César Sebastián, nacido en Valencia en 1988, es ya una figura destacada de la ilustración y el diseño además de ser docente en un máster de Ilustración en la capital levantina. Su trayectoria artística, respaldada por una licenciatura en Bellas Artes que obtuvo en la Facultad de San Carlos de la Universidad Politécnica de Valencia, ha dejado huella en proyectos que abarcan desde cómics, portadas de libros y discos hasta la creación de cartelería y storyboards publicitarios. Además, acaba de ganar el galardón como autor revelación de los Premios Antifaz del Salón del Cómic de València 2024.
Desde 2012, Sebastián ha desempeñado asimismo el papel de diseñador de portadas de libros para la editorial El Nadir. Su labor ha dado una nueva vida a obras de pioneros del cómic como Gustave Doré, Rodolphe Töpffer, Oskar Andersson o Caran d’Ache. También ha diseñado e ilustrado pósteres, entre ellos los del GetMAD! de 2019, festival madrileño de música garage, punk y rock, así como cartelería para eventos de la sala Stereo de Alicante. En todos estos trabajos destaca su capacidad para trabajar con una gran variedad de temas en piezas visuales brillantes.
También ha realizado ilustraciones para medios como ‘Forbes’ o ‘El País’. Ha ilustrado portadas de libros como “El Profeta” (2019), escrito por Javier López Menacho, y de discos como “Ladrillo, aspirina y matarratas” (2018), de Poguey Romero y Los Malasangre.
César Sebastián no solo ha dejado ya una marca significativa en el campo de la ilustración, también está demostrando su valía como narrador visual. Su obra más reciente, la novela gráfica “Ronson” (Autsaider, 2023), ha cosechado elogios de público y crítica –premio ‘El Ojo Crítico’ de cómic 2023; cuarto puesto entre los mejores cómics del año según Rockdelux– para consolidarlo como uno de los talentos más prometedores en el panorama del cómic contemporáneo español.
Aun siendo “Ronson” su cómic más extenso, ha publicado otros como “Plaça del mercat” (Edicions Anònimes, 2019-2021), ha colaborado en el número 4 de la antología “Cthulu” (Diábolo, 2009) y en el tercer número de “Good God And Friends” (Varano, 2013), y ha participado en la antología “Valentia” (Norma, 2012). Además, es miembro fundador del sello Inefable Tebeos junto a Adrián Bago, René Parra y Víctor Puchalski, con los que ha publicado las antologías “Obscuro” (2014) o “Vida de los más excelentes historietistas” (2015-2016).
Cuando desde Rockdelux le propusimos seleccionar la cubierta de un disco para reinterpretarla, optó por la del álbum “Watertown” (1970) de Frank Sinatra (sexta mejor reedición de 2022 según Rockdelux). Al igual que el crooner de Hoboken exploró historias a través de canciones, Sebastián teje narrativas visuales cautivadoras. Al teléfono, responde nuestras preguntas.
¿Por qué Frank Sinatra?
Soy bastante fan de Sinatra, me gusta mucho su música y este disco especialmente. Lo había escuchado hacía poco y pensé que de aquí podría sacar algo interesante.
¿Te sientes identificado con su propuesta artística?
Sí, además me gusta mucho, sobre todo sus discos conceptuales. Este en particular me encanta porque lo considero uno de los más maduros, más complejos. Pero también están “In The Wee Small Hours” (1955) o “Songs For Swingin’ Lovers” (1956), que siguen una línea más narrativa. En general, como historietista, me atraen esos discos que cuentan una narración a lo largo de todas las canciones, y este en particular me parece brillante, toda una obra maestra.
Explícanos más sobre tu elección.
Este disco me fascina. La verdad es que hacía tiempo que no lo escuchaba y cuando me lo volví a poner hace poco me di cuenta de que sería interesante para reinterpretar la portada. Me atrae mucho porque es un disco conceptual, además de ese toque narrativo que tiene. Mis ilustraciones comparten un poco esa vocación narrativa y mis cómics por supuesto también, ¿no? Al final, se trata de contar historias.
¿Hay algo que no te convencía en la portada original de “Watertown”?
Es curioso porque la portada original de este disco fue un fracaso cuando salió, fue el único que no consiguió colocarse en las listas. Creo que la propuesta era arriesgada, sobre todo el diseño de la cubierta... No es que no me guste, pero creo que no es lo que el público estaba esperando cuando salió; si te fijas, en toda su discografía siempre aparece él fotografiado. La portada de este disco resulta además interesante porque es doble; quiero decir, una sola ilustración que ocupa la portada y la contraportada. También se trata de una ilustración en tonos grises, muy poco llamativa y un tanto triste. Representa una escena de la ciudad donde transcurre la historia. Creo que todo esto contribuyó al fracaso comercial del disco. A pesar de que conceptualmente me gustaba la idea de la portada original, la ejecución quizá no era del todo brillante. Es una portada un tanto apagada y, aunque técnicamente está bien hecha, no me parece que tenga un acabado muy atractivo. Es como un boceto, algo inacabado. Por esa razón me parecía interesante reinterpretarlo.
Explícanos tu propuesta alternativa de portada.
El tema principal es la ausencia, una ruptura, un desamor. Pero me parecía interesante porque no es el típico desamor de una ruptura adolescente, se trata de un hombre maduro con dos hijos, su mujer lo abandona y él se queda a cargo de los hijos y con el corazón roto. En las letras se habla de que recibe una carta, que está expectante y se va comunicando por teléfono o por misivas con su mujer, que ha abandonado la ciudad. Vas descubriendo un poco sobre el tipo de persona que es él, alguien sencillo, ¿no? Un padre de familia en un entorno rural en Estados Unidos, bastante alejado del rollo más urbano del resto de las canciones de Frank Sinatra.
A través de eso, me pareció interesante hacer un retrato de él, pero un retrato indirecto. Por eso en la ilustración hay diferentes elementos que sugieren todo lo que va sucediendo. Aparecen las rosas, en una de las canciones se habla de que el rosal ha crecido, como dando a entender que ha pasado el tiempo. Hacia el final del disco él piensa que ella va a volver y la espera, pero nunca llega. Quería sugerir eso, esa espera, un bodegón que cuente la historia contenida en el disco pero sin llegar a alumbrarla, para que el oyente pueda descubrirla de nuevas. Para mí es un retrato del personaje y de sus sensaciones. Una desolación, una cierta angustia, pero también una esperanza. Por eso ese rayo de luz.
Hablemos de tu novela gráfica “Ronson”. En ella muestras un cambio de tono más crudo, en comparación con otros trabajos tuyos mucho más coloridos, en la tradición pop art. ¿Qué motivó este cambio?
Bueno, muchos de mis trabajos previos, especialmente en ilustración, tienen un toque más pop y más cercano a la tradición del cómic, sobre todo al cómic americano, que es algo que me gusta y apasiona muchísimo. Pero cuando me dispongo a contar una historia más extensa tengo esa necesidad de que esa historia me atrape, que sea un tema que forme parte de mí, algo más íntimo. Más que una cuestión de gusto personal o estético, que haya algo más. “Ronson” nació a partir de los relatos de mi padre. En cierto modo, es un cómic sobre mi historia familiar y el pueblo del que provengo. Me parecía que era un tema con suficiente peso e intensidad y que estaba tan conectado a mí de manera íntima que sentía la urgencia de contar esa historia. Es bastante distinto, algo mucho más personal que otras cosas que he hecho.
¿Alguna anécdota sobre la recepción de “Ronson”?
Sí, hay algunas noticias o cosas que he leído por ahí y, bueno, es que la gente da por hecho cosas que ya he aclarado muchas veces en entrevistas (se ríe). Obviamente, la historia que vive el personaje en “Ronson” –ambientada en los sesenta, en un pueblo valenciano– no puede ser mía porque yo soy de 1988. De hecho, hay gente que cuando han venido a sesiones de firmas se han quedado un poco perplejos al verme. Claro, me ven a mí joven y, como no hay ningún dato biográfico en el propio libro, pues la gente piensa que soy un un señor de 70 años. Pero me hace mucha gracia que haya gente que hasta llega a escribirlo en reviews o noticias. O sea, ejercicio de periodismo riguroso (se ríe).
¿Por qué ese bitono sepia y la retícula fija de página en esta obra? ¿Te supuso un reto trabajar con estas limitaciones?
Desde un principio tenía la idea de hacerlo con muy pocos tonos, pensé hacerlo en grises, pero fue mi editor de Autsaider quien me sugirió probar con algún color. Y lo vi bien porque ese bitono sepia añade un componente emocional a cualquier obra y te da la posibilidad de hacer juegos narrativos. Elegí este color porque vi que se ajustaba al tono general de la historia y reflejaba muy bien su paisaje y atmósfera. En cuanto a la retícula fija en el diseño de página, no siento que me limite. Suelo pensar en esta frase de Nietzsche que dice que hacer arte es “bailar encadenado”, que el arte surge de sortear una dificultad y yo a veces necesito un corsé, limitar un poco ese campo infinito de posibilidades que puede llegar a ser abrumador. Imponerme esta retícula me hizo consciente de que el cómic es un lenguaje donde la página es la unidad narrativa. Por eso me preocupé de que gran parte de la obra estuviese hecha con pequeñas secuencias de una página, que se pudiesen leer las páginas individualmente, reflejando también así la naturaleza fragmentaria de la memoria. Sobre todo quería que el lector se sumergiera en la historia sin distracciones formales; sentía que hacer algo más experimental habría desviado la atención hacia cuestiones que no me parecían tan importantes. Quería pasar desapercibido como autor, mantener un ritmo fijo de modo que al final el lector se olvidara de que está leyendo y se sumerja completamente en la historia.
La obra es muy coherente con su mensaje. Esos colores, el corte en zigzag del canto del libro o hasta un booktrailer animado que puede verse en internet.
Sí, lo del booktrailer fue cosa de la editorial, se lo curraron un montón. Cuando me propusieron elegir la canción, pensé que la de Los Hermanos Cubero le iba perfecta. El canto cortado en zigzag fue sugerencia de mi editor de Autsaider, Ata Lassalle. Cuando ya tenía el grueso de la obra completa, comenzamos a abordar cuestiones de producción y, bueno, la marca de la casa de Autsaider es que tiene una producción muy cuidada, incluso peculiar para lo que es el mundo editorial. La verdad es que no estaba del todo seguro con el troquelado en el canto de las páginas, aunque me enseñaron una foto con algo parecido en un catálogo. No tenía en mente cómo iba a quedar aquello porque nunca había visto ningún libro así. Al final creo que ha sido un acierto porque recuerda a las fotografías antiguas o a los sellos, ha quedado muy guay y ha llamado bastante la atención.
“Ronson” parece ser un puente entre generaciones, ofreciendo nostalgia para generaciones previas, por decirlo así, y recursos visuales atractivos para jóvenes aficionados al cómic. ¿Cuál era tu público objetivo principal con esta obra?
La verdad es que no me esperaba el éxito que está teniendo ni la diversidad de lectores. No tenía una imagen fija de quién iba a ser el perfil de lector, imaginaba que mi entorno familiar por la cercanía y por sus experiencias. Pero me ha escrito mucha gente comentando que compraron la obra y también se la dieron a leer a sus padres pensando que les gustaría, y así fue. O incluso que ha generado conversaciones en casa porque, claro, los jóvenes pueden percibir ciertas cosas de manera más incómoda, mientras que quienes lo vivieron recuerdan esas experiencias de otra forma. Creo que una de las cosas de las que más orgulloso estoy de este cómic es que suscite tantas conversaciones y, sobre todo, que haya motivado un diálogo entre generaciones. Porque parece que hoy día las generaciones están más aisladas entre sí, incluso con un cierto odio o desprecio generacional.
¿Qué tal ha sido para ti, acostumbrado a desempeñar un rol de ilustrador, asumir una responsabilidad más narrativa en un cómic largo como “Ronson”?
La verdad es que intimidaba mucho, de hecho durante un tiempo lo pospuse. Pensaba en hacer cosas menos ambiciosas, quizá porque intuía que el material de base era muy potente y que con mi poca experiencia iba a arruinarlo o no sacarle tanto partido. La estructura de la obra era lo que más respeto me daba porque pensaba “esto es algo que nunca he hecho y sobre todo tampoco lo he hecho con esta extensión por lo que es fácil que la cague”. Otra cosa a la que le tengo mucho respeto es a la escritura. El dibujo también me intimidaba un poco, aunque es un lenguaje que puedo abordar porque lo llevo ya manejando toda mi vida, pero el hecho de que tenga tanto texto me imponía mucho. Pensaba “yo no soy escritor y tiene que parecer que sí lo soy, sobre todo hacer que resulten convincentes los diálogos de los personajes, que además son de otra época”. Supuso un gran reto, pero la verdad es que lo disfruté mucho más de lo que esperaba.
¿Cuáles dirías que son tus referentes?
Pues la cantidad de cosas que me interesa es gigantesca, pero por ejemplo con “Ronson”, algo con lo que además mucha gente ha trazado paralelismos y creo que es bastante visible, es el cine neorrealista italiano. Rossellini y Vittorio De Sica me apasionan, sobre todo por el tipo de personajes que aparecen en la historia, gente de a pie, en este caso un entorno rural. De cómic me interesa el trabajo de Emmanuel Guibert, todo lo que hizo en “La guerra de Alan” (2000-2008) o “El fotógrafo” (2003-2006). Me parece de los mejores del mundo mundial, vamos. Tiene un estilo muy naturalista en cuanto a la representación, con un tono casi documental y también trabaja mucho la escritura en primera persona.
Otro referente que descubrí cuando estaba haciendo “Ronson” y que me sirvió para afianzar el espíritu de la historia es William Christenberry, uno de estos pioneros de la fotografía a color en Estados Unidos. Creció en el sur, se mudó más al norte y años después, cuando terminó de estudiar, volvió y empezó a fotografiar todos aquellos lugares en los que él había crecido, zona rural pero ya mucho más empobrecida, descuidada y abandonada. Sus fotografías de alguna forma me recordaban mucho al paisaje de mi pueblo y su influencia se nota bastante en “Ronson”.
De literatura, también mucha gente me ha trazado paralelismos con “El camino” (1950), de Miguel Delibes, que es un novelista que me apasiona y que tiene esa prosa que a mí me flipa. Me ha servido de alguna forma para cogerle el punto a “Ronson”, al tono y a los temas.
¿Cuáles son tus proyectos actuales?
Tengo pensada una continuación para “Ronson”, solo que no estará centrada en la infancia ni en el pueblo, sino más en su juventud. Me parece que lo que vivió mi padre, en la infancia y su juventud, es un reflejo de muchísimas infancias y juventudes en España durante ese período. Gente que crecía en un pueblo pero luego emigraba o se iba a vivir a la ciudad. Mi padre pasó su juventud en Valencia durante la Transición, por lo que tengo bastantes testimonios suyos y me parece que es un período muy interesante que tampoco se aborda mucho en el cómic. Eso es algo que tengo la idea de hacer, pero por ahora estoy trabajando en cositas más cortas, en proyectos de ilustración y en algún cómic más corto.
¿Dónde te ves en el panorama del cómic actual en España?
No tengo una imagen muy clara, no sé. Creo que muchos autores de mi generación están haciendo cómics superinteresantes y percibo que sus referencias son distintas a las mías, tienden más hacia un cómic más juguetón a nivel visual, que no está tan anclado en la representación naturalista. A mí me interesa más una representación más realista, temas algo más literarios o documentales… Aunque hoy en día, como conviven tantas expresiones del cómic de forma natural, hay de todo. Yo me inclino más por otro tipo de referentes, pero seguro que hay autores de mi generación que están haciendo algo parecido a lo que yo hago. Dentro de lo que sería el cómic alternativo, novela gráfica y demás, es donde yo me encuentro más cómodo, un territorio que da bastante libertad creativa.
Cita, según tu criterio, tres obras maestras del cómic que creas que perdurarán en el tiempo.
Sin duda alguna, “Maus” (1980-1991), de Art Spiegelman. También “El hombre sin talento” (1985-1986), de Yoshiharu Tsuge, que me parece una obra increíble, es muy poética a la vez que terrible y desoladora. Y por supuesto “El fotógrafo” (2003-2006), de Emmanuel Guibert, su obra maestra a mi parecer. Tiene cómics estupendísimos, pero ese en concreto me parece que es incluso bastante relevante releerlo hoy en día, muy emotivo y formalmente muy interesante, además de que trata aspectos genuinamente humanos, lo que más me interesa.
¿Y tres obras maestras de la música?
Me gusta mucho la música de los sesenta. Soy superfan de Scott Walker, diría que el disco que más he escuchado en mi vida es “Scott 4” (1969). Otro que también me gusta muchísimo es “La leyenda del tiempo” (1979), de Camarón. Me encanta el flamenco gracias a mi padre, que es muy aficionado. Me atrae también mucho la música brasileña como “Stone Flower”(1970) o “Wave” (1967), de Tom Jobim, creo que es un disco precioso y Jobim me parece uno de los grandes compositores del siglo XX, sin duda. ∎