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Firma invitada / Escribir con Auto-Tune

No soy una fan cualquiera de C. Tangana

A los 16 años, celosa y tóxica, le espié los DM a mi novio y descubrí que me estaba engañando con otra tía. Enviarse música por Facebook, Instagram o WhatsApp ha sido siempre una manera guay de tontear. Así que, en uno de esos mensajes, ella le enviaba el link de YouTube de una canción que sería la BSO de mi primer fracaso amoroso: “Cada uno en su lugar”, de un tal Crema. Era 2008 y odiaba todo aquello que tenía que ver con las mujeres que roneaban o habían roneado con los tíos que me molaban. Llegué a vetar en mi vida cotidiana no solo canciones, sino poemas, novelas, películas y hasta las obras completas de artistas; también lugares, comidas y nombres propios. Un poco como ahora, vamos. Llevo fatal que el hombre que quiero pueda recordar momentos con otra mujer. Me perturban los recuerdos ajenos porque no puedo controlarlos. Sí, a los 28 años, soy una controladora, una celosa y una tóxica en pleno 2021, en pleno auge del feminismo. Sin embargo, esa noche escuché “Agorazein” de arriba abajo y canciones como “Bajo cero” y “Nada más que eso” hicieron que el orgullo de formar parte de una generación se impusiera a cualquier despecho.

Hija de padres que creyeron que tendría una vida mejor que las suyas si se mataban a currar para poder pagarme la universidad, no necesitaba empezar ninguna carrera todavía para saber que, al acabar sus estudios, a gran parte de la juventud española le esperaba –y le espera– un futuro más negro que Obama y Malcolm X. Pero las letras de aquel tipo de Madrid no me obsesionaron por sus alusiones a sus orígenes humildes o por su crítica social y política, sino por la conciencia y la reivindicación de su propio talento siendo, literalmente, nadie. Crema vivía bajo cero, pero tenía muy claro que con un elogio el mundo sería suyo, aunque pasaba porque prefería la calle y morir de frío. Tenía muy claro que podía ser un genio, pero prefería ser un niñato. Preferencias, quizá, que escondían el miedo y la inseguridad ante la dificultad de ser alguien en el panorama musical español. Porque para eso hay que tener pasta o ganarla, ser el mejor no es suficiente. 

Antón Álvarez nunca ha sido un rapero que escupe panfletos y chapas progres, sino uno de los letristas españoles más brillantes de los últimos tiempos, un escritor. La asociación de ideas que establece en sus letras, a partir de “Desde la octava ventana del bloque” (2007) y hasta su mixtape “10/15” (2015), pasando por “EGO” (2007), “Agorazein” (2008), “Agorazein presenta... C. Tangana” (2011), “LOVE’S” (2012) y “Trouble + Presidente” (2014), está muy alejada de ser un simple ejercicio de virtuosismo retórico y métrico. Dejando atrás un par de maquetas anteriores a 2007, saturadas lírica y musicalmente por los comienzos de cualquier artista adolescente sin formación ni experiencia, la discografía de Antón Álvarez AKA Pucho AKA Puchito AKA Crema AKA C. Tangana relata la construcción de un personaje y la de su propio imaginario, que acabará de explotar en “Ídolo” (2017) y “Avida Dollars” (2018), ambos mucho más conceptuales respecto a sus trabajos anteriores, ya firmados con una multinacional. A diferencia de las de los raperos del establishment español de izquierdas, su discografía es una dramaturgia y, por lo tanto, la ejecución de esta, su vida, una performance, un show, una obra.

Aunque C. Tangana ha sentenciado “LOVE’S” por ser un LP que falla en comunicar y transmitir, canciones como “WRLD” o “0.G.” volvieron a ser la BSO de una tía random de barrio que, como él, no se conformaba con lloriquear y patalear y hacer propaganda política que de poco o nada servía para apaciguar mis pretensiones de actriz y escritora. Yo también aspiraba. Pero aspirar es un verbo conflictivo en una sociedad capitalista y neoliberal. Ya sea porque es uno de los eslabones que constituye la cadena de la meritocracia, ya sea porque cuando los que aspiran son pobres y fracasados que no van ni de pobres ni de fracasados, sino de artistas, de peña con talento, molesta. La corrección política y el moralismo de la izquierda ante el alarde, la ostentación y, al fin y al cabo, el deseo es terrible. Desear que esta mierda que escupo cambiara el mundo y así, algunas camis de ese mostrador, algún viaje, un buen reloj, dormir tranquila, apagar el sol, desear que este mundo fuera mío, las calles solo ríos, mi droga en cada crío y yo mi único Dios, molesta. Una vez, mi amiga Rita Rakosnik me dijo que uno de los grandes errores de la izquierda había sido renunciar al lujo. Y sí, por eso C. Tangana molesta, por eso cae mal, por eso es o ha sido polémico.

La altivez de las clases trabajadoras no se perdona. Y me refiero a clases trabajadoras en plural, porque la estetización de la pobreza nos ha vendido que la clase trabajadora es solo una, aquella que está condenada a que su único orgullo sea el de clase y que si se atreve a tener inquietudes artísticas deben ser por y para “la causa”. Pero los artistas no somos educadores sociales, tampoco políticos ni activistas. Y los pobres no somos tontos, queremos pasta. Y sabemos que también tenemos talento, ya sea para alardear de él, ya sea para ganar dinero. No hay nada más clasista que condenar a los discriminados al regodeo de su propia discriminación, a que no puedan o no deban imaginarse ni proyectarse más allá de su propia injusticia, ya sea para reivindicarla o para sucumbirla. C. Tangana ha confesado que su obra es una historia de superación; también ha afirmado que él no es un moralista, sino un esteta. Por eso, cuando firmó con Sony, colgó una lona gigante en la Gran Vía de Madrid delante del Pans & Company en el que había currado a 5 € / h presentándose como la culminación de su personaje, entonces, ya, coronado como un ídolo por el público y por la industria. Más tarde, con “Avida Dollars” proclamaría que su negocio era el arte de hacer dinero, haciendo referencia al término que André Breton acuñó para referirse a Dalí de forma despectiva acusándolo, básicamente, de vendido.

Sería muy de cuñaos no entender o no querer aceptar, a estas alturas, que la figura de C. Tangana reflexiona sobre el concepto de éxito y fracaso arremetiendo contra el trabajo, reconociéndolo como un sistema de opresión más. ¿Y qué hay más anticapitalista que cagarse en el puto trabajo? También es muy de paletos no distinguir entre la libertad individual del artista y el individualismo neoliberal que jode a la comunidad. Es evidente que C. Tangana no podría hacer lo que le sale de la polla como artista si no fuera por su equipo artístico, formado, básicamente, por sus colegas. Si nos parásemos a analizar la estructura y el funcionamiento de Agorazein y Little Spain, estoy segura de que encontraríamos más cooperación que otra cosa. También estrategias de marketing, claro. Puedes ponerle tu nombre a una colonia y anunciarla en TV o hacerle creer a la peña que el rey eres tú. Pero C. Tangana es honesto. No nos engaña, realmente. Hasta 2018, su obra constata que no se ha desprendido del todo, aún, de la mierda que ha tragado durante años y años; incluso podríamos situarla en una genial tensión entre lo político y lo estético que no chirría ni por panfletaria ni por frívola. Porque C. Tangana NO es frívolo. Quien lo piense simplemente no ha pillao’ na de na. No hay que ser muy listo para reconocerle, en muchas de sus letras, la vulnerabilidad de alguien que sacrifica parte de su persona a favor de su personaje. La humildad y la modestia son valores íntimos, y la figura de una estrella del pop es popular por definición, es pública y no privada. Y eso es una movida.

Ya en canciones como “Un veneno” (2019), junto a Niño de Elche, y “Nunca estoy” (2020), homenajeando a Rosario y Alejandro Sanz, y, por fin, en sus tres últimos singles  –“Demasiadas mujeres” (2020) a ritmo de procesión, “Tú me dejaste de querer” (2020) con Niño de Elche y La Húngara, y “Comerte entera” (2020) con el guitarrista y cantautor brasileño Toquinho– poco queda del peso real que supone pasar de ser nadie a alguien –o, para la policía de lo políticamente correcto, pasar de ser un currante a ser tu propio jefe–. La experimentación y la vanguardia siempre ha sido para C. Tangana un deber para con la música, para con el arte. Y la verdad es que no me lo imaginaba yo haciendo bailecitos en TikTok; me pega más, desde Madrid como campo base, como siempre, dándole al coco repensando la relación entre su contemporaneidad y su tradición, entre el presente y el pasado, o dignificando nuestra propia cultura popular tras años de una España humillada y subestimada artísticamente por una “marca” al servicio de la globalización. Llevábamos demasiado tiempo mirando hacia EEUU.

Ah! Y de ciertos feminismos intentando cancelar a C. Tangana no tengo mucho que decir. Es de cuñaos, de paletos y de resentidas. Yo, mientras tanto, espero que mi futuro marido no pueda más que pensar en mi forma de atarme el pelo con una cola para atrás. El resto, tonterías y pamplinas. Como yo sintiéndome C. Tangana cobrando por escribir en Rockdelux. ∎

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