Por eso no sorprende, en los tiempos del COVID, la satanización de los bares, de la música en directo y, para qué nos vamos a engañar, de los jóvenes. Un colectivo que, al decir de médicos y políticos –que últimamente vienen a ser lo mismo–, destaca por su afición al botellón, el intercambio incontrolado de fluidos y, en definitiva, la orgía y el desenfreno. Será porque, a diferencia de los viejos, los jóvenes resultan un problema sanitario por la dificultad que entraña tenerlos quietos. A fin de cuentas, a los viejos se les puede encerrar en una residencia –esos lugares donde son tuteados con condescendencia y nadie les ofrece un dry martini– y esperar a que se mueran de manera discreta. Por eso les ponen la televisión todo el santo día y carecen de música, ni siquiera el Dúo Dinámico, no sea que empiecen a preguntarse qué diablos hacen allí.
Pero, ya que votan, es un solemne error el menosprecio a los jóvenes. Sobre todo, porque, al menos de boquilla, la juventud representa el valor máximo de esta época (a pesar de ser un estadio pasajero en el que no se queda nadie) y se considera un valioso activo, más allá de las competencias personales de los sujetos en cuestión. La ocurrencia más trillada y tópica, por el mero hecho de ser verbalizada por un veinteañero, recibe de inmediato el calificativo de “nueva” y nunca falta quien diga que el más obtuso y ramplón de sus discursos trae esa cursilada del “soplo de aire fresco”. No quiero que se me entienda mal: tampoco ser viejo es un mérito (excepto en los casos del Papa y el presidente de EEUU), y existen serias evidencias de que un cretino juvenil suele dar lugar a un cretino otoñal, algo más resabiado y en peor forma física.
Maltrato aún más extraño cuando, al menos desde el 15M y sobre todo en la Cataluña del procés, se había hablado mucho de la acción reivindicativa de los jóvenes y de sus méritos. De quienes, airados, al fin se decidían a tomar la iniciativa. Y, como fuera que sus demandas coincidían con la estrategia de algunos partidos, se les hizo creer que se hallaban unidos en mística comunión con políticos de mediana edad (algunos, como el añorado Sr. Torra, debían parecer de mediana edad desde la más tierna infancia) que hace años que no se bajan de un coche oficial y que precisan del auxilio de varios secretarios para sonarse las narices.
Al lamentable despropósito de la universidad digital, a las tasas de desempleo juvenil más altas de Europa, a contratos de miseria en trabajos de mierda, se ha unido en los últimos meses una presunción general de culpabilidad proyectada sobre su modo de vida y su manera de divertirse. Han callado disciplinadamente, pero creo que solo piensan en la venganza. ∎