as risas pueden ser terroríficas y las bromas lo más deprimente del mundo. Hay un tipo que, a día de hoy, hace bromas con los chinos, que si se parecen tanto que se confundieron de niña al recogerla del colegio. O algo así. Lo vimos en un tráiler, en el cine. En grande. Mis hijos y yo. Nadie se rio. Y solo con pensar en las risas me da miedo. Algunas risas de personas son en sí mismas un sonido punzante, un agujero negro. Independientemente de si la cosa tenía gracia o no, cuando oyes esa risa se te congela la propia. Del blanco al negro o viceversa. A veces, si me pasa eso, me preguntan si no tengo sentido del humor. Supongo que por la cara que pongo (inconsciente e inevitablemente). Lo mismo que cuando digo educadamente si pueden bajar la música en algunos sitios. Que si no me gusta la música. Precisamente porque me encanta la música, quitad la que tenéis. Y con la comedia igual. Los límites del humor no son tan metafísicos como veo por ahí en mil sitios y conversaciones supuestamente elevadas. El límite es cuando no tiene gracia. Woody Allen con lo de que rodaría ahora una película en Rusia como las que rodó en Barcelona o en París. Pues a día de hoy no tiene gracia. Es sencillísimo.
De mí alguna vez dijeron que era antipático en el escenario. Una vez en 2009 o 2010 estábamos tocando en la Universidad de Sevilla, en un auditorio muy bonito. Estaba llenísimo de público (no siempre ha sido así luego, lo digo porque así fue ese día), y mientras estaba cantando algo más bien silencioso (la mitad del repertorio era así), uno o dos se levantaron y se fueron con estruendo. En medio del hit. Yo les dije algo así como que por favor cerraran la puerta sin dar portazo. Supongo que se referirán a eso. También puede ser que algunas veces los nervios me consumieran y mi seriedad no fuera tan Stanislavski, sino una concentración terapéutica. Una red. Y aparte de todo: ¿por qué tendría que ser simpático? Realmente lo soy, he ahí la paradoja. Es bastante habitual en el indie que me hablen de grupos graciosísimos con letras tronchantes aunque sean hieráticos en el escenario. Pero en el fondo tienen un sentido del humor alucinante. No lo encontré. Me habré quedado en la superficie.
Probablemente mi canción más graciosa sea “Marica y drogadicto”. Aunque también sea terrible. Pero es graciosa. A lo mejor fui críptico y tendría que haberlo explicado mejor, de ese modo no me habrían clausurado el Facebook cuando se publicó el vídeo que me hizo Isabel Coixet. Le pasé las canciones y en seguida me dijo: “Obviamente tenemos que hacer un vídeo de ‘Marica y drogadicto’”. El mismo día que lo estrenamos me cerraron el Facebook. Mi canción es justo lo contrario de lo que ellos denunciaron... Pero para qué explicarlo. Me hicieron un gran favor. Qué espanto Facebook. Ni protesté ni nada, lo vi como una gran oportunidad de irme de ese tedio. Exactamente igual que cuando nació Nelson. Yo aún fumaba, pero el smoking room estaba lejísimos. Puerta de Hierro es un hospital gigante y se podía tardar media hora o más entre ir, fumar y volver. No quería dejar a Anita sola tanto tiempo. Ni a Nelson. Luego dejé de fumar para siempre.
Una vez, después de un concierto mío con banda a la vuelta de Austin, alguien que me inspira toda la desconfianza del mundo, a quien llamé Dundo en el primer episodio de estas memorias anecdóticas, me dijo que yo le molaba pero que mi banda no, que no eran cool, y encima eran mayores. Ni que decir tiene que fue exactamente la misma banda con la que seguí tocando y Dundo tuvo que verlos muchas veces. Eso sí es gracioso. Entonces no conocía la teoría de Steve Albini sobre las bandas, porque si no se la habría contado: sobre todas esas discográficas y oficinas de management que cuando el grupo va a grabar el disco consideran que mejor que toque el bajo un bajista mejor, y así. Albini decía que era lo mismo que considerar que, si no eras un gran amante, te sustituyera en la cama un actor porno, y luego por lo demás, salvo en el sexo, la relación de pareja siguiera como estaba.
Tengo más anécdotas, como una en la que estábamos tocando en el Primavera Sound, en un escenario solo de grupos españoles. Yo era el penúltimo, justo antes de un buen grupo de jazz indie de Barcelona que no recuerdo el nombre. Dimos un superconcierto, en trío, Toronado, Pierrot y yo (de memoria creo que Xavier Cervantes habló muy bien aquí en Rockdelux). Mientras estábamos tocando en el escenario, en el “foso” que hay entre el escenario y el público, me despistaba el paso beodo de gente de las discográficas. La bohemia.
Al día siguiente de ese concierto, o mejor dicho, tan solo unas horas después (recuerdo ver a Yo La Tengo de madrugada, mágicos), volé al otro extremo, a El Puerto de Santa María, para grabar “No Land Recordings”. Este verano de 2025 hemos ido los cinco, mi mujer, niños y yo, a ver a Paco Loco, Muni y Pablo Errea allí. Ha sido onírico. Punch-Drunk Love. Hasta vimos dos camaleones. En medio de esa catarsis emocional, me llamaron de una serie para musicarla. Además estoy con una película. En mi estudio #520W ahora tengo dos pantallas + la del portátil. Una es para poder hacer scroll de todas las pistas de las obras maestras, mi propósito mundano, y no perderme ningún contrabajo o saxo barítono; y la otra es para ver bien la película. La disposición y casi todo se lo robé a Sakamoto. Salvo la microfonía del piano, esa es la de Dan Deacon. Se tapa todo con una sábana y el micro (el de Thom Yorke) dentro. Si no, cómo te iba a quedar fantasmagórico. Eso sí que no es una anécdota. ∎