veces solo hay que apretar los puños, tragar saliva, morderse la lengua y seguir hacia delante. A los monstruos, no mirarlos. Los últimos años han sido monstruos revoloteando sobre la cabeza de los miembros de Real Estate: la oscuridad convirtió en caverna una pirámide que siempre había rendido culto al sol y a su brillo. La guerra que mantuvieron con uno de sus fundadores, Matt Mondanile (pareja entonces de Julia Holter), expulsado de la banda en los albores de una acusación de abuso sexual, prácticamente los mató. Los convirtió en el autómata diseñado para huir hacia delante de “In Mind” (Domino, 2017). Acabó con sus ganas de seguir.
Pero siguieron, conscientes de que era imposible hacerlo adecuadamente sin ir a terapia: el resultado de ese proceso de revisión e introspección lo encontramos en “The Main Thing” (Domino, 2020), un trabajo oscuro que encontró su epílogo en la pandemia. Pero a Real Estate tenía que regresar la luz. Sin ella, en cierto modo, no tendrían sentido. Y de ese viaje en busca del sentido de la banda, la luz en la oscuridad, surge “Daniel” (Domino-Music As Usual, 2024). Un sexto trabajo que en cierto modo se siente como un primero, el que da la bienvenida a una etapa de madurez: con nueva formación –Alex Bleeker (bajo; nuestro interlocutor en la conversación), Martin Courtney (voz y guitarra), Matt Kalman (teclados), Julian Lynch (guitarra) y Sammi Niss (batería)–, Real Estate están dispuestos a volver a recibir la caricia cálida que tanto necesitan.
Y a coger aire, que hace falta después de tanto encierro mental. A descansar en un prado de bellas canciones. Y a tener, por fin, un poco de paz.
¿Por qué elegir a Daniel Tashian para producir este disco?
Pues muy fácil: porque trabajó en el “Golden Hour” (2018) de Kacey Musgraves. Martin tiene hijos, y tienen muy buen gusto. De hecho, en casa suelen poner mucha música que no es para niños, pero justo este disco fue quizá uno de los que más disfrutaban entre todos, en familia. Martin lo escuchaba todo el día en casa, y la verdad es que es un disco que suena de una forma increíble. Olvídate de las letras y todo eso, da igual. Suena increíble. Y la verdad es que queríamos hacer algo así, mucho más directo, más claramente pop, muy limpio… Normalmente cuando decidimos trabajar con un productor se lo decimos a nuestro sello y ellos hacen las conexiones, y en este caso les dijimos esto y ellos nos respondieron que por qué no íbamos a por Daniel directamente. Y él estaba disponible y aceptó, así que fue perfecto. Una de las cosas que más me gusta de él es que además de productor es compositor y tiene su propio proyecto musical… Si miras alguna entrevista antigua nuestra verás que siempre decimos que nos gusta que el productor deje su sello reconocible en el disco que trabajamos con él, y en cierto modo siempre lo hacen, pero con Daniel ha sido diferente. Siento que es la primera vez que hemos permitido que alguien se adentre en las mecánicas más profundas de la banda. Ha sido como el director creativo o algo así.
¿Y por qué esta vez?
Al final creo que según te vas haciendo mayor aprendes a confiar en los demás. También hemos hecho cinco discos juntos y ya sabemos lo que pasa cuando lo hacemos. Así que, ¿qué tal si añadimos el cerebro de alguien más a la ecuación? No sé, ha sido supersutil a la hora de afectar a la esencia y estructura de las canciones, pero al mismo tiempo superefectivo. Una de sus lecciones más importantes fue hacer las cosas más cortas. Porque era eso lo que queríamos. Teníamos las canciones más pop, ya sabes, los singles y eso, y al final era como “hagamos el disco entero así, intentemos tener diez singles”. Y él decía “entonces, ¿qué es esta intro de un minuto?”.
Pero la última canción, de repente, se pierde en derroteros más psicodélicos, refleja esa dispersión country-americana que también le pega mucho a Lana Del Rey.
En los últimos dos discos de algún modo queríamos demostrar que podíamos hacer ese tipo de canciones, más progresivas, porque nos gusta ese tipo de música. Y con este era hacer todo muy conciso. Es gracioso lo que pasó con ese tema porque era todo lo contrario cuando la escribimos. Era más rápida, como una canción de garage, pegadiza. Mismos acordes pero nada que ver. Y no sé por qué no nos funcionaba, así que haciendo un ejercicio para ver qué pasaba decidimos ralentizarla muchísimo, tocarla de modo radicalmente opuesto. Y pilló ese punto más progresivo casi sin querer, que fue un momento de “bueno, todavía lo tenemos”. Es un gran ejemplo del trabajo de Daniel. Nosotros teníamos la canción, los acordes y todo, y él estaba en el control en plan “toca esto”. Era como el riff del piano (lo canta) y entraba un ritmo muy funk, casi un breakbeat, podías imaginarte a alguien rapeando encima. Y también se le ocurrió no usar a Sammi y usar un loop. Y con ese loop en los cascos, Martin se puso al piano, que no acostumbra a hacerlo, yo con el bajo… Fue un momento de estudio realmente increíble.
¿Y qué tal con todas esas guitarras slide y todo ese equipamiento country de Daniel?
Estábamos grabando en Nashville, la capital mundial del country, así que era imposible no hacer en cierto modo un homenaje a todo aquello. Estábamos en el estudio donde se grabó “Jolene”, de Dolly Parton… Willie Nelson, Waylon Jennings… Así que, sí, no podía faltar un pedal steel. Recuerdo que el tipo que lo tocaba, un músico de sesión de Nashville increíble al que contratamos, nos decía “¿queréis que toque en plan ‘steel’ clásico o algo más atmosférico?”. Y era como “haz lo que quieras que te parezca musical, tío”. Así que además lo usamos de una manera relativamente heterodoxa, y me ha encantado. Es muy posible que lo usemos para futuros trabajos.
Habéis grabado en Nueva York, en Los Ángeles y en Nashville. Guau.
Lo mejor de saber que íbamos a grabar en Nashville es que todo nos conducía hacia allí. Nosotros no buscábamos un “disco Nashville”, queríamos un “disco Daniel”. Luego nos dimos cuenta de que él es un tipo de Nashville, así que todo iba a hacerse allí, y todo fue cobrando sentido. Ahora tenemos que hacer un disco en otro país. Quizá deberíamos venir a España a grabar (les encanta) o ir a Jamaica... o a Alemania y hacernos un Brian Eno y David Bowie.
¿Cuáles son las grandes diferencias entre los tres lugares?
Sobre todo en el carácter de las ciudades en sí mismo, porque se traduce mucho en los estudios. Nashville me ha abierto mucho los ojos porque ya había estado allí de viaje y tocando, pero entrar en la industria de allí es como entrar en otro universo. Los estudios de RCA son como una escuela antigua reconvertida a discográfica en pleno Music Row, todo muy vintage… muy Nashville, ¿sabes? Todo el country está ahí, y es una industria tan enorme que no cabe absolutamente nada más. Es casi como si Lana Del Rey no existiera allí dentro, es en plan Dwight Yoakam, ¿sabes? Puedes verlo desde fuera, está claro, pero desde dentro se ve totalmente diferente, es como un pueblo-discográfica en el que todo el mundo trabaja para el mismo sello. En Nueva York es jugar en casa y en Los Ángeles casi lo mismo, porque tenemos muchos amigos allí y yo vivo en un pueblo a las afueras de San Francisco. En Nashville no conocíamos a nadie y salíamos juntos, y eso ha sido muy bueno para las dinámicas de la banda. Alquilamos una casa grande para todos y vivíamos juntos allí. Y además Nashville no lleva esos horarios rock’n’roll de Los Ángeles o Nueva York: allí paras un momento a cenar y vuelves al estudio para currar de noche. En Nashville es como un trabajo normal, de diez a seis y a las seis el productor te está diciendo que cortes que tiene que ir a cenar con sus hijos. Creo que es la primera vez que hemos tenido tardes libres mientras grabamos: íbamos a cenar, a tomar unos cócteles, a divertirnos, nos sentábamos a hablar del disco… Podría acostumbrarme a eso. Es gracioso que lleves toda la vida trabajando para no tener un curro y de repente te acerques a los 40 y disfrutes de tener uno.
Hablando del disco, es bastante reflexivo, creo, pero también es como un soplo de aire fresco.
Creo que era justo eso lo que necesitábamos después de la pandemia. Nuestro anterior álbum era mucho más oscuro, más industrial, casi una especie de premonición porque salió prácticamente el día en que estalló todo. Y habiendo pasado luego por toda esa oscuridad, y aunque quizá ahora estamos viviendo incluso momentos más oscuros, con una tercera guerra mundial prácticamente en ciernes, era en plan “¿podemos tener un poco de consuelo, de alivio, por favor?”.
¿Os afecta realmente lo que sucede en el mundo cuando estáis creando?
Es como con todo, creo que hay que encontrar el equilibrio. Para mí hay que ser siempre consciente de la realidad de la situación, pero no está mal disfrutar de nuestras vidas y experimentar alegría. Estamos sentados aquí disfrutando de un capuchino mientras el mundo arde, pero tienes que estar presente y tampoco te puede consumir la ansiedad. En este disco la premisa ha sido pensar menos y sentir más. Y quizá haya gente que le exija a los artistas posicionarse, usar su voz, pero del mismo modo creo que simplemente el hecho de sacar música bonita en estos tiempos es muy importante.
¿Cómo encontráis el equilibrio como banda después de más de diez años y todos los problemas que ha habido?
Creo que con la formación actual nos sentimos todos realmente bien, pero es cierto que todos esos problemas que mencionas han sido muy muy duros para nosotros, y ha sido muy bueno limpiar esa energía. Y, claro, después de eso hay muchos momentos de dudas. Pero ahora lo sentimos como un nuevo capítulo, la verdad. Tenemos nueva batería, y no es que pasara nada con Jackson Pollis (su anterior batería dejó el grupo en 2020), pero él estaba cansado, cansado de girar y de estar en la banda, y esa energía puede derrotar un poco a los demás. Ahora todos somos felices, estamos bien, muy unidos en torno a la música e ilusionados con ella. Y eso es genial. Ha costado mucho tiempo… Creo que estar en una banda es un poco como una relación romántica: hay subidas y bajadas, hay que aprender a ceder, a negociar… A veces hasta parece un grupo de terapia, pero lo mejor es que siempre se soluciona tocando música.
Llegasteis incluso a plantearos acabar con la banda entonces, ¿no?
Sí, sí. “The Main Thing” es un trabajo que me encanta y creo que está entre los favoritos de muchos fans porque es un disco raro, un poco experimental… mola. Pero si lo escuchas en retrospectiva te das cuenta de todo por lo que estábamos pasando y esa era nuestra manera de tratar de exteriorizarlo. Nunca quisimos huir de la oscuridad, todo lo contrario. Trabajamos nuestros demonios ahí, y la prueba es “Daniel” ahora. El mundo puede estar más jodido que nunca, igual que ha podido estarlo la banda, pero, ¿sabes qué?, seguimos respirando, seguimos sintiendo. Y aunque las letras sí que retengan esa melancolía o sí apunten a cosas más tristes, la música tenía que ser eso: respirar, sentir. La música siempre ha servido para poner una luz en el mundo.
Con los años, ¿la cosa se complica o se simplifica?
Se complica. En muchas cosas se simplifica, ¿eh? Al final la experiencia es un grado. Pero en general cada vez es más difícil aguantar la tralla que soportas cuando montas la banda, que suele ser en la veintena. La gente va teniendo familia y tienes que encontrar el equilibrio entre las nuevas responsabilidades y viajar, girar y todo eso. También tienes que lidiar con el hecho de que se deshinche la burbuja de la admiración inicial, ¿no? De repente ya no eres el nuevo objeto brillante y tienes que saber gestionarlo. Yo estoy muy orgulloso de que sigamos en activo, pero obviamente no somos Tame Impala. Algunas de esas bandas independientes de nuestra época consiguieron asentarse en el mainstream y ganarse un apoyo incondicional y perpetuo, pero nosotros seguimos bregando en el mundo del indie rock. A veces es confuso, pero al final del día somos muy conscientes de que hacemos música que escucha gente de todo el mundo. Es increíble y merece la pena seguir haciéndolo.
En algún momento de principios de los 2010 parecía que todos los grupos de Brooklyn, y muchos del rollo, podían llegar a los Grammy.
Creo que una de las claves de aquello es que en esa época ninguno nos planteamos ser artistas pop o comerciales o llegar a los Grammy. Ni siquiera Tame Impala: recuerdo verlos en un club de Brooklyn para 500 personas con el primer disco y sabías que ahí había algo especial, pero no especial en ese sentido mainstream. Mac DeMarco, que vino después de nosotros y creo que en parte tenía nuestra influencia, se hizo como diez veces más grande que nosotros, y siempre se le intentó encajar en ese estereotipo de rock’n’roll star, pero él ha terminado mudándose al campo en Los Ángeles y está totalmente sobrio. Esa escena estaba muy enfocada, deseando hacer algo independiente y alternativo a lo que la industria consideraba comercial. Y ahora creo que en general los artistas sí piensan en ese destino mainstream. También me estoy haciendo viejo. Sé perfectamente que hay muchísimos artistas nuevos y jóvenes haciendo cosas superunderground.
Es curioso viendo cómo todo coincide con las recientes noticias sobre los despidos y cambios en ‘Pitchfork’, ¿no?
La historia de ‘Pitchfork’ es prácticamente paralela en estos años a nuestra escena. Todas éramos bandas ‘Pitchfork’, y ‘Pitchfork’ empezó a tener mucho más poder en el mundo, se empezó a consolidar como esta única opción, esta especie de monopolio de la crítica musical, y la gente empezó a hacer dinero. Y entonces entraron todos estos agentes y mánagers que venían de mundos más mainstream, y muchas bandas indie rock se convirtieron en miniproyectos de multinacional. Y creo que esto es lo que desató que empezaran a mirarse unos a otros por encima del hombro. Estoy generalizando, ¿eh? Pero, sí, como que ese espíritu de comunidad que había en el underground se fue perdiendo poco a poco y además todos nos íbamos haciendo mayores y se perdía esa frescura de la juventud. Yo qué sé. Ya te digo que creo que esa mentalidad ganadora fue envenenando las cosas. Y pienso que una de las cosas que alimentó esta especie de competencia fue Spotify, que muestra en primer plano el número de oyentes y clasifica. Es solo música y ya hay listas y premios. ¿Qué más da quién sea el número uno?
Estamos hablando todo el rato de que ahora la alternativa es más bien una vía para acceder a lo establecido, ¿no?
Ahí está ‘Pitchfork’. El espíritu original plantea una alternativa a lo que sucede en los Grammy, pero mira su Instagram: básicamente tuitean todo lo que sucede en los Grammy. Y qué casualidad que la banda que gana los Grammy alternativos sea boygenius, que es la banda favorita de ‘Pitchfork’. No tengo nada en contra de ellas, me encanta su música. Taylor Swift es la artista más popular del planeta y también es la artista favorita de ‘Pitchfork’.
Ha sido muy importante para vuestra carrera. Vuestro primer concierto en España fue en el escenario que ‘Pitchfork’ tenía en el Primavera Sound.
Y es triste porque lo sabemos, y ha sido muy importante también para el mundo de la música y quizá lo siga siendo. Pero está claro que llegaron a tener demasiado poder en cierto punto, y eso no es bueno, igual que no es bueno ser a veces tan categórico. Es más interesante ofrecerle a la gente herramientas para que tomen sus propias decisiones en cuanto a gusto musical.
¿Y cómo una banda como vosotros en 2010, tocando canciones en el garaje de vuestros padres, puede romper ahora si no es a través de TikTok o pagando a Spotify?
Solo sé que no sé nada. Lo que nos pasó a nosotros fue muy especial, y le ha pasado a muchas bandas de muchas escenas de muchos lugares a lo largo del tiempo, y seguramente volverá a pasar de otras formas distintas. Pero en ese momento si alguien me hubiera pedido consejo lo hubiera tenido claro: ¡Vente a Nueva York! No es fácil pero inténtalo. Brooklyn en ese momento era una fuerza única y poderosísima, hicimos global un sonido local. Fíjate que una de las personas que me pidió consejo en su momento fue Michelle Zauner, de Japanese Breakfast, que ahora es como la cabeza visible allí de toda una nueva escena synthpop: fue en un concierto de Real Estate en Filadelfia en la que era telonera con su proyecto anterior. A ella le funcionó, quizá siga funcionando. ∎