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Firma invitada / Tres triples tríos

Celebración III

“Hay demasiadas ideas y cosas y gente, demasiadas direcciones que tomar. Empecé a pensar que la razón por la que era importante apasionarse por algo era que de esa forma se esculpe el mundo a un tamaño más manejable”


(“Adaptation. El ladrón de orquídeas”)

Faltan 3 minutos para empezar el partido.

Ya has pasado por pasillos mal iluminados, ya has repasado mentalmente el plan de partido, ya has cruzado bromas y alientos con tus compañeras, te has ajustado el cinturón de antes del despegue y tienes las salidas de emergencia localizadas. Te has entregado a tus rutinas o a tus rituales (¿qué suena menos litúrgico?) y sales a pista con los motores calentados.

3 minutos antes del pitido inicial, allí donde empieza el feroz mercadeo, me acompaña una canción de Queen. No sé por qué, en los últimos instantes del calentamiento suena a menudo esta canción en los pabellones. “Don’t Stop Me Now”, de su álbum “Jazz” de 1978, nos invita a no parar, a ir a por más, como un cohete surcando universos en busca del éxtasis total. Aún no ha empezado na y nos invitan a ponernos al rojo vivo. Pero, sobre todo, a mí me pone en situación porque Freddie me atrona diciéndome que “I’m having such a good time”, y no hay nada más fácil que dejarse llevar cuando alguien está en modo disfrutón. Recuerda –me digo– que esto es lo que te gusta, que vas a hacer tu trabajo y que hay gente que espera de ti tu mejor versión, ergo: ¡vayamos a reventar!

Y esta es una de las grandezas de la música. Que puede acompañarte, que puede multiplicarte, que puede contarte historias y hacerte creer que son para ti, pero luego, encima, te apuntan directamente al epicentro de tus coordenadas físicas y emocionales. Y llega el calor. Los 200 grados que me prometen Mercury y los suyos.

Hubo un verano en que me atasqué en una canción. Me la ponía en bucle desde que cruzaba la puerta del hotel y me acompañaba todo el recorrido enterito hasta el pabellón. Me zambullía en un mantra que, no nos engañemos, era una huida consciente de lo que me venía por delante. No me acuerdo del país, podría ser Letonia y sus carreteras con baches, o Polonia tal vez, que para el caso comparten la misma estética poscomunista de países a medio cambiarse de ropa. No se dónde ni qué jugábamos. Solo se que “Tonight, Tonight” de los Smashing Pumpkins era el chófer que me llevaba cada día al sitio de la batalla.

Trayecto largo hasta el partido y yo convocando hordas de orcos con el redoble de los tambores de esta canción publicada en 1995. Orcos de los buenos, claro. Ejército de mujeres que se enfrentan a sus miedos. Y un “believe in me” al borde de la súplica de Billy Corgan instalándoseme dentro. Casi como una sacerdotisa y sus bendiciones paganas.

Yo no me lo creía a él. Pero creía creer en el CREER. Supongo que ninguna de mis compañeras estaban, ni de cerca, en el mismo universo sonoro que el mío. Pero yo, sentada en la parte de atrás del bus, les susurraba que esa noche teníamos que hacer las cosas bien, que esa noche lo imposible era posible. Así durante 10 días. No me acuerdo de si fue bronce o si fue nada. Pero me acuerdo del videoclip de cuento robado a Georges Méliès y de esa fuerza generadora de esperanza que me acompañó suavizando mis miedos.

Porque el miedo es y va. Y el miedo surge cuando no quieres traicionar lo que haces y lo que quieres. Porque tú pules y moldeas el mundo con tus gestos, con tus notas, con tus silencios y tu sudor. Con cada subida al escenario o con cada entrega de un pedazo. Como dice Julio de la Rosa en su canción “Colecciono sabotajes”: “si quieres algo, ámalo y trágalo”. ∎

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