No creo que quede mucho del
Steve McQueen videoartista en las imágenes de su nuevo filme,
“12 años de esclavitud” (“12 Years A Slave”, 2013); su deleite esteta, tanto el que reconfigura objetos y sujetos mediante la implicación subjetiva de su mirada como el que traza texturas cuasipictóricas a partir de la mugre que puede llegar a representar el ser humano, prácticamente se ha borrado en la puesta en escena de los aberrantes hechos reales en los que se basa la película: la forzada esclavitud de un hombre libre en la América del siglo XIX y el calvario al que es sometido día sí día también en el lapso de tiempo que indica el título de la obra.
El inglés McQueen rehúye ornamentos –eliminando todo artificio– y desnuda su dramática hasta mostrar el corrosivo tuétano que sustenta el relato. Gira hacia el clasicismo narrativo andando cerca del John Ford de “Las uvas de la ira” (1940) –retrato de personajes asediados por la tragedia existencial y la maldad inherente al genoma humano– mientras hace equilibrismo entre la puesta en escena del oprobio sin sentido –la crueldad por la crueldad, el sadismo por el sadismo– y la búsqueda desesperada de la mirada humanista en una historia inclemente tanto con el protagonista principal como con el espectador más acomodado.
Aquí no hay grandes ejercicios de épica dramática. Mucho menos, regodeos en el dolor de los sufridos protagonistas. McQueen busca, por encima de todo, respetar unos brutales hechos reales sin que estos se conviertan en un espectáculo gratuito de salvajismo humano. Vaya, que aquí estamos tan lejos del Spielberg de “El color púrpura” (1985) como del Haneke de “Amor” (2012); ni se cae en excesos melodramáticos ni se busca una sequedad artificiosa y abstractiva.
Y es que “12 años de esclavitud” se asemeja al gran cine americano de los años cincuenta, lo que, sinceramente, me parece lo mejor que se puede decir de un filme hoy en día. ∎