s contaré una preciosa historia. Con diez años, gané un concurso de dibujo organizado por la Diputación de Albacete cuyo lema era: ¿Qué es para ti un rey?
Dibujé al monarca como el maquinista de un tren, asomado por la ventana de la locomotora, saludando sonriente gorrilla en mano. Detrás, en tres vagones se formaba la palabra DEMOCRACIA, de modo que la sílaba “DE” iba en el primer vagón, “MO” en el segundo y en el de cola “CRACIA” (porque calculé mal el espacio de la cartulina). El rey es el impulsor de nuestra democracia, era mi mensaje. Representé la máquina a toda velocidad, con mucho humo saliendo por su chimenea, en dirección a un barranco… ¡Total, que gané!
El premio era una audiencia con la familia real ¡Imaginaos la ilusión! Me recogió el guía en un Land Rover Santana una soleada mañana de abril y aún se me ponen los pelos de punta al recordar las puertas del palacio abrirse: ante mí se desplegó un verdor brillante e intenso. “¡Es un jardín prechiocho!”, acerté a decir. Entonces, a lo lejos, me pareció ver a las infantas corretear, y una de ellas, la menos agraciada, al percibirnos vino corriendo hacia nosotros. El guía tuvo que frenar bruscamente porque de buenas a primeras se había plantado delante. Si una infanta se cruza en vuestro camino, da igual que pitéis, porque no se quita. Nos miraba con curiosidad y así estuvo un rato. Luego saltó al capó para observarnos más de cerca.
—Tiene una preciosa dentada –dije.
—Sube la ventanilla –dijo el guía.
En un santiamén estaba otra vez en el suelo, chupando el cristal del asiento del copiloto.
—Para mí que tiene hambre –dije.
Pero, claro, no podía darle mi almuerzo, por seguridad y por protocolo; el guía me proporcionó un cubo con trocitos de zanahoria.
—Ten cuidado –me advirtió–, no suelen morder, pero nunca se sabe.
Por una rendijita fui dándole todos los trozos, que engulló casi sin masticar. Una vez había dado buena cuenta del cubo, eructó y se fue por donde había venido. Aún me parece ver su trenza ondeando al viento.
—No es fácil que una infanta se acerque tanto –dijo el guía.
Y me sentí bendecido.
Luego nos apostamos en un observatorio camuflado entre el follaje.
—¿Veremos al rey? –pregunté sosteniendo mis prismáticos.
—¿Ves esa laguna? –dijo el guía señalando– Ahora baja a abrevar una manada de doncellas, estate atento que a veces sale y se coge una.
Estuvimos mucho rato oteando, pero al final no lo vimos. Por lo visto, los monarcas duermen una media de 20 horas al día; tienen otro metabolismo. ∎