y yo iba a verlos desde casa con una copa de vino en una mano y Twitter en la otra. Pero la vida es eso que pasa mientras tú tuiteas. La vida es eso que pasa detrás del decorado.
Tengo la costumbre de tomarme el café de la mañana leyendo las secciones de cultura de los periódicos y el café el viernes 26 de enero se me quedó frío en la mesa, un titular me cerró la garganta: “Tres mujeres acusan al director de cine Carlos Vermut de violencia sexual”. ¿A Carlos Vermut? ¿El director de cine más brillante de su generación? ¿El chico que empezó haciendo cómics? ¿Aquel del que José Sacristán decía maravillas? ¿El hombre del que tan bien me habían hablado amigos en común?
Todos esos Carlos Vermut eran el mismo Carlos Vermut de 43 años del que tres mujeres contaban horrores, el mismo Carlos Vermut que en el reportaje reconocía barbaridades sin ser consciente de que lo eran. Horrores que creíamos que cometían hombres de otra época, otro sistema, otra edad. Un reportaje que ya es historia del periodismo y de la sociedad de nuestro país y por el que quisiera felicitar a sus autores, Gregorio Belinchón, Ana Marcos y Elena Reina, tanto como a la dirección de ‘El País’, que los amparó para trabajar durante meses en esta historia que, como dice el sector, es el ruido que hace un viejo coche al arrancar, ahora empezará el viaje.
El mundo del cine es solo un mundo dentro del Mundo que conformamos los seres humanos, que siempre nos hemos perdido por el camino del poder y la vanidad y siempre lo haremos. Sin embargo, quiero pensar que aunque no podamos erradicar de la condición humana algunas esencias, las podemos modular, y las mujeres que hablan en el reportaje a pesar del miedo y el dolor ayudan a hacerlo, aunque, como he comprobado en estas veinticuatro horas, aún demasiado lentamente.