El trío toca de cojones. Se saben, se leen y lo disfrutan. El escenario es perfecto para que correteen libremente. Para que Jaume “Jimmy” Manresa haga cascadas por su teclado e invente cortinas envolventes. Para que Xarlie Oliver se multiplique en ritmos y acentos y para que Joan Miquel profetice y destape una versión más amplia de su dominio de la guitarra. Repasan el temario, van a ritmo, no fallan ni flaquean y se empujan a la excelencia improvisada.
Acaba el concierto y me deslizo por los pasillos hasta encontrar a Joan Miquel entre bambalinas. Luce un kimono nuevo con aire tropical. Le miro los pies. Me dice: “son unas Camper, producto local de mi tierra”. Y sonríe. Yo, por mi parte, pienso: ¿cómo se juntan en un mismo ser este amor profundo por su isla y sus quehaceres y sencilleces cotidianos y el universo más universal, profundo e imaginativo imaginable? Y sonrío.
Conduzco entrando a Barcelona, allí donde nace la palabra periferia y donde los grises a veces no lo son tanto. Pero el tráfico ahoga igual, ahora igual. Mi mejor amigo me manda una canción y me insiste: “¡dale volumen, es brutal!”. Dentro de la furgoneta suena la intro de un saxo que relame puntos suspensivos, y yo, en lugar del puto asfalto, veo un escenario cargado de humo en un local de esos a los que les sienta bien una butaca. Luego me zarandea la voz de Kase.O y me dice: “pon atención, quédate con mi canción, fiestón…”. Y yo la pongo, sin lugar a dudas, toda tuya, porque el tipo promete mierda de la buena. Es un temazo.
“Boogaloo (A.K.A. Tarántula)” me mezcla y agita, pero sin perjudicar a James Bond, solo que el Martini esta vez lo exige Paul Desmond. A Javier Ibarra no lo abandona el ritmo ni el exhibicionismo natural para destripar el diccionario y el grupo lo acompaña cargado de un latin jazz exquisito. “Jazz Magnetism” es un disco que entrelaza dos mundos: el del verso rapeado y el jazz equilibrado hasta donde se pueda. Así, como lo dice él: “Improvisándolo, aquí con los colegas complicándolo…”
Que no nos abandone el ritmo, que la brújula quedó aparcada. Dicen los técnicos que el ritmo tiene el valor de ser un regulador admirable de los centros nerviosos, facilitando la relación entre las órdenes del cerebro y su ejecución por las partes del cuerpo. Hay un momento en que mi mundo, el físico y el del deporte, se fusiona con el de la música. Al final, toda experiencia humana necesita una salida, un puente, una carretera. Eddie Vedder, en la banda sonora de la película “Hacia rutas salvajes”, nos describe así: “Society, you’re a crazy breed”. Podemos rozar la locura, pero que nos sostenga el latido. ∎