Película

Ferrari

Michael Mann

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Existe un fino hilo que podría unir al personaje de Neil McCauley en la película “Heat” (1995) con el Enzo Ferrari (Adam Driver) retratado en “Ferrari” (2023; se estrena hoy). Ambos son hombres de ambicioso poder a los que en un momento u otro de sus vidas ese ansia por el control les acaba jugando una mala pasada. Desde los años ochenta, el cineasta Michael Mann ha sabido retratar las luces y sombras de una masculinidad señalada como heroica, en medio de una crisis de valores en gran parte propiciada por un sistema cruel y violento.

Todo eso prevalece en su nueva película, aunque de una manera mucho más comedida. La violencia estructural ha pasado a desintegrarse en una violencia corporativa. Atrás quedan las impactantes secuencias de persecuciones en coche y tiroteos en medio de la ciudad de Los Ángeles, que demostraban que las imágenes más explícitas y crudas podían recrear una sustancial reflexión sobre la irritación político-social posmoderna. En el “Ferrari” de Mann no rugen tanto los motores como los mecanismos mentales de un empresario entre la espada y la pared, cuya vida se presenta más virada al melodrama que al contundente thriller.

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En este sentido, “Ferrari” no funcionaría tanto como película mitológica de los héroes de nuestros tiempos –un género de “películas corporativas”, como “La red social” (David Fincher, 2010) o “Air” (Ben Affleck, 2023)–, sino como biografía que roza la telenovela, en este caso italiana, de un hombre cuyo imperio económico comienza a flaquear.

Ambientada en 1957 y partiendo del libro de Brock Yates “Enzo Ferrari. The Man And The Machine” (1991), al director de “Corrupción en Miami” (2006) no parece interesarle demasiado los orígenes del italiano en la automoción como piloto de carreras, ni su conversión en todo un tiburón empresarial. La película abarca un momento de trastorno vital, en el que “il commendatore” vivía entre lamentos por la pérdida de su hijo Dino y el mantenimiento de una segunda familia, algo que ya en aquellas alturas era un secreto a voces.

La espectacularidad de las carreras de coches que una película bajo la firma de Mann y el título de “Ferrari” propiciaría se reserva, por el contrario, a unas escasas secuencias de alta velocidad. El resto del relato circula por un circuito cerrado, entre las aletargadas negociaciones de los pilotos que defenderán la escudería y el drama existencial de quien juega con sus propios límites.

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No es el único trato que se debe hacer al ver la película de Mann. Al hecho de que se trate de una cinta más lánguida que veloz se suma la triste decisión de un elenco no italiano, solucionada con un habla inglesa acentuada que solo se perdonaría por el buen hacer de Adam Driver y Penélope Cruz. Él incorpora su nada desentonado carisma frágil en una corporalidad relajada. Ella, como contrapunto, es puro nervio actoral, el verdadero motor revolucionado de una infidelidad que la ningunea.

Como magnate cuya vida siempre se ha visto condicionada por la muerte (perdió a su padre y a su hermano de manera muy seguida, y a su hijo, supuesto heredero del imperio, por una distrofia muscular), quizá sea este biopic crepuscular una de las etapas de Ferrari menos interesantes para que un director del habitual pulso de Mann la retrate. La única secuencia que podría rememorar aquella brutalidad con la que el cineasta dejaba absorto al espectador de “Collateral” (2004) se presenta en “Ferrari” como una anécdota gratuita, o como el derrape de unos neumáticos que, en realidad, conducen en automático. ∎

Dos objetos no pueden ocupar el mismo punto en el espacio.
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