Overmono: frondosa sensación. Foto: Marina Tomàs
Overmono: frondosa sensación. Foto: Marina Tomàs

Festival

MIRA, caleidoscopio del beat

El festival MIRA volvió a concentrar a un nutrido batallón de primeras espadas de la electrónica contemporánea para soldar la subida de nivel desde su traslado, el pasado año, al recinto de la Fira de Montjuïc de Barcelona. James Holden, Johnny Jewel, Overmono, Mura Masa y Special Interest fueron los principales reclamos de las dos jornadas de directos, las del 10 y 11 de noviembre. A continuación, comentamos lo que pudimos ver durante el certamen.

El crecimiento progresivo pero sostenido del festival MIRA, especialmente desde la lustrosa edición del pasado año, ni ha modificado el eje sobre el que se sustenta ni, lo más importante, ha pervertido su espíritu fundador, sellado hace ya doce años. El festival de la Ciudad Condal persiste como escaparate de las artes digitales –que pueblan varios rincones del amplio espacio que conecta los dos únicos escenarios– y un variado banquete de música electrónica que, a excepción de escasos platos, no está cocinado para todos los paladares.

Una apuesta por la electrónica más vanguardista y por los argumentos más desafiantes que lo convalidan como un Sónar boutique de otoño. Sin las aglomeraciones de un macrofestival, sin los dolorosos solapamientos de programas sobresaturados de estímulos y con las facilidades necesarias –debido a su controlado tamaño, este año ha reunido a algo más de ocho mil asistentes– para hacer acopio de bebida y comida o dispensar micciones en los baños, la itinerancia por este festival es de lo más cómoda y agradable. Y ojalá que permanezca así por muchas ediciones.

Viernes, 10 de noviembre

El buen hacer de Pépe. Foto: Marina Tomàs
El buen hacer de Pépe. Foto: Marina Tomàs

En el nuevo (y no tan nuevo) multiverso electrónico

La jornada del viernes 10 de noviembre arrancó con el accidentado show de Pépe. El joven artista valenciano tuvo que lidiar hasta en tres ocasiones con problemas técnicos y sus respectivos reinicios de sistema. Ni las inoportunas zancadillas, ni la consecuente impaciencia entre el público –entrada discreta a esas horas tempranas de la tarde– hicieron trastabillar la encomiable propuesta de este productor que se aleja del revival bakala que tiene en su tierra el principal pozo de extracción. Sin necesidad de caja de ritmos, sus efluvios sintéticos fueron adquiriendo consistencia rítmica propia. Texturas nebulosas acogidas por patrones drum’n’bass enderezaron las inconveniencias. En ocasiones, más que un Oneohtrix Point Never ibérico parecía que buscara reflejarse en un Joe Hisashi intervenido por una artillería de bass y breakbeat. Pese al signo accidentado, se recompuso con mucha dignidad y buen hacer.

James Holden (derecha) en pleno cosmic trip. Foto: Marina Tomàs
James Holden (derecha) en pleno cosmic trip. Foto: Marina Tomàs
Para los que hacía tiempo que no nos citábamos con James Holden –servidor lo vio de pasada en Cala Mijas y bajo la incerteza de si era él realmente quien ocupaba el escenario– sorprendió el nuevo posado vital que parece haber transformado al autor de “The Idiots Are Winning” (2006). No tardaron en propagarse entre el público las ocurrencias sobre la mella que le habría causado al productor británico su último viaje a Goa. Bromas fáciles aparte, el estereotipo místico y espiritual pareció apoderarse del discurso visual y la propuesta escénica. Parapetado tras su tabla con modulares y mezclas y escudado por dos músicos subidos a sendas tarimas en posiciones de yoga –tocando instrumentos alejados del discurso originario de Holden: maracas, congas, flauta, saxo, castañuelas, triángulos, etc.–, se desprendió la sensación de estar en una haima de Marrakech con dosis sobradas de ayahuasca y ácido. Los visuales triposos tampoco parecían desmentir la sospecha. Tampoco la música, un trance cósmico y por momentos lisérgico que impulsó esa parte del show configurada a sabiendas de su último trabajo: “Imagine This Is A High Dimensional Space Of All Possibilities” (2023). Sin embargo, desde ese cosmic trip de fragancias orientales el británico fue haciendo incursiones a su electrónica más palpitante, extrayendo de su “The Inheritors” (2013), por ejemplo. Así, poco a poco, la paleta quedó ensanchada a base de rave, ambient, balearic y esa IDM que lo convirtió en uno de los mejores exponentes de su generación. Todo eso, claro, antes del viaje revelador donde intentó arrastrarnos durante la mayor parte de su directo.

Johnny Jewel: maravilla sound & vision. Foto: Marina Tomàs
Johnny Jewel: maravilla sound & vision. Foto: Marina Tomàs
Johnny Jewel lanzó un fascinante encantorio audiovisual desde su entrada al escenario principal. El capo del sello Italians Do It Better y parte de Chromatics se comprometió con un show que entrelazó música enigmática con visuales de películas en las que ha contribuido o incluso desligadas de su obra pero que, como demostró, se compenetran a la perfección con su sentido melódico. Esa cadencia soundtrack se formuló mediante sintetizador, órgano y caja de ritmos. “Windswept”, el tema que ideó para la estratosférica tercera temporada de “Twin Peaks” (David Lynch, 2017), selló el encanto del compositor y multinstrumentista con su público. El mismo que acrecentó con exploraciones visuales de giallo y de “Ángel de venganza” (Abel Ferrara, 1981). Se recreó en esa estela hipnótica que capturó la voluntad de los presentes con una ráfaga extraída de “Lost River” (Ryan Gosling, 2014), película a la que puso banda sonora. El hilo conductor, bajo esa estética compartida entre sus creaciones musicales y el cine, finalizó, como era de esperar, con la emblemática “Drive”: un recorrido por las calles de neón de Los Ángeles tamizado por una banda sonora memorable a la que Jewel aportó la producción de dos temas. Llegó incluso a imprimir algo de pulsión bailable entre tanto cautiverio atmosférico en una de ellas: “Under Your Spell”, de Desire. Jewel convenció con un show cuya preponderancia de la imagen podría haber hecho sucumbir a la magia musical. Por suerte no fue así, prevaleció la armonía entre ambas artes.

Tirzah: un quiero y no puedo. Foto: Marina Tomàs
Tirzah: un quiero y no puedo. Foto: Marina Tomàs

Decepciones, confirmaciones y desafíos

Tirzah ha facturado uno de los discos más relucientes y examinados del presente curso, “trip9love…???”, pero en su traslado al directo sobrevoló la decepción. Una sensación de la que no supo cómo desprenderse. En ningún momento logró acoger al público en ese R&B narcotizado y brumoso que le suministraba su DJ de confianza. Tampoco logró zafarse de la sensación de set enlatado, cantando por encima de su propia voz pregrabada en una de cada dos estrofas. Debió notar la falta de conexión con los presentes, porque su show se terminó en unos escasos treinta minutos.

Overmono: desenfreno pistero. Foto: Marina Tomàs
Overmono: desenfreno pistero. Foto: Marina Tomàs

Todo lo contrario a lo que ofrecieron los británicos Overmono. El dúo galés demostró sobre las tablas por qué se ha convertido, pese a su corta andadura, en una de las sensaciones más apreciadas de la reciente música de baile surgida de la frondosa escena del Reino Unido. Su álbum de debut publicado este año, “Good Lies”, estructuró un live de signo triunfalista y plenamente eficiente. Su electro-house de escaladas progresivas fue pellizcando el córtex cerebral de los presentes. Se fueron sucediendo esas inyecciones de UK garage, bass y grime como modélico diseminador de endorfinas. La turbina rítmica se fue calentando sin descuidar nunca las melodías ni esa transversalidad que los hacía pasar del jungle al dance, el techno, el rave, el UK bass o incluso tirar de “Turn The Page” (The Streets). Su apego hipnótico quedó reforzado con visuales de dobermans y paisajes sugerentes en cámara lenta. Con su arsenal de cacharrería fueron lanzando ráfagas rítmicas, crescendos medidos y samples vocales. En su frenético y esquizoide recorrido no dudaron en pasar por el eurodance o el disco-house de voluntad ambiental. Soltura admirable al moverse desde el argumento hipnótico hacia el calor del baile desenfrenado. Cerraron con un “Good Lies” de carga extática dilatada. Se mostraron generosos y capacitados para subir al estrato que ocupan en la música de baile bandas como Bicep, The Blaze o Moderat, que, como ellos, modulan con virtuosismo los estadios de euforia con un latir melancólico.

El atrevimiento de 33EMYBW. Foto: Marina Tomàs
El atrevimiento de 33EMYBW. Foto: Marina Tomàs

El show de 33EMYBW hay que encuadrarlo en la categoría de actuaciones hostiles, anticlimáticas y de atrevida concepción no acorde a todos los paladares. La artista china no ofreció ninguna concesión al anhelo bailable en un set de firmeza atonal y arritmias que derribó cualquier amago melódico. Un caparazón cerrado y experimental de difícil adaptación incluso para la escucha sosegada en el hogar, si bien es verdad que en cierto punto su propuesta huraña fue moderando su radicalidad y su impacto disonante.

CRYSTALLMESS: techno transversal. Foto: Marina Tomàs
CRYSTALLMESS: techno transversal. Foto: Marina Tomàs

Quien sí leyó con exactitud lo que el público demandaba a altas horas de la madrugada fue la francesa CRYSTALLMESS, con un DJ set modélico. Su techno de carácter transversal se apoyó en una batidora rítmica endiablada y en un gusto exquisito al mezclar bases y samples lamineros. Combinó gran cantidad de estilos y tempos dispares. Invocó tanto a Daft Punk como a The Prodigy. Y se ganó el aprecio unánime con “Man” (Skepta) y “Ready Or Not” (The Fugees) como colofón a una sesión de mucho sudor, savoir faire y calentura corporal.

Hudson Mohawke: anticlimático. Foto: Marina Tomàs
Hudson Mohawke: anticlimático. Foto: Marina Tomàs
Si CRYSTALLMESS supo suministrar lo que exigía su público a una velocidad de descarrile, el B2B entre Hudson Mohawke y Nikki Nair fue lo contrario. El de Glasgow y el de Atlanta no supieron interpretar con astucia y generosidad el slot de tres horas que ocuparon. Tras un arranque anticlimático, el escocés pronto se puso a lanzar tomahawks de complicada recepción. Su láser-techno fibrilador y los bajos de hormigón solo podían obtener cierta aceptación entre los de la suela hipervitaminada. En el último tramo hubo algunas variaciones tonales: era tarde y fue insuficiente para corregir el rumbo arisco de la madrugada.

Sábado, 11 de noviembre

Nihvek: Liz Harris y sus motores. Foto: Marina Tomàs
Nihvek: Liz Harris y sus motores. Foto: Marina Tomàs

Alicientes desbravados

La segunda jornada del festival, menos aprovisionada de figuras de primer orden, empezó con el ambient meditativo de Nihvek. La productora Liz Harris, también conocida por su trabajo bajo el alias Grouper, facturó “ENGINE”, un proyecto sonoro que gira alrededor del ruido de los motores. Eso se tradujo en atmósferas tenues liberadas casi de elementos, pero oscuras y asfixiantes en su recepción auditiva. Un sonido introspectivo y descorazonador para dar la bienvenida al público más madrugador del sábado.

Zoë McPherson y Alessandra Leone: ensalada teatral. Foto: Marina Tomàs
Zoë McPherson y Alessandra Leone: ensalada teatral. Foto: Marina Tomàs

Le siguió, también en el escenario The Cloud By SON Estrella Galicia, la actuación de Zoë McPherson y Alessandra Leone. La artista franco-irlandesa establecida en Berlín presentó “Pitch Blender” (2023), su tercer y último álbum. Desde el comienzo se adentró en terreno de decibelios ensordecedores donde, sin embargo, parecía imponerse cierto orden pese al caos ruidista. Dejó caer esporas de breakbeat en un entorno de techno industrial y sonidos metalúrgicos. También hubo algún espacio para la sampledelia vocal androide y la propia voz distorsionada de McPherson. A su lado, suministrando toda la parafernalia visual, la artista Alessandra Leone. Pronto los obuses de Zoë descargaron con virulencia e hicieron temblar la estructura del enorme espacio. Se fue desviando hacia el ritmo bailable sin perder ese escozor guerrero y punzante. Un techno de ignición perpetrado con ímpetu y bailes sobre el escenario. Un tanto teatrales en su ejecución, pero que subieron la temperatura cuando se rindieron a la rave industrial.

Lanark Artefax, para muy cafeteros. Foto: Marina Tomàs
Lanark Artefax, para muy cafeteros. Foto: Marina Tomàs
Lo de Lanark Artefax tampoco fue plato para todos los públicos. El artista electrónico escocés recaló para presentar un nuevo espectáculo audiovisual en directo. Y lo introdujo con silencios violentados por repentinos estruendos, acompañados de esa carga de luz estroboscópica que emanaba de los focos plantados sobre el escenario; un dispositivo no apto para epilépticos ni fotosensibles. También los oídos se fueron deteriorando con la recepción de esa metralla sónica descargada sobre el público mediante ritmos sincopados. Un desacato a la melodía que, poco a poco, fue reconduciendo hacia ciertas boyas rítmicas y melódicas en clave IDM y ambient, pero sin perder nunca de vista los glitches, que interrumpían el fluir limpio. Sus hilos sintéticos abriendo rendijas respiratorias entre el núcleo de hormigón que componían los atronadores bajos fueron ganando espacio para suerte de los congregados. Se llegaron incluso a palpar atmósferas nebulosas que lograron pacificar esas tremendas demoliciones que seguirían sacudiendo su show… y el curso de la propia noche.

Mura Masa & Fliss: código de fiesta. Foto: Alba Rupérez
Mura Masa & Fliss: código de fiesta. Foto: Alba Rupérez

Entre el recuerdo y el olvido

La entrada en el programa de Mura Masa, uno de los reclamos más populares, así como responsable de la disminución de la edad media del recinto, se tradujo como excepción pop en un vergel de oscuridad, ritmos quebradizos y ambiente asfixiante. Instalado en posiciones secundarias del escenario y desdoblándose en la ejecución de baterías, teclados y hasta guitarras, Alex Crossan empezó con uno de los imbatibles de su repertorio: “Love$ick”. En primera línea, en clave animadora, la cantante Fliss, quien durante unos pocos cortes fue relevada por otra cantante. La fórmula de pop de estribillos adhesivos y ganchos relucientes que propone el británico llegó al escenario con éxito dispar. A veces su propuesta lució demasiado simple. Un pop de blandiblu del que resulta muy difícil escapar. Aunque no dudó en condimentar su desvergonzado avance con hyperpop, aires latinos y lo que se le cruzara en ese amplio cauce para moldear su pop futurista. Y el público agradeció bailando ese empeño. El fin de fiesta para el único live de formato pop del festival terminó con “Firefly” y las dos cantantes juntas en un abrazo, mientras el tímido productor seguía lejos de los focos principales pero proporcionando calor lumínico a las nuevas generaciones.

Evian Christ: ambient aguerrido. Foto: Marina Tomàs
Evian Christ: ambient aguerrido. Foto: Marina Tomàs

A Evian Christ, otro de los platos fuertes del sábado, le dio por presentarse con el himno de la Champions League. Hasta aquí la única excentricidad reconocible, porque el show del inglés se desarrolló como corresponde a un mediador aguerrido en la materia. Ese ambient levitante de entrada fue dejado espacio al trance y a nubarrones drone potenciados por una iluminación estroboscópica que parecía remitir a la usada en las infames torturas de Guantánamo. Música de club deconstruida y digresiones trance que fueron absorbiendo la atención de los congregados sin recompensarlos nunca con el ansiado revolcón climático.

Special Interest: memorable. Foto: Marina Tomàs
Special Interest: memorable. Foto: Marina Tomàs
En la otra punta de las instalaciones del pabellón de la Fira de Montjuïc Special Interest bordaban su show de electro-punk descarado y desvergonzado. Con el carisma arrollador de su cantante Alli Logout –secundada por guitarra, teclados, pad eléctrico y una gran botella de la que no se separó– se bastaron para convencer, pero la intención del trío fue arrasar, como demostraron con sus nada veladas pullas, su ironía mordaz, su incorrección y esa fórmula que combina música de baile y fondo punk. Las de Nueva Orleans fueron de las pocas anotaciones memorables de la noche. Sobre todo en comparación con el ocupante del mismo escenario tras su marcha: Kassem Mosse sirvió una sesión de electrocardiograma plano. Un minimal repetitivo y lineal, de promesas incumplidas. Tampoco el cierre a cargo de mad miran fue para recordar. Su dilatada sesión hizo temer por instantes una repetición de la vacuidad tonal y de ritmo del cierre de la noche anterior, pero la DJ fue algo más generosa que Hudson Mohawke y Nikki Nair a la hora de dispensar golosinas bailables. ∎

mad miran: golosina de cierre. Foto: Marina Tomàs
mad miran: golosina de cierre. Foto: Marina Tomàs
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