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Vonnegutear

E

n el principio (en mis principios y en mí durante y hasta el final) era y es y será El Verbo. Y El Verbo era el muy influyente y tan agradecible verbo vonnegutear. Así, aquí y allá y en todas partes, apuntes dispersos y despegados en el tiempo –como un cronosismo– alrededor de la figura polimorfa y perversa de Kurt Vonnegut (1922-2007) con motivo de la reedición de “Matadero Cinco” (1969) en Blackie Books.

0) ¿Cuál es mi párrafo favorito en toda mi historia de mi literatura, en todos los libros que he leído? Hay varios, claro, pero uno destaca sobre muchos y es, en “Matadero Cinco” de Kurt Vonnegut, la descripción que allí se ofrece de los libros de los nativos del planeta Tralfamadore. Lean: 

Sus libros eran cosas pequeñas. Los libros tralfamadorianos eran ordenados en breves conjuntos de símbolos separados por estrellas. Cada conjunto de símbolos era un tan breve como urgente mensaje que describe una determinada situación. Nosotros, los tralfamadorianos, los leemos todos al mismo tiempo y no uno después de otro. No existe una relación en particular entre los mensajes excepto que el autor los ha escogido cuidadosamente; así que, al ser vistos simultáneamente, producen una imagen de la vida que es hermosa y sorprendente y profunda. No hay principio, ni centro, ni final, ni suspenso, ni moraleja, ni causa, ni efectos. Lo que amamos de nuestros libros es la profundidad de tantos momentos maravillosos contemplados al mismo tiempo”. 

Recuerdo haber leído eso, la primera de muchas veces (tendría yo unos doce años), y, habiendo leído un libro así, decirme a mí mismo: “Yo quiero escribir libros así”.

1) “No soy más que una moda norteamericana perteneciente a un orden apenas superior al hula-hoop”, se lamenta Kurt Vonnegut en una de las cartas incluidas en el post mortem “Letters” (2012), editado por el colega y amigo Dan Wakefield. Pero –como tantas otras cosas– Vonnegut decía eso con la sonrisa de quien se sabía un vencedor a largo plazo y muy por encima del juicio de críticos y profesores que lo consideraban un alien savant o popular stand-up comedian solo apto para el circuito de conferencias o los talk-shows televisivos.

Vonnegut es, sí, un corredor de fondo y de forma: la suya propia y única y que, si se intenta emular, se tropieza y se cae en la involuntaria parodia o pastiche con mala puntería.

2) Kurt Vonnegut no solo sobrevivió al bombardeo a Dresde y a una actividad freelance de cuentista para semanarios muy pero muy lejos de la prestigiosa y consagratoria ‘The New Yorker’, sino, también, a la etiqueta/estigma de delirante de sci-fi y al regalo envenenado de consagrarse como ídolo del campus psicodélico y pope alternativo con inevitable fecha de vencimiento. Sí: desde “Matadero Cinco” y hasta su muerte y el infinito y más allá, Vonnegut es aceptado y allí sigue como paladín para y por los jóvenes. Con todos sus libros en catálogo y en todos los estantes de todas las librerías, Vonnegut ha escapado en el tiempo y en el espacio (como el héroe de “Matadero Cinco”) a ese limbo ausente y amnésico en el que suelen caer los escritores muertos a la espera de un rescate futuro y redentor. Allí continúa luego de que desapareciesen, según Vonnegut, esos “muchos críticos que me creen estúpido porque mis oraciones son sencillas y directas. Piensan que esto es un defecto. Pero el punto está en escribir cuanto más sepas de la manera más rápida y simple posible”.

El fantasma de Vonnegut goza hoy de mejor salud que el de David Foster Wallace. Y amenaza con unirse a esos eternos productores de inéditos protoplasmáticos que son Francis Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway. Desde su adiós –y pasando revista a mi biblioteca– hemos tenido los sucesivos hi-hos y and so it goes... suyos, incluyendo correspondencia, cuentos tempranos, biografía, novela inconclusa, ensayos, nueva edición de la enciclopedia que lo desmenuza, los cuatro tomos que le ha dedicado la canonizante Library Of America y recopilación de sus muchos y muy bien remunerados discursos de graduación, con comienzos como “La portavoz de vuestra clase acaba de decirme que está cansada y enferma de escuchar decir todo el tiempo: ‘Estoy tan feliz de no ser joven en estos tiempos’. A lo que solo puedo añadir que estoy tan feliz de no ser joven en estos tiempos”. Mientras que el blog/site www.vonnegut.com continúa activo. Allí se pueden comprar camisetas y pósteres con las características ilustraciones del autor y allí también, no hace mucho, se volvía a reportar que “Matadero Cinco” era –lo fue y lo sigue siendo de tanto en tanto– nuevamente prohibido en su propio país de origen. Esta vez en una escuela de un sitio llamado Republic, en Missouri. Lo que –de inmediato– puso en marcha los mecanismos de la Kurt Vonnegut Memorial Library para ofrecer, a todo alumno que lo solicitase, un ejemplar gratuito de “Matadero Cinco”. 

¿Y qué nos agrega todo esto –todo este volumen de inéditos y de rescates– a la vida y obra de Vonnegut? Nada nuevo en lo que hace a fondo y forma (porque Vonnegut fue uno de esos contados afortunados que hicieron estilo con su temática y temática con su estilo), pero mucho más para disfrutar. 

En este expansivo contexto, “Matadero Cinco” (uno de esos muy contados libros en los que convergen de manera perfecta su estructura y su contenido, su corazón y su mente, su creador y su criatura) es la novela en la que Vonnegut convirtió todas sus carencias y defectos como escritor en, definitivamente, logros y pura y personal personalidad. La del más optimista de los fatalistas. O viceversa. Y confirmó que el hombre era el más eufórico de los depresivos y que no solo la pasó mal a la hora del bombardeo de Dresde. Su a menudo desoladora biografía revela el incendiario infierno en la tierra de su último matrimonio con la fotógrafa de escribas Jill Krementz, así como las contradicciones de un millonario ecologista y antibelicista invirtiendo en acciones de complejos mineros y fábricas productoras de napalm; y que por momentos sentía ganas de someter al Hielo Nueve a toda su familia, incluyendo a ese hermano mayor al que (en sus textos autobiográficos) nos había vendido como prodigio adorado por él. 

Pero, más allá de lo anterior y lo íntimo, “Matadero Cinco” & Co. continúa obsequiando la certeza renovada de que Vonnegut fue y sigue siendo uno de los grandes referentes cuando se trata de poner palabras y risas y muecas aforísticas a los tiempos que vivimos y padecemos. 

3) Pensar en Kurt Vonnegut como en una especie de Kurt Kurtz conradiano, con su cerebro y corazón rebosando de tinieblas. Alguien siempre listo para dar la orden de lanzar las bombas y exterminar a todos. Así, su “Cuna de gato” (1963) no solo fue uno de sus primeros y más exitosos ensayos generales para el apocalipsis (Graham Greene la señaló como digna de “uno de los mejores escritores norteamericanos vivos”), sino que, también, le funcionó, en 1971, como master thesis antropológica aceptada por la Chicago University.

“El fin del mundo no es, para Vonnegut, una simple idea; es una realidad que experimentó personalmente. Así, su prosa casual viene siempre acompañada de una terrible belleza cuando retrata la más vasta de las destrucciones”, definió en su momento John Updike. “El tema de Vonnegut siempre ha sido el fin del mundo, y nadie escribe sobre esto con más y mejor alegría”, apuntó su primero alumno y luego amigo John Irving. Vonnegut, por su parte, se limitó a explicar que “todo escritor debe destruir el mundo por lo menos una vez en su vida”. Y lo último que dijo Vonnegut en su última aparición en público fue lo siguiente: “¿Y cómo deberíamos comportarnos durante el Apocalipsis? Deberíamos ser inusualmente amables los unos con los otros, por supuesto. Pero también deberíamos dejar de ser tan serios. Las bromas ayudan mucho... Y ya me voy de aquí”.

Antes del botón rojo y de la cuenta regresiva, eso sí, Vonnegut, anarco-moral-epifánico-evangelista, sentía la obligación de advertirnos de que estamos haciendo las cosas mal, ofreciendo incluso alguna solución más o menos (im)posible. Como la de unirnos en familias colosales en “Payasadas” (1976) o (in)evolucionar a especie de focas humanoides en “Galápagos” (1985). Vonnegut –juicioso Maestro del Juicio Final– también comparaba la función de los escritores con la de “los canarios en las minas de carbón: morir advirtiendo a los demás que no queda mucho más oxígeno que respirar”. Esos canarios que son los primeros en morir cuando comienza a escasear el oxígeno y, con su último canto, avisan a los mineros de que están en problemas, que vienen tiempos difíciles. Y de que –como explicó en “Madre noche” (1961) “Hemos de tener mucho cuidado con lo que pretendemos ser, porque somos lo que pretendemos ser”.

En sus propias palabras: “Mis motivos para escribir son del tipo político. Yo estoy de acuerdo con Stalin y Hitler y Mussolini en cuanto a que todo escritor debe servir a su sociedad. Está claro que no comparto con estos dictadores el cómo los escritores deben servir a esa sociedad. Yo creo que los escritores deben ser agentes de cambio. Los escritores son células especializadas dentro del organismo social. Y son células evolucionistas. La humanidad está todo el tiempo intentando convertirse en otra cosa; está experimentando con nuevas ideas todo el tiempo. Y los escritores son el medio por el que esas nuevas ideas nos son presentadas”.   

4) Considerado como “el humorista más grande de la literatura norteamericana desde Mark Twain” (con quien acabó pareciéndose bastante en lo físico), Kurt Vonnegut prefería verse a sí mismo como un humanista fabulador: “Los humanistas procuramos que nuestra conducta sea lo más decente, justa y honrosa que podamos, sin esperar recompensa ni castigo en otra vida... Yo querría que todo pareciese tener sentido, para que todos fuéramos felices, sí, en lugar de sentirnos heridos. Así que inventé mentiras que me sentaran bien y fue como de este mundo triste conseguí hacer un Edén... Yo practico una religión desorganizada... Solemos rezarle a ‘Nuestra Señora del Perpetuo Asombro’”, apuntó.

5) Su último libro publicado en vida, las “reflexiones” de “Un hombre sin patria” (2005) –atípico manual de autoayuda sin voluntad de corregirle la existencia a nadie–, trepó a lo más alto de las listas de best-sellers de USA. En “Un hombre sin patria”, Vonnegut funciona como un profeta un tanto cansado de haber predicho todo lo que ocurrió. Debe ser agotador haber tenido toda la razón durante tanto tiempo, pienso. Allí, afirmaciones como “Nada impide que el Bien triunfe sobre el Mal, bastaría con que los ángeles se organizasen al estilo de la mafia” y, cerca del final, “aquí terminan las buenas noticias acerca de todo. El sistema inmunitario de nuestro planeta intenta deshacerse de la gente”.

Y cierra y se despide con un poema titulado “Réquiem”: “El crucificado planeta Tierra, / debería encontrar una voz / Y sentido de la ironía / Para poder decirnos / Ahora que ya hemos abusado de él: / ‘perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen’ / La ironía es / Que sí sabemos / Lo que hacemos / Cuando el último ser viviente / Haya muerto por nuestra culpa / Qué poético sería / Si la Tierra pudiera decir / Con su voz elevándose / Tal vez / Desde las profundidades del Gran Cañón / ‘Se acabó / A la gente no le gustaba estar aquí’”.

6) Su talento e influencia ha sido admitido y asumido con orgullo por, entre muchos otros, nombres como los de Douglas Adams, Roberto Bolaño, John Irving, Paul Auster, Jim Shepard, Haruki Murakami, David Foster Wallace, Rick Moody, Dave Eggers, Ted Chiang, Alan Moore y George Saunders (quien escribió un muy buen ensayo sobre su tardío encuentro, en Sumatra, con “Matadero Cinco”), los animadísimos dibujos de “Rick y Morty” y, en nuestro idioma, Laura Fernández y yo mismo (que jamás podría haber escrito un libro como mi “El fondo del cielo” si no hubiese leído –tantas y muchas veces y he vuelto a hacerlo para esta ocasión– “Matadero Cinco”). 

En nuestras presentes y muy vonnegutianas circunstancias, la lectura o relectura de Vonnegut es, seguro, el agridulce jarabe ideal para superar esa resaca de cuando descubrimos, al otro lado del espejismo colectivo, que en realidad había poco y nada que festejar.

Y uno de los consejos del siempre festejable y festejante rey mago literario Vonnegut a todo aprendiz de escritor era: “Utiliza el tiempo de un completo desconocido de manera que él o ella no sientan que lo han malgastado”. Esos completos desconocidos eran, está claro, los lectores.

En lo que hace a Vonnegut, misión más que cumplida y todas las bombas han alcanzado su blanco y –pienso, estoy seguro– sus libros permanecerán para que, ante una eventual y tardía visita extraterrestre, se sepa que el ser humano hizo algo bien, muy bien, mejor imposible sin que eso le privase de sentir una cierta culpa por su inocente buena suerte. Vonnegut repitió esto una y otra vez y se lo volvió a decir en una entrevista en 1983 a Martin Amis: “Las carreras literarias norteamericanas tienden a ser muy cortas. Así que yo siempre tuve muy pocas expectativas. Yo siempre pensé que si alguna vez podía llegar a escribir algo de mi experiencia en Dresde, eso sería todo, y luego nada. Pero después de ‘Matadero Cinco’ hice mucho más de lo que jamás hubiese esperado... Allí estaba Dresde, una hermosa ciudad rebosante de museos y zoológicos: el ser humano en su más excelsa expresión. Y cuando subimos a la superficie, ya no había nada... No quedaba nada de esa ciudad por la que pasaban aviones aliados pero nunca arrojaban bombas porque no tenía mucho sentido. Hasta entonces. Muchas personas entienden el bombardeo a Dresde como algo correcto e insignificante en comparación a lo que hicieron los nazis en los campos de concentración. Puede ser. Yo nunca discuto esa idea. Pero menciono de pasada que lo sucedido es que a todos los que esa noche estaban en esa ciudad sin defensas ni interés estratégico-militar alguno –bebés, ancianos, los animales del zoológico y, por supuesto, miles de nazis rabiosos– se les aplicó la pena de muerte sin juicio previo. Ese raid aéreo no acortó la guerra ni en medio segundo, no debilitó al ejército alemán de ningún modo, no liberó a ni un solo prisionero de un campo de concentración. Solo una persona se benefició de todo ello. ¿Y quién fue? Yo. Recibí unos cinco dólares (y sumando) por cada persona que murió ahí y entonces. Imagínatelo”

Y, sí, Vonnegut se lo terminó de imaginar a partir de empezar a hacer memoria y de vivir, de sobrevivir, para contarlo; para vonnegutearlo y así enseñarnos a conjugar su verba y su verbo en todos los tiempos, al mismo tiempo, para que contemplemos todos esos momentos maravillosos, de nuevo, otra vez más, para siempre. ∎

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