¡Sí! ¡Claramente, sí! Vamos a imprimirlo, vamos a estamparlo en muros y autobuses de dos pisos, vamos a gritarlo pa’ dentro y pa’ fuera, vamos a cantarlo, que suene fuerte, que luzca alto, que distorsione si fuera necesario …
Prefiero utilizar sí (aunque estos días ser positiva pueda malinterpretarse).
Y si pudiera ser
Maria Arnal cantando
“A la vida”, no dudaría en subirme al campanario de esta contundente catedral de Girona y reventaros los tímpanos día y noche con mi letanía. ¡Qué placer restaurar a Ovidi con esta ternura y rabia a la vez! Y me acojo a la última enmienda / estrofa:
Cierro los ojos, bajo la cabeza, la sangre me sube a la cabeza. Y el corazón me dice que sí. El cerebro me dice que sí. Y todo en mí es un sí. Que nunca acabará.
Solo me falta encontrar un Marcel compañero de aventuras y cascadas musicales, reencarnarme en alguien tipo como las sirenas de Ulises, porque las ganas de volver a proclamar a los poetas de nuestra historia, traer al frente el legado cultural y recordar lo que nos mantiene en pie con dignidad debería ser una obligación diaria autoimpuesta.
Porque de esto va la música. De la lucha y la pasión.
Celebremos mientras esté en nuestras manos. Porque el sol sigue saliendo cada día (aunque hagamos oídos sordos al cambio climático); esto, de momento, no nos lo pueden arrebatar. Y
Mazoni nos lo exige :
“Ei, estira’t aquí que surt el sol i no vull dormir” (
“Eufòria 5 - Esperança 0”). Más allá de la juerga y del toque de queda, esto es una declaración de intenciones. Vayamos a exprimir el tic tac, a la mierda el Rolex y la puntualidad suiza.
Reventemos de placer y compartámoslo. Sobre todo esto. Yo juego a baloncesto porque me gusta, pero cuando veo a una compañera mía sonreír, el placer es más agudo que el pitido final de un partido. Y si no pudiera abrazarme a ellas cuando lloro o cuando gano, la armonía sería menor.
Y si el patio no está para tirar cohetes, siempre podemos disfrutar de las cosas sencillas.
El Petit de Cal Eril lo tiene claro:
Hay cosas que vienen de dentro, que están en nosotros, que rugen o cosquillean, que son líneas de bajo constantes, migas de pan que nos recuerdan el camino, solo hay que afinarlas, pulirlas, encontrar la cadencia, hacerlas brotar, que la música sea el juego, que sea el lenguaje para aullar en la celebración. ∎